Un pan como unas tortas
Coincido con Duran Lleida: no habrá referéndum ni independencia. Pero el soberanismo ha llegado para quedarse
Sí, tiene razón Josep Anton Duran Lleida. Hemos hecho un pan con unas tortas. Mi coincidencia con el diagnóstico del autor del libro no puede ser más evidente. No habrá referéndum, no habrá independencia, pero cuidado con el desenlace y con la correlación de fuerzas resultante.
El independentismo ha sido estos cinco años un movimiento apresurado, idealista, quimérico si se quiere, además de imprudente, aventurista e incluso irresponsable, o lo han sido al menos algunos de sus dirigentes más destacados. Pero ha venido para quedarse.
El cambio en la opinión pública catalana que se produjo a partir de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut no se revertirá súbitamente ni se disolverá por una derrota política como la que se intuye que va a producirse muy próximamente. Tampoco se diluirá por efecto del desgaste y del tiempo, el factor Rajoy, que ha servido hasta ahora para estancar el proceso y solo superficialmente para erosionarlo.
Este no es el problema de Cataluña, como muy bien dice Duran, sino el problema de España, y es un problema que exige capacidad política, visión histórica, horizonte europeo, diálogo, pactos y sobre todo un proyecto o idea de país, un relato español, que ahora mismo nadie ve por ningún lado y lo que es peor, muchos consideran del todo innecesario.
Y no es un problema que ha surgido de la nada, como un accidente, un capricho o incluso un designio arbitrario de políticos oportunistas para obtener el poder, para mantenerse en él o para tapar la corrupción. Ni es un soufflé que bajará en su momento con el mismo impulso con que subió, ni es una locura pasajera atribuible en sus orígenes ya sea al presidente del Estatut, Pasqual Maragall, ya sea al presidente del Procés, Artur Mas, o a los dos a la vez.
El problema de organizar la distribución del poder territorial en España, país compuesto y diverso en lenguas y en culturas, es anterior al Estatut y anterior naturalmente al Procés. Fue resuelto de forma brillante y por lo que se ha visto circunstancial por Adolfo Suárez con la recuperación de la Generalitat republicana, la consagración del autogobierno de regiones y nacionalidades en la Constitución de 1978 y el Estatut de Cataluña de 1979.
Con independencia de cuáles sean las causas de la actual ruptura del consenso constitucional en Cataluña, es tan evidente que la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el nuevo Estatut fue el disparo de arranque del proceso independentista como lo es que el partido que recurrió el texto estatutario entonces todavía no ha dado una respuesta respecto a qué quiere hacer ahora o en el futuro con Cataluña.
No le gustaba aquel Estatut en cuya redacción no quiso participar, no quiso un pacto fiscal de ningún tipo –fuera el modelo vasco y navarro o fuera cualquier otro–, no le gustó tampoco el proyecto de bicapitalidad española para Barcelona, ni la idea de consultar a los catalanes sobre su futuro sin efectos vinculantes como sugerían Francisco Rubio Llorente o Francesc de Carreras, y mucho menos la de aceptar un referéndum de autodeterminación; aunque tampoco le convence la necesidad de reformar la Constitución.
El partido que gobierna en España ha ofrecido como único proyecto para Cataluña un status caracterizado por políticas regresivas
Durante diez años, pues, el partido que gobierna actualmente en España ha ofrecido como único proyecto para Cataluña el mantenimiento estricto de un status quo que la mayor parte de los catalanes contestan, aderezado además por políticas regresivas respecto al autogobierno, en algunos casos abiertamente vejatorias e insultantes para muchos catalanes, como son las que se refieren a su lengua propia.
Independentismo e inmovilismo se han retroalimentado desde entonces, tal como señala muy agudamente Duran i Lleida, en una escalada polarizadora que ha dado rendimientos a los extremos enfrentados. Nada ha contribuido más y mejor al crecimiento del independentismo como la indiferencia y el quietismo de Mariano Rajoy, y nada ha contribuido tanto a las mayorías de gobierno del PP como el temor a la secesión catalana levantado por la retórica arrogante y desafiante del independentismo.
Duran nos ofrece en este libro dos hilos argumentales simultáneos y mezclados. Por un lado, la formulación en términos moderados y pactistas del programa soberanista en el que estaba comprometido con su fuerza política hasta el día en que se rompió la coalición CiU: está en favor del derecho a decidir, está por una fórmula pactada de permanencia en España que califica de confederal, está por la redacción de una cláusula adicional de la Constitución para Cataluña como ha propuesta Miguel Herrero. Por el otro lado, el otro hilo argumental son las advertencias persistentes y perfectamente moduladas que fue dirigiendo en cada momento a su propio campo, en abierta disidencia no con el programa sino con el método, y al gobierno por su inmovilismo: al primero, su propio campo soberanista, respecto a la necesidad de respetar la legalidad, mantenerse en el campo del europeísmo, rechazar toda unilateralidad, alejarse del extremismo y del populismo de la CUP. Al segundo, el campo del Gobierno, respecto a la necesidad del diálogo político, la inutilidad de la exclusiva vía judicial, la perversidad de la inacción y del inmovilismo.
