La llamada de Trump a Maduro se escucha en Madrid 

La conversación entre Trump y Maduro no es solo un episodio diplomático; es el símbolo perfecto de un cambio de era

Da miedo pensar cómo una simple llamada de teléfono y un par de frases pueden cambiar el tablero político mundial. Sobre todo si quien está al otro lado del aparato es el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. No sabemos con exactitud qué le dijo al dictador venezolano, Nicolás Maduro, pero los ecos de esa conversación recorren Caracas, Washington y, curiosamente, Madrid. Porque cuando la geopolítica toca a la puerta, siempre hay alguien en la Moncloa que abre sin mirar por la mirilla. 

El hecho es tozudo: Venezuela celebró unas elecciones que ganó Edmundo González Urrutia. Luego vino lo de siempre: fraude monumental, represión, amenazas, desapariciones intermitentes y una “victoria” de Maduro que solo compraron quienes necesitaban comprarla. Pero ahora esos mismos —gobiernos, plataformas ideológicas y la habitual tropa de opinadores adictos— descubren un pequeño problema lógico: si aceptaron el poder por la fuerza, no pueden exigir que el cambio de régimen sea por vía espiritista. La fuerza, aquí y en cualquier manual honesto de ciencia política, no se evapora por decreto. 

Y ahí entra Donald Trump. Porque si algo tiene el presidente norteamericano es un concepto muy básico, pero eficaz, de cómo convencer en una negociación: un portaaviones vale más que mil conferencias de prensa. Para él, la legitimidad no se negocia en Ginebra, sino en el radar del “Gerald Ford”. Y de pronto, el verdadero ganador de las elecciones —Edmundo González Urrutia— se encuentra a un paso de la presidencia venezolana, entre otras cosas porque a Trump le conviene más reconocer la legitimidad democrática que aceptar a quienes levantaban el puño solidario con la revolución bolivariana. 

La ecuación tiene, además, otros elementos a considerar: el premio concedido a María Corina Machado. Nobel de la Paz y Venezuela en la misma frase. Una anomalía histórica que solo se explica por la necesidad de la comunidad internacional de compensar años de mirar hacia otro lado. Y, claro, no era de extrañar que la ultraizquierda española, liderada por Pablo Iglesias desde su estudio de tertulias con incienso ideológico, se lanzara a calificar a Corina de “nazi”. Confirmándose así, una vez más, que para cierta izquierda retrógrada, todo aquel que no comulgue con su manual de nostalgias soviéticas es automáticamente fascista. La palabra ya no significa nada, pero es un comodín para ocultar errores políticos de bulto. 

«La caída del régimen chavista —si finalmente se consuma— podría convertirse en otro golpe devastador para un presidente que ya solo colecciona escándalos y fracasos«

El terremoto venezolano tiene otro epicentro más cercano: José Luis Rodríguez Zapatero. El “pacificador”, el “mediador”, el hombre que convertía cada viaje a Caracas en una epifanía progresista, se enfrenta ahora a una narrativa mucho más difícil de explicar. Porque si Maduro cae, cae también el decorado. Y detrás del decorado asoman negocios, gestiones privadas, contactos privilegiados y un incremento patrimonial que, según diversas investigaciones, no resiste ni un rápido vistazo a las cuentas del expresidente socialista. El gran mediador podría acabar siendo el gran beneficiado de la tragedia que vive Venezuela con Maduro. Y esa historia, cuando se destape del todo, promete páginas incómodas. 

Pedro Sánchez tampoco puede faltar en esta historia. La caída del régimen chavista —si finalmente se consuma— podría convertirse en otro golpe devastador para un presidente que ya solo colecciona escándalos y fracasos. En pleno proceso de descomposición interna, con un gobierno enfrentado a sí mismo, la sombra venezolana vuelve para recordarle que en su entorno siempre hubo demasiada simpatía por el chavismo. Y que las conexiones con figuras como Delcy Rodríguez no son leyendas urbanas, sino episodios documentados, reforzados ahora por las explosivas declaraciones del hijo de Ábalos

Al final, la crisis venezolana parece devolver a Sánchez un reflejo de sus propios errores: un régimen que se cae porque ya no lo sostiene nadie, como un castillo de arena entre las olas. Y, en España, un gobierno que se deshace por hemorragia política, incapaz de cerrar ninguna herida, incapaz de frenar ninguna fuga, incapaz de controlar la narrativa que se derrumba día tras día. La hemofilia política de la que ya hemos hablado aquí. 

La conversación entre Trump y Maduro no es solo un episodio diplomático; es el símbolo perfecto de un cambio de era. Un portaaviones frente a un régimen agotado. Una oposición democrática que puede finalmente recuperar su lugar. Y, a miles de kilómetros, un gobierno español que observa con creciente inquietud cómo se desmorona un aliado ideológico mientras él mismo se desliza por una pendiente muy similar 

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