¡Que se intente un gobierno de coalición de dos o tres partidos!
El resultado de las elecciones del 20 de diciembre ha sumido en el pesimismo a la mayoría de los empresarios. Casi nadie ve una salida clara a la gobernabilidad en España, ni mucho menos, por supuesto una solución rápida.
¡Era tan fácil la mayoría absoluta!
Casi todos los responsables de la toma de decisiones empresariales, desde los financieros españoles y extranjeros, las agencias de rating, las asociaciones profesionales, han mostrado su desconcierto. A tal efecto el 21 de este mes se dieron órdenes de venta de bonos españoles y los mercados bursátiles cayeron. Los llamados mercados, si bien eran conscientes de que tendrían que hacer frente a un escenario muy distinto, se vieron sorprendidos por la profundidad del cambio y por la dificultad que los resultados electorales vaticinaban para formar un gobierno estable.
Automáticamente subió la prima de riesgo. Se espera pues más de dos meses de gobierno en funciones, de parálisis en la toma de decisiones empresariales, de negociaciones difíciles, en definitiva, de inestabilidad. Lo que más les aterra. Al tiempo que los ciudadanos van digiriendo los efectos de la desaparición del bipartidismo más o menos imperfecto –lo que nos conduce a gobiernos más complejos en un país no acostumbrado al consenso y a los pactos– nos enfrentamos a un panorama económico en el que será necesario tomar decisiones de calado.
Y no precisamente el tipo de medidas que ha venido tomando el PP. Es cierto que existe un presupuesto aprobado para 2016 pero habrá que ajustarlo según ha venido advirtiendo la Comisión Europea en unos 10.000 millones. El déficit no está controlado y la deuda pública tampoco. Las exportaciones funcionan muy bien pero la debilidad de loa países emergentes tiene que pasar factura. Hay abundante liquidez pero no abundantes proyectos de inversión ni clima para emprender proyectos de envergadura, y, mientras tanto, la inversión extranjera va a tomárselo con calma.
Las políticas de austeridad que han mostrado sus límites, por decirlo suavemente, no van a poder mantenerse a la vista de la composición de la Cámara, y alguna decisión importante (¿de rentas?) habrá que tomar para atenuar la creciente desigualdad, y para ser sensibles a las demandas de las fuerzas políticas anti-austeridad.
Así pues nos enfrentamos a dos retos. Por un lado la evidente dificultad por encontrar un encaje de gobierno que responda a los resultados obtenidos. Por otro cumplir con el Pacto de Estabilidad, quizá algo suavizado, pero atender los compromisos internacionales e ir introduciendo las reformas y los cambios producto de la nueva composición del Parlamento.
¿Y los empresarios? Tratar de entender la lógica de la democracia, no dar consejos a los políticos como si fueran sus empleados, dejarlos trabajar, continuar con los planes de inversión y confiar en que España es un país maduro y políticamente sensato. Que no todo es el BOE. Ahora es el momento de los políticos, de tratar de buscar en unos resultados aparentemente imposibles, la fórmula para que este país continúe avanzando. Va a costar porque no hemos adquirido el hábito de la negociación, porque nos falta entrenamiento, porque hemos retirado a la generación que hizo la Transición, porque en estos últimos cuatro años de gobierno mayoritario y conservador, no se han abordado problemas tan de peso como la organización territorial, con el tema catalán ya podrido.
Afortunadamente casi todas las opciones siguen abiertas. Si hay que formar un gobierno de coalición de dos o tres partidos, con independientes o no, que se intente. De hecho existe mucha evidencia empírica reciente en democracias del norte de Europa, y no digamos del ejemplo italiano. (Revisar Borgen en lugar de Juego de Tronos). Que los pactos de legislatura se hagan con total transparencia, que el tacticismo quede desterrado porque los responsables tengan que dar explicaciones no tan solo a sus militantes –barones o no– sino a los ciudadanos.
Hay que ir aprendiendo a andar de otra manera y abandonar las retóricas catalanas que enmascaran los hechos. «Pasar pantalla», o «regresar a la casilla anterior», en atinada observación de Manuel Cruz, que no responden más que a un lenguaje aparentemente moderno, pero que esconde una insustancial levedad de criterio político. Nos encanta ser originales y ocurrentes con los juegos de palabras, pero somos incapaces de gobernarnos. Pero me temo que tendremos que aprender porque el país no está para bromas.