¿No lo parecen?

¿Por qué no están en la palestra mediática cada día? A estas comunidades se les asigna un poder social, político y económico descomunal

En mi familia la religión no ha sido nunca un elemento de consigna a seguir.  A pesar de que a mis hermanos y mi nos bautizaron e hicimos la comunión cumpliendo con el ritual católico que nos tocaba como entonces marcaban los cánones y no podía ser de otro modo por nacer en la década de los sesenta del siglo pasado, nunca hubo devoción ni acatamiento de las normas doctrinales del catolicismo. Más bien se miró siempre el universo de la Fe con un inhabitual, para el momento, espíritu crítico.

Gracias a esa laxitud familiar en este tema, mi interés por lo que atañe a las creencias religiosas no está excesivamente contaminado por imposiciones divinas contra las que haya tenido que rebelarme especialmente.

Si alguien les contará que un amigo se relaciona con un grupo de gente que se reúne periódicamente para leer textos de manera comunitaria, probablemente les parecería mal

A pesar de que esa poca animadversión inicial me ha permitido hacer de espectadora virgen de prejuicios ante ciertas organizaciones que profesan y trabajan para y con la Fe, la realidad de lo que hay me dejó, ya hace años, estupefacta y no puedo entender que algunas de estas comunidades no estén en la palestra cada día de cada día.

Se habla poco de ellos y se les asigna un poder social, político y económico descomunal.

Si alguien les contará que un amigo o familiar ha empezado a relacionarse con un grupo de gente que se reúne periódicamente para leer textos de manera comunitaria, unas lecturas llenas de reflexiones vitales y espirituales donde se defienden, entre otras muchas cosas, la diferencia de funciones y capacidades entre hombres y mujeres para justificar un trato de sumisión del género femenino, probablemente les parecería mal.

Si además supiesen que a este amigo o familiar se le pide que no comparta el contenido de lo que se explica en esta comunidad ni las dudas que se le planteen con personas ajenas que no piensen lo mismo ni con nadie de fuera de esta comunidad, se empezaría a preocupar.

Una de las premisas de esa comunidad es que no hay que pedir consejo a la familia ni a los amigos en cuanto a la voluntad de Dios    

Si posteriormente le razonaran que la propuesta de ir a vivir con los miembros de esta comunidad responde a una voluntad de acogimiento, de integración generosa y de dedicación al objetivo de la misma, su inquietud iría en aumento.  

Cuando se enterasen que una de les premisas que se predica desde la jerarquía de esta  comunidad es que, cuando se  trata de cumplir con la voluntad de Dios, ni a la familia ni a los amigos hay que tenerles en cuenta ni pedirles consejo, empezarían a temblar.

Si les contasen que una de les funciones del director de la casa dónde vive su amigo o familiar es leer con afecto las cartas que reciba pedirían el teléfono de la policía. Si además les dijesen que “para  mortificar y someter el cuerpo, de acuerdo con  el que dirige su alma los miembros practicaran fielmente la piadosa costumbre  de llevar cada día, al menos durante dos horas, un pequeño silicio y una vez a la semana dormirán  en el suelo” no sabrían como es posible que, a ahora mismo, no estén todos esos caseros amables en la cárcel.

Vida en comunidad

Si, entre muchas otras cosas, supiesen que, en caso de desaliento emocional o enfermedad sus miembros tienen que recorrer a los médicos de la propia comunidad y que el estrecho vinculo de fraternidad que les une a todos no tiene, ni debe  tener, ninguna manifestación en la vida social y, per lo tanto, quedará escondida a ojos de extraños, sabrían que esta secta es tremendamente peligrosa y dañina, y, si finalmente, supiesen que la voluntad de apostolado que propugnan debe hacerse  en todos los ámbitos de la jerarquía social y económico usando, si es necesario, de recursos del Estado se sentirían desvalidos y desprotegidos.

Pero no sufran. Podemos estar todos muy tranquilos. Solo estamos hablando del Opus Dei.