Paisaje político después de la moción

Vox intenta a la desesperada recuperarse de una operación de marketing fallida que podría marcar el principio de su irrelevancia

Hay una prueba del algodón definitiva para saber quién ha perdido y quién ha ganado un envite político de tanta importancia como la pasada moción de censura: Quien se sabe ganador, calla. Ya ha hecho su trabajo.

En cambio el que ha perdido, si no está bien aconsejado, trata de recuperar su propia autoestima y de recomponer su magullada figura a base de acciones poco meditadas, declaraciones escasamente pensadas y cabriolas circenses sobreactuadas, añadiendo de esta forma una sensación indescriptible de ridículo y tristeza a la propia derrota política.

Lo escribí en este mismo espacio la pasada semana antes incluso del discurso de Casado: Abascal no da la talla. Y no la ha dado ni siquiera en el más favorable de los espacios políticos, una moción de censura que nuestros legisladores concibieron para el lucimiento del candidato, anunciando de esta forma algo tan evidente como incuestionable, el comienzo de la caída electoral de Vox hacia sus propios infiernos, algo que por cierto ya están sufriendo los otros partidos de la famosa “nueva política”, formaciones altamente dependientes de las figuras de su líderes-fundadores, que al caer estos en desgracia ante la ciudadanía por cualquier razón, no tienen banquillo ni estructura como para poder recuperar el espacio antaño logrado.

Ahí tienen la triste trayectoria de Ciudadanos tras la salida de Albert Rivera o larguísima caída en picado a la que está sometiendo Pablo Iglesias a un partido que quiso superar al PSOE y en las próximas elecciones luchará por conseguir grupo parlamentario propio a pesar de ostentar hoy vistosos ropajes gubernamentales.

El propio Santiago Abascal fue quien mejor interpretó esa derrota en su réplica a Pablo Casado, mostrando al subir totalmente groggy al atril del Congreso todas las carencias de un político sin discurso, sin recursos, sin proyecto de país y sin ideología más allá de los cuatro lugares comunes que cualquier carlista reaccionario hubiera podido enunciar hace dos siglos.

Abascal fue quien mejor interpretó esa derrota en su réplica a Pablo Casado, mostrando al subir totalmente groggy al atril del Congreso todas las carencias

Ahí, en ese discurso, fue donde descubrimos al verdadero Santiago Abascal, el mejor representante de la “derechita quejica”, doliéndose cual toro manso de que Pablo Casado le hubiera leído la cartilla.

Como los abusones de patio de colegio, ya saben, esos que les robaban la merienda y humillaban a los de primero, en cuanto uno de su tamaño le ha hecho frente, Abascal ha huido con el rabo entre las piernas a chivarse : “Profeee, profeee, que Pablito me ha pegadooooo”.

Este es, en resumen el paisaje tras la moción de censura en la que Santiago Abascal fue a por lana y salió trasquilado, la moción que la ultraderecha nacionalpopulista presentó contra Pablo Casado y solo sirvió para reforzarle como líder de la oposición, la moción de censura que el gobierno vendió la piel de Casado antes cazarlo y en la que este fue capaz de mostrar todas sus vergüenzas.

La moción que desenmascaró la unidad de acción del gobierno y sus mamporreros de Vox y en definitiva, la moción que permitió a Pablo Casado impugnar el relato de la polarización derecha-izquierda que tan estupendamente ha servido al gobierno para mantener al país dividido con el apoyo de Abascal y sus mariachis para dibujar un nuevo campo de juego político con dos nacionalpopulismos idénticos su gusto por el autoritarismo, uno en cada extremo ideológico y un solo partido que quiere defender la democracia liberal uniendo todo el voto moderado independientemente de su origen ideológico en una apuesta revolucionaria.

Una apuesta que puede llevarle a la Moncloa, por cierto.