Operación Iceta, ¿hay partido o es una ilusión?

La lista de Miquel Iceta, con la inclusión de Ramon Espadaler, puede ser el colchón que necesita Cataluña o la evidencia de que todo está ya muy polarizado

Operación de riesgo y de oportunidades también. Operación táctica, con la calculadora en la mano, pero también pionera para constituir a medio plazo otro mapa político. Todo eso es lo que provoca la candidatura de Miquel Iceta al frente del PSC, pero con la inclusión de Ramon Espadaler, tras el acuerdo con Units pel Avançar, el partido que quiere recuperar el espacio de Unió Democràtica.

Iceta habló de ese acuerdo y se presentó como presidenciable el pasado jueves con una conferencia en el Colegio de Abogados de Barcelona. El auditorio estaba repleto. Los presentes representan un espacio que se ha visto superado por las circunstancias. Desde líderes sindicales, como Camil Ros al frente de la UGT, hasta expresidentes del Círculo de Economía, como Antón Costas. Miembros de la cultura y artistas, con Joan Manuel Serrat, abogados y profesores de derecho constitucional, desde Eugeni Gay a Xavier Arbós. Exdirigentes socialistas y exdirigentes de Unió. Abrazos y cierto clima de esperanza, con una frase repetida: “hay partido”.

¿Es cierto que hay partido, que la lista de Iceta puede recuperar un espacio de centro que sea capaz de establecer acuerdos transversales? El soberanismo, en los últimos cinco años, ha logrado imponer un mensaje central: el propósito principal del ‘procés’ es cambiar el estatus quo, es lograr que el llamado establishment entienda que no puede controlarlo todo, que debe pasar a una segunda línea, que ha habido un cambio generacional, y que el eje político debe decantarse hacia la izquierda.

Puede haber partido para el 21-D en función de los votantes dudosos en diferentes fronteras electorales

Es el denominador común de ERC, de la CUP, pero también de sectores del Pdecat. La paradoja es que no se trata de una revolución social, porque el proceso soberanista lo ha sustentado un conjunto de clases medias con un nivel de vida bastante superior a la media española, pero la sensación de que el futuro puede ser peor, que es inestable e impredecible ha llevado a esos cientos de miles de ciudadanos a pensar que cualquier cosa será mejor que volver a los tiempos en los que CiU y PSC se repartían el poder.

Sin embargo, ¿qué queda después de cinco años de proceso? ¿En qué operaciones tangibles se ha demostrado que valía la pena esa especie de insurgencia colectiva?

Iceta se enfrenta a la realidad. Puede lograr una posición envidiable, para ejercer de colchón en el Parlament, para reconducir lo que se ha hecho rematadamente mal, para empezar esa apuesta por saltarse la legalidad que ha tenido y tendrá serias consecuencias judiciales y económicas. Pero puede fracasar, y demostrar que Cataluña ya está demasiado polarizada, que existe un independentismo fuerte, con ERC a la cabeza, y una fuerza política a la contra que no quiere utilizar el lenguaje políticamente correcto del catalanismo, con Ciudadanos ejerciendo ese papel de buscar un replanteamiento de fondo, de cuestionar la propia idea del nacionalismo que arranca con el primer gobierno de Jordi Pujol en 1980.

Los números, en todo caso, muestran que puede haber partido. Según los expertos, como Oriol Bartomeus, que ha analizado el conjunto de encuestas publicadas hasta ahora, en función de los resultados de las elecciones de 2015, hay unos 125.000 electores que votaron a Junts pel Sí con poco convencimiento y que ahora, con una opción de centro catalanista podrían variar el voto. También se debe recordar que algo más de 100.000 votantes de Unió, con Espadaler, precisamente, como candidato, se quedaron sin poder tener representantes en el Parlament, porque no superaron la barrera mínima del 3%.

Cataluña en su conjunto habría firmado con los ojos cerrados en 1978 llegar a la situación de 2017

Bartomeus señala que entre el PSC y Ciudadanos existe una frontera de 75.000 votos, que los podría retener Iceta. Y que, a cambio, Ciudadanos, al verse como una opción más clara de ruptura frente al independentismo, podría aprovecharse de su frontera con el PP, que también es de 75.000 votos.

Todo está en el aire. Lo que ocurre es que el propio lenguaje ha cambiado. El candidato de Catalunya en Comú, Xavier Domènech, gritaba este sábado “¿Quo vadis PSC?”, por ese pacto con los exdemocristianos de Unió. El domingo, las bases del partido de Ada Colau, votaban a favor de echar al PSC del Ayuntamiento de Barcelona. ¿De verdad los socialistas se han convertido en el problema? ¿Son ellos los responsables de que Cataluña sea incapaz de gobernarse con un plan que no ha ido a ninguna parte?

Puede que no haya partido, que Iceta no tenga ninguna opción. Pero si eso ocurre no será un fracaso del PSC –o no sólo—sino de la propia sociedad catalana en su conjunto, que habría decidido separarse en dos bloques irreconciliables, con la mala suerte para los dos de que pueden vivir empatados durante mucho tiempo.

Y quien perderá no es el PSC –que también—sino toda Cataluña, un país que habría firmado con los ojos cerrados en 1978 llegar a 2017 con un nivel de vida y una situación respecto a los propios derechos colectivos como catalanes, absolutamente envidiable, que parece que está dispuesta, sin embargo, al suicidio.