Más de acuerdo con Pastor que con Aznar

Dos personalidades se han pronunciado recientemente sobre la subida de impuestos aprobada por el Gobierno español sobre tabaco y carburantes: el ex presidente, José María Aznar, y el exsecretario de Estado de Economía, Alfredo Pastor.

En la inauguración del campus 2009 de la FAES, Aznar ha vuelto a hacer gala del tipo de fundamentalismo que le enajenó en su segunda legislatura buena parte de las simpatías que su gestión le granjeó en la primera. Su discurso es una colección de tópicos atemporales, bastante simplistas en los momentos que corren.

Vean si no: la subida de impuestos sólo traerá más paro y recesión, sólo los gobiernos de centro-derecha, los gobiernos liberales o conservadores respaldan la economía de libre mercado… Y para postre: una reivindicación de Reagan. A mencionar a Bush no se ha atrevido.

Por el contrario, Alfredo Pastor, hacía gala en La Vanguardia del domingo del pragmatismo y sentido común que tanto prestigio le ha proporcionado. Criticaba la medida del gobierno porque está convencido de que los impuestos que hay que subir son los directos y no los indirectos. Y Pastor, queridos amigos, es un liberal, aunque con sentido común.

Dando por sentado que todos desearíamos que no hubiera impuestos y así quedarnos con todo el dinero que ganamos y que eso es imposible, la única alternativa razonable en estos momentos en que se están disparando las políticas fiscales que aumentan el déficit público (en la Italia de Berlusconi y Fini –tan admirado por Aznar- hasta casi el 5%) es aumentar los impuestos. La austeridad no debería ser una opción actual sino permanente, por lo tanto no la incluyo.

Por eso, Pastor defiende con criterio que hay que subir los impuestos directos, que ésta es la única alternativa practicable, dice. Los impuestos indirectos tienen consecuencias negativas en la inflación, un mal que causa bastante daño a nuestra competitividad; el impuesto de sociedades no puede aumentarse por razones obvias, mientras que, no nos engañemos, en el IRPF hay una cierta capacidad de maniobra, que ya invertiremos cuando lleguen tiempos mejores.

A debatir toca, aunque si es posible hagámoslo con argumentos más que con proclamas.