¡Pedrooo, resisteee! 

Los españoles observamos, con una mezcla de resignación y cansancio, cómo la política en nuestro país se ha convertido en una tragicomedia donde el protagonista se niega a aceptar su destino

No pienso cometer el inútil esfuerzo de explicar las presuntas tramas de corrupción, las detenciones y los sumarios que orbitan alrededor del Gobierno y del PSOE. Sería una tarea tan estéril que acabaría con cualquiera que intentara descifrar quién era quién, quién llamaba a quién y quién mordía a quién. Y como este país ya tiene suficientes problemas como para añadirle un sudoku judicial, quizá lo que merece la pena explicar no es el escándalo en sí —que mañana tendrá otro capítulo—, sino por qué, en semejante panorama, Pedro Sánchez se agarra al poder como un gato a unas cortinas. 

España vive un deterioro institucional pocas veces visto. Las costuras del Estado parecen que van a reventar de un momento a otro, y los escándalos —reales, presuntos, filtrados o en proceso de instrucción— habrían hecho dimitir ya a cualquier gobierno democrático mínimamente funcional. Pero este no. Este sobrevive. Este resiste. Este insiste. Este se aferra. Es inevitable, por lo tanto, hacer comparaciones con otros gobiernos en situaciones similares: un decir, el último de Felipe González. Un ocaso que estuvo marcado también por la corrupción. 

Por aquel entonces el viejo PSOE se desmoronaba a un ritmo casi idéntico al de hoy: portadas demoledoras, jueces inquisitivos, asesinatos de Estado, escuchas ilegales y un hedor a fin de ciclo que se colaba, a diferencia de ahora, hasta en los Telediarios de TVE. Y, sin embargo, González tuvo algo que a Sánchez no se le adivina: pudor. Pudor político. Pudor institucional. Pudor democrático. Aquel González, exhausto y consciente del desgaste, dejó que el ciclo terminara. Se marchó. Se apartó. La diferencia es que Pedro Sánchez, posiblemente, tenga que hacer frente a una situación legal más complicada si deja el poder. A lo que hay que añadir otra circunstancia también relevante: los socios que le rodean y que son los primeros interesados en que siga aferrado al cargo. 

Las costuras del Estado parecen que van a reventar de un momento a otro

Porque mientras todos nos preguntamos cómo es posible que nada se mueva aunque todo se hunde, en Bruselas se reúnen Otegi, Puigdemont y compañía para debatir la necesidad —a pesar de todo, y precisamente por todo— de que Sánchez siga. De que resista. De que permanezca. No por él, claro está, sino por ellos. Porque el oportunismo tiene estas cosas: hay trenes que solo pasan una vez en la vida, y para estos dos carteristas de la política, este tren sale de Moncloa, hace parada en Waterloo y termina en la sede de EH Bildu. Un chollo histórico que no se repetirá. ¡Pedrooo, resisteee! 

Sánchez es, para ellos, el acceso a la cueva del tesoro. Su particular “Ábrete, Sésamo”. La llave maestra del botín institucional. El Alí Babá que abre paso a una banda de cuarenta ladrones, en la que todos reparten, todos cobran y todos —como buenos socios— miran para otro lado mientras el país se hunde en un barrizal moral del que costará generaciones salir. 

(Foto de ARCHIVO) El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, asiste a la presentación de la serie de ficción 'Anatomía de un instante', en el Congreso de los Diputados, a 20 de noviembre de 2025, Madrid (España). La serie 'Anatomía de un instante', producida por Movistar Plus+, dirigida por Alberto Rodríguez y basada en la novela de Javier Cercas, narra el golpe de Estado en España del 23 de febrero de 1981. Ricardo Rubio / Europa Press 20 NOVIEMBRE 2025;PRESENTACIÓN SERIE DE TELEVISIÓN 20/11/2025
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Foto: Ricardo Rubio / Europa Press.

Pero también hay otra razón por la que siguen sosteniéndolo. Porque en esta banda nada importa más que el poder: ni la estabilidad del país, ni la reputación de sus instituciones, ni el deterioro moral que conlleva que dentro del PSOE se tolere —y se justifique— un trato vejatorio a mujeres que, en cualquier democracia sana, habría desencadenado un terremoto. Pero a sus socios les da igual. Les importa un comino. Ellos solo hacen cálculos: todo lo que erosione a España pero les mantenga cerca del botín suma. 

Y mientras tanto, agitan el espantajo de que viene la extrema derecha. Una amenaza tan sobada que ha perdido ya toda la fuerza de su significado. Es más, muchos y, especialmente muchas, han descubierto que los comportamientos ultras ya estaban dentro, que no hay que esperar a que llegue nadie de fuera para ver actitudes machistas, sectarias, excluyentes y dañinas para la convivencia. 

Los españoles observamos, con una mezcla de resignación y cansancio, cómo la política en nuestro país se ha convertido en una tragicomedia donde el protagonista se niega a aceptar su destino. Sánchez está en fase de negación permanente, aferrado a la idea de que si aguanta un poco más, si resiste otro mes, otra portada, otra detención, quizá la tormenta pase. Como si la realidad fuera un vendaval estacional y no el sumario abierto a toda una trama corrupta urdida nada más llegar al poder. 

Pero como parece resistirse a enfrentarse a lo inevitable, igual a los españoles no nos queda otra que sentarnos, cruzarnos de brazos y contemplar, atónitos, cómo un día de estos la UCO acaba entrando en la Moncloa. 

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