Petrocat, un despropósito del ‘sector negocis’
Repsol está a punto de tomar el control de Societat Catalana de Petrolis (Petrocat). Ya ha llegado a un acuerdo para adquirir el 45% que obra en poder de la vieja Cepsa, hoy dominada por capitales árabes. Repsol poseía de antiguo otro 45% del capital, de modo que alcanzará una hegemonía abrumadora. El 10% restante obra en manos de la Generalitat. Con su dilución en el seno del gigante Repsol, Petrocat escribe el penúltimo capítulo de su historia, la historia de un disparate empresarial.
No es intempestivo recordar que Petrocat se fundó en 1987 con el objetivo de instalar una tentacular red de estaciones de servicio en Catalunya, a cargo de empresarios vernáculos. A la sazón, el férreo monopolio de Campsa estaba condenado ya al desguace e iba a instaurarse un régimen de libertad para la apertura de puntos de venta de los derivados del crudo.
Joan Hortalà, consejero de Indústria, tuvo la ocurrencia de aprovechar la oportunidad y dio en patrocinar desde la Generalitat una especie de Campsa catalana, con el apoyo entusiasta de otro conseller, Macià Alavedra, y del influyente secretario de Presidència Lluís Prenafeta. Se ofrecería participación prioritaria en ella a las gasolineras privadas de la zona, a fin de que cubrieran el hueco dejado por el pertinaz monopolio.
El primer presidente de Petrocat fue Josep Piqué, director general del departamento de Indústria con Jordi Pujol, que hoy es máximo ejecutivo del grupo constructor OHL, del ex vicepresidente del Gobierno Juan Miguel Villar Mir. En 1990, Piqué cesó en Petrocat y le sustituyó Prenafeta. A éste le relevó tres años después su hombre de confianza Josep Maria Calmet.
Semejantes trasiegos hicieron que mentes aviesas situaran pronto a Petrocat dentro del grupo llamado sector negocis de Convergència, cuyo representante más genuino es sin duda alguna Jordi Pujol Ferrusola. Otros miembros de este selecto club son Felip Massot, Carles Sumarroca, Carles Vilarrubí y Ramon Bagó, que encierran la característica común de haberse hecho inmensamente ricos al amparo del pabellón político.
Fallido estrepitoso
Petrocat tropezó casi desde el primer momento con serias dificultades y en poco tiempo se desnaturalizó por completo. Los gasolineros llamados a la causa común no se entendieron con los políticos que pretendían darles lecciones y se largaron con viento fresco. De forma sorprendente, sus cupos accionariales cayeron entonces bajo la férula de las dos mayores petroleras españolas, Repsol, que en esa época era pública, y Cepsa, que dependía de la multinacional francesa Elf Aquitaine, de capital también estatal.
Tras ese giro rocambolesco, las acciones de Petrocat quedaron repartidas entre la Generalitat, Repsol y Cepsa. Es decir, justo lo contrario de lo que se pretendía con la fundación de la compañía, pues su objetivo cardinal residía en fomentar la iniciativa particular en el sector de la distribución de carburantes.
En resumen, lejos de favorecer a las pymes catalanas del ramo, Petrocat devino instrumento de competencia desleal contra ellas. Y, encima, con el respaldo y el dinero del conjunto de los contribuyentes. El fracaso no podía ser más garrafal.
A mediados de los años 90, cuando la compañía llevaba casi diez ejercicios consecutivos arrojando pérdidas, la Generalitat acordó salirse de ella y enajenó el grueso de su participación a favor de los otros dos socios, que así quedaron libres para hacer y deshacer a su antojo.
En 2007, Repsol designó a su director general de comunicación Jaume Giró, como gran timonel de Petrocat. Tras su aterrizaje, tal como recordaba el pasado martes el director de este periódico Xavier Salvador, Petrocat vivió un periodo de auge y de crecimiento de su red. Giró abandonó el puesto en 2010, tras asumir la responsabilidad de las relaciones exteriores de Grupo La Caixa.
Petrocat cuenta hoy con unas 80 gasolineras, pero la Comisión de Competencia ha ordenado a Repsol que se desprenda de la cuarta parte de sus establecimientos. La Generalitat conserva, por ahora, el 10%. Al parecer, la única pretensión del Govern es que Petrocat mantenga su marca y no la sustituya por la de Repsol. Como si la marca –y no el precio– fuera el factor determinante entre los conductores a la hora de repostar.
Pero tarde o temprano, el imperio de Repsol acabará prevaleciendo, porque no tiene sentido alguno lucir una doble bandera por estas latitudes. En cualquier caso, las insignias de Petrocat en las vías de circulación catalanas no hacen sino recordar al conjunto de los ciudadanos esta desgraciada aventura económica que ha engullido una riada de millones. Cuanto antes se borre la enseña, antes se olvidará este fiasco del omnipresente sector negocis.