Periodismo y líderes políticos

Hay pocas cosas que me desesperen. Una de ellas es comprobar que los ciudadanos aún creen que los políticos –más bien los líderes políticos– actúan esencialmente por ideología y principios, con honestidad y en defensa del interés general. Cuando en realidad la regla de oro de los políticos profesionales es ganar o conservar el poder. Y el poder no es sólo gobernar: también tienen poder, aunque menos, quienes están en la oposición.

Por ejemplo: todas las iniciativas de Artur Mas van encaminadas a salvar su futuro político, sacrificando a Convergència si hace falta; a Joan Herrera le ha venido Dios a ver con la suspensión de la consulta del 9 de noviembre porque así evita que ICV se desgarre; Miquel Iceta confía en que el PSC recupere la credibilidad perdida a costa del fracaso de sus oponentes internos que han abrazado el soberanismo; Oriol Junqueras tiene presente que su partido ha devorado a un ritmo frenético a sus antecesores al menor fracaso o muestra de duda o debilidad; Alicia Sánchez-Camacho y Albert Rivera compiten por exhibir como trofeo la cabeza cortada del catalanismo. Y así todos, con la vista puesta en las elecciones que se avecinan.

No, no soy antipartidos ni antipolítica. Tampoco un cínico, aunque sí un escéptico. Creo que partidos y política son imprescindibles en democracia. Lo que no puede ser es que los políticos profesionales campen por sus anchas sin control, aprovechándose de la credulidad de los ciudadanos/electores. Tampoco es verdad que todos los políticos sean iguales, aunque se parecen. Lo que es verdad es que, sin control, la política profesional se corrompe y deja de ser útil para el progreso social.

Y cuando hablo de controles, más allá del principal: el juicio de las elecciones, pienso en jueces y periodistas. Hablemos de estos últimos. ¿Cumplimos con nuestra función? ¿Estamos demasiado involucrados con determinadas opciones políticas? ¿Incluso entregados a ellas?

“Los periodistas estamos para protegernos de los líderes políticos”.
Lo dice un profesional norteamericano, Seymour Hersh, que habló en el Global Editors Network, que se celebró en junio en Barcelona. Un extracto de su conferencia —Por qué creemos cualquier cosa que dicen los gobiernos— la publica Capçalera, la revista del Col.legi de Periodistes de Catalunya en su edición de septiembre.

Los periodistas, estoy convencido, somos muy responsables de esa falta de conciencia crítica y autónoma de los ciudadanos, a quienes no hemos protegido de los líderes políticos como reclama Hersh. Durante años nos hemos limitado a reproducir lo que dicen unos y otros, haciendo de correa de transmisión de lo que no es otra cosa que agitación y propaganda, haciendo así creíble el mensaje más absurdo, la iniciativa más disparatada. Ya lo decía Jordi Pujol: lo importante es el titular, es decir, el mensaje desnudo y sin matices.

Afortunadamente, en las últimas semanas, al caer muchas de las caretas de los líderes del país, nos encontramos en los medios con crónicas, análisis e interpretaciones de las verdaderas intenciones de nuestros políticos, con opiniones y debates sobre lo que está sucediendo en Catalunya y en España, porque una cosa es lo que se nos dice y otra lo que realmente sucede. Una buena práctica, sin embargo, a la que aún se muestran impermeable las radios y televisiones públicas, las de aquí y las de allí, altavoces del poder respectivo.

Los periodistas de RTVE han denunciado en público el control político del medio antes de que les pase lo de Canal 9, que reconocieron que habían sido un instrumento de manipulación del poder cuando ya estaban en la calle. Algún día, quizá, escucharemos algo parecido en boca de los compañeros de Catalunya Ràdio y TV3. Ojalá no sea demasiado tarde.