Duran i Lleida basa ‘Un pan como unas tortas en dos hilos argumentales’: el programa soberanista y las advertencias al Gobierno
Duran, como otras voces –muy pocas, es verdad– que no se han dejado arrastrar por la polarización, siempre es el traidor españolista de alguien en el campo independentista y el independentista camuflado de otro en el campo opuesto del antisoberanismo. Aunque quede demostrado que sus advertencias constantes eran correctas, siempre alguien de un lado o del otro las ha interpretado como un obstáculo a los objetivos de dos causas que parecen exigir una victoria total y una derrota igualmente total del adversario.
La acusación coincidente de unos y otros, que es la de equidistancia, la de buscar críticas simétricas en cada ocasión, es la más insidiosa porque pretende despojarle de toda moralidad, por una mera cuestión topográfica como es su centrismo y su moderación, convirtiendo así el combate contra la polarización en puro oportunismo.
No soy yo quien va a defender a Duran de estas acusaciones, porque sabe defenderse muy bien él solo tal como demuestra en su libro, pero si quiero señalar un hecho estrictamente objetivo que avala su posición, la de su partido ya desaparecido Unió Democràtica de Catalunya y la del catalanismo digamos que posibilista, moderado o pactista, que tan bien ha representado en los cien años de historia de la ideología, en los 80 largos del partido y en los 40 de biografía política del propio Duran.
Todo lo que ha conseguido la Cataluña contemporánea, su altísimo nivel de autogobierno –uno de los más altos de cualquier región europea a pesar de los retrocesos y de las crisis actuales–; la plena recuperación del catalán como lengua de cultura y como lengua de todos, incluida la inmigración; la preservación del sentido de identidad colectiva; la pujanza de su economía y de su sociedad; la proyección internacional y el prestigio de su capital Barcelona; todo esto, y muchas cosas más, no han sido obra del secesionismo, del radicalismo, de las iniciativas insurreccionales –que las ha habido y siempre fracasadas y a costa de un alto precio incluso en vidas humanas–, sino del sentido realista y del pragmatismo, de la capacidad de diálogo y de la voluntad de pacto, todo lo que Duran defiende con paciencia, con tozudez, con una enorme capacidad para hacer frente al desánimo.
A pesar de la imposibilidad de realizar el referéndum secesionista, si el Ejecutivo central no tiende la mano a Cataluña la idea rebrotará con más fuerza
No ha sido un catalanismo exclusivista, dividido y radicalizado, minorizado en definitiva, enfrentado a España y aislado del mundo quien lo ha conseguido, sino un catalanismo transversal, unitario e integrador, en estrecha alianza con la democracia española y europea como el que propugnaba Convergència i Unió antaño y como el que ha propugnado Unió hasta su desaparición y el que sigue propugnando Duran ahora y en este libro.
Para terminar, deduzco del libro de Duran que lo que hemos vivido hasta ahora es solo la primera vuelta de una partida mucho más larga que todavía está abierta y puede permanecer abierta durante años si nadie no se empeña en lo contrario, es decir, si nadie se propone cerrarla de forma que resuelva los problemas actualmente planteados para al menos una entera generación como si hizo en 1978.
De acuerdo con Duran, está claro que no habrá ahora referéndum, no habrá ejercicio de este derecho a decidir que él mismo propugna, no habrá independencia. Pero si no hay respuesta enseguida, inmediatamente, al día siguiente; si a la derrota circunstancial que sufrirá el secesionismo no le sigue una iniciativa generosa de diálogo y un horizonte de acuerdo y de pacto que resuelva el problema para al menos otra generación más; si sigue abierto el interrogante sobre el futuro de Cataluña, entonces –creo que Duran no me desmentirá– la idea de una secesión puede retomar impulso y con mayor energía todavía.
De ahí que yo lea este libro, compuesto por las advertencias desgranadas a lo largo de cinco años en su blog, y recopiladas ahora en este libro, como una advertencia mucho más seria y mucho más grave sobre la necesaria apertura ahora del diálogo político que hasta ahora ha faltado y que es la única vía para conseguir un nuevo entendimiento entre todos los ciudadanos y pueblos de las Españas que vivifique y renueve el pacto constitucional alcanzado en 1978 y erosionado hasta su casi extinción en los últimos diez años.
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Discurso de Lluís Bassets, director adjunto de El País en Cataluña, durante la presentación del libro ‘Un pan como unas tortas’ que fue presentado el pasado martes en Madrid