Podemos, el fin de la inocencia
En las próximas elecciones, Podemos llega con la ilusión intacta de seguir estableciendo como principal baza electoral la exclusión política por pertenencia de clase. Es una estrategia para negar a los otros cualquier opción a tener razón. Los otros serán de nuevo dibujados como opresores, corruptos, sometidos al sistema, oligarcas, explotadores y, así, como traidores a la izquierda auténtica.
El camino al poder a través de una épica del acorazado Potemkin, donde ellos, los nuevos marineros, se rebelarán contra el poder establecido. Querrán volver al 15M, su periodo inicial de conmociones y revoluciones políticas, ahora de terciopelo o de palio rojo. Izquierda Unida, tras el acuerdo, declarará que no teme a los lobos aunque pueda significar perderse en el bosque espeso de Podemos.
Volveremos a escuchar que vivimos en una democracia coja, falsa, una democracia solamente útil a los ricos, a una selecta minoría. Su lenguaje intentará divinizar el cambio y satanizar la continuidad. Todo tratará, no tanto de ganar las elecciones, sino de conseguir un triunfo parcial gracias a desplazar al PSOE y situarse en el segundo puesto, para obligar a Pedro Sánchez a pactar con ellos y dificultar de este modo la diseñada gran coalición con el PP.
Este nuevo esfuerzo por mantener la estética de una lucha cuerpo a cuerpo contra la España explotadora se verá afectada por la pérdida de la inocencia que han provocado dos meses de negociaciones llenas de contradicciones.
La imagen de Pablo Iglesias ha sufrido el desgaste de los liderazgos fuertes. La crisis con Errejón, las crisis con las confluencias, con Pedro Sánchez, con los medios de comunicación y el debilitamiento de su proyecto táctico de referéndum en Cataluña. Todo ello, y con mayor fuerza, ha dispuesto un campo abonado para la crítica hacia una forma de hacer las cosas donde todo es instrumental para conseguir el deseado trono.
El fin de la inocencia es la victoria de la España de las ciudades en el seno de Podemos, frente a la España del Estado que intenta conseguir Iglesias. Mientras Iglesias va, desde hace más de un año, de mitin en mitin, Barcelona, Madrid y Valencia se unen en una luminosa idea: ser el contrapoder al estado, al gobierno central.
El fin de la inocencia implica que la lucha que aflora públicamente ya no es contra Rajoy y Sánchez sino contra Carmela y Colau. Y una parte de su electorado más radical no está dispuesta a aceptar una victoria electoral sin que la resistencia de los explotadores, el capital, sea aplastada definitivamente.
El programa electoral de Podemos se acerca mucho a esta conocida máxima «Ciudadanos ¿Queréis una revolución sin revolución?» Una máxima que es la antesala para aceptar que la ansiada revolución es tan sólo una pregunta que, además, no espera respuesta.