Rebelión en la granja 2.0

El independentismo está llegando al agotamiento al defender que la democracia consiste en destruir la independencia de pensamiento

Como dejó escrito el cronista francés Jacques Mallet du Pan, los revolucionarios de antes fagocitaban a sus propios líderes, como pronto aprendieron en carne propia Marat, Danton y hasta el mismísimo Robespierre. En cambio, en las revoluciones líquidas, los líderes roban a los revolucionarios.

Esto es precisamente lo que le ha pasado al nutrido contingente de jóvenes ociosos que han visto como su renuncia al confort haciendo camping en la Plaza Universidad de Barcelona para gritar al mundo “¡cuatro barras si, dos barras no!”, se ha visto recompensado con el hurto de los 30.000 euros que habían recolectado entre los visitantes a esta granja rebelde, demostrando así que todos los independentistas son iguales; pero algunos son más iguales que otros. Vamos, que cada uno, y cada cual, tiene que conocer su lugar.

Y el de los acampados, como sabemos por la pluma de George Orwell, es darse por enterados de que la lealtad y la obediencia son lo más importante: un voto en falso, un voto atrás, y los enemigos caerán encima. Así que sin duda, tanto los juveniles campistas como sus joviales padres añadirán de buen grado esta pérdida material al listado de penurias y privaciones que la causa merece: aquí paz, y después gloria, que no hay más crédulo que el que quiere creer. Hay varios aspectos desconcertantes en todo este episodio. 

El primero es la facilidad con la que los colectivos de toda clase y pelaje se empecinan en ser actores de reparto en farsas que se intenta hacer pasar por historia, repitiendo los mismos clichés y haciendo rimas con los mismos desatinos del pasado.

Por más que es harto sabido que los independentistas son rebeldes porque España les ha hecho así, no deja de ser chocante que su inconformismo antiespañol sea inversamente proporcional a la sumisión de la que hacen gala, una y otra vez, para dejarse embaucar por sus propios líderes, que aún siendo unos impostores, son sus impostores, que les roban el cepillo por su bien.

El segundo es que, desafiando el axioma del escritor irlandés George Bernard Shaw, en Cataluña, la juventud no solo no se cura con los años, sino que de hecho empeora con el paso del tiempo, siendo frecuente observar a padres y abuelos compitiendo en fantasear con hijos y nietos, con lo que, parafraseando de nuevo a George Orwell, se da la notable paradoja de que el verdadero acto de rebeldía en Cataluña consista en decir la verdad.

Cada vez más gente se irá bajando del tren fantasma del independentismo, con mayor o menor disimulo

El tercero es que el pánico al entumecimiento del independentismo le lleve a tal frenesí de actos históricos sin ton ni son, que está poniendo a prueba la capacidad de su propia parroquia para recuperar el aliento al tratar de seguir el hilo de la trama, mientras empiezan a temer que estén dejando pasar la vida por culpa de la tozudez de sus líderes al persistir en el dogma de que defender la democracia consiste en destruir la independencia de pensamiento. 

Tarde o temprano, el agotamiento propio del síndrome de movimiento repetitivo hará mella en la mayor parte de los que aún tienen un billete de solo ida a Ática, y cada vez más gente se irá bajando del tren fantasma, con mayor o menor disimulo. Quedará entonces por ver quien hará el papel del Napoleón orwelliano en el último capítulo de esta fábula catalana, compartiendo mesa en el Majestic con el Señor Pilkington de turno, para dejando colgados de la brocha estelada a los compañeros de viaje que aún sigan a bordo.

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