Reformas para una guerra

Las subvenciones y rebajas de impuestos deben pensarse muy bien teniendo en cuenta que la fase de la gran expansión fiscal financiada con fondos europeos y sin reglas de gasto puede estar llegando a su fin

La situación provocada por la invasión rusa de Ucrania ha acentuado algunos problemas de la economía internacional existentes con anterioridad al comienzo de la ofensiva. En particular la inflación había alcanzado un nivel elevado antes de la invasión, pero este proceso se ha visto agudizado por el aumento del precio de la energía (petróleo y gas), metales (níquel, aluminio, etc.) y algunos alimentos (trigo, maíz, soja, etc.). Además, y aunque Rusia y Ucrania representan una proporción pequeña del comercio mundial, las distorsiones en las cadenas de producción provocadas por la pandemia se han visto agravadas. Baste recordar que Rusia es un gran productor de paladio (fundamental para los catalizadores de los coches) y Ucrania proporcionaba el 90% del neón consumido en EE.UU. en los procesos de fabricación de chips.

La economía española no sufrirá un impacto directo importante de la crisis rusa pues los intercambios comerciales no son importantes. En algunos productos o sectores puede haber una repercusión superior como el aceite de girasol, la cebada o el maíz, así como los fertilizantes que ya habían subido de precio antes de la invasión por el efecto de la crisis en Bielorrusia un exportador muy importante de potasa.

Sin embargo, el impacto indirecto será muy significativo afectando a la inflación y la confianza de los consumidores. El aumento de la incertidumbre afectará a la inversión. Esta situación supone un cambio de escenario significativo sobre las previsiones de crecimiento anteriores a la invasión. También puede suponer cambios en la política del BCE y la permisividad de la UE respecto al ajuste fiscal. De hecho, ya hay países, como los Países Bajos, que están pidiendo una vuelta a la ortodoxia presupuestaria.

¿Qué puede hacer España en esta nueva situación? Las reformas de medio y largo plazo no se ven afectadas por las consecuencias de la pandemia y la guerra. Mercado laboral, pensiones y sistema educativo siguen siendo las grandes asignaturas pendientes. A estas se añades otras políticas que serán necesaria más a corto plazo para hacer frente a la inflación. En primer lugar, cada vez es más urgente un pacto de rentas que impida que las subidas de salarios se trasladen a incrementos de precios. La contención de salarios y beneficios frenaría el aumento de las expectativas de inflación. Es muy importante que los ajustes de salarios, de producirse, no impliquen cláusulas automáticas y, en su caso, se amolden al crecimiento de la inflación subyacente (sin tener en cuenta los precios de la energía ni los alimentos no elaborados) y no de la inflación general. Las subvenciones y rebajas de impuestos para contener el precio de la energía tienen un elevado coste presupuestario que tendrá que cubrirse con otros impuestos en el medio plazo y, por tanto, deben pensarse muy bien teniendo en cuenta que la fase de la gran expansión fiscal financiada con fondos europeos y sin reglas de gasto puede estar llegando a su fin.

“Argumentar que esta crisis implica que hay que ir más rápido en la transición a las energías renovables es no entender lo que ha sucedido. Es necesario realismo. Las enseñanzas de esta crisis también deberían servir para reorientar las políticas de inversión de los fondos del Next Generation EU”

José García Montalvo, catedrático de Economía en la UPF

En segundo lugar, y ligado al punto anterior, es cada vez más urgente preparar un plan creíble de reducción de la deuda ante la perspectiva de que vuelvan las reglas fiscales. Desde algunos sectores hay nuevas peticiones de mutualización de deuda a nivel europeo, aunque no es evidente que estas propuestas puedan prosperar. La urgencia también viene determinada por el impacto que tendrá la reducción en la compra de deuda soberana por parte del BCE y la necesidad de mantener bajos los costes de financiación.

Por último, las políticas de transición ecológica deben repensarse. La crisis energética provocada por la invasión rusa de Ucrania ha puesto de manifiesto los errores estratégicos de una transición que se planteaba a un ritmo que no tenía en cuenta factores socio-económicos y geopolíticos. Por ejemplo, el cierre precipitado de las centrales nucleares alemanas ha generado una dependencia del gas ruso que ha tenido sin duda influencia en la decisión de Rusia de invadir Ucrania ante la posibilidad de chantajear a la UE. El aumento de la demanda energética en la recuperación post-pandémica ha mostrado con claridad los límites de las energías renovables y como por evitar energías poco contaminantes se acaba propiciando indirectamente la vuelta al carbón.

Instalaciones de un depósito de gas natural. EFE/EPA/FOCKE STRANGMANN

Argumentar que esta crisis implica que hay que ir más rápido en la transición a las energías renovables es no entender lo que ha sucedido. Es necesario realismo. La economía española está bien situada para aprovechar el crecimiento de las energías renovables. Pero el ritmo de incorporación de las renovables es limitado y no se pueden despreciar otras fuentes energéticas en base de eslóganes o dicotomías (marrón versus verde) que no se corresponden con las diferencias en la capacidad contaminante de diferentes fuentes de energía, o incluso entre tecnologías dentro de la misma fuente. Las enseñanzas de esta crisis también deberían servir para reorientar las políticas de inversión de los fondos del Next Generation EU.

Este artículo pertenece al nuevo número de la revista mEDium 10: ‘Economía de Guerra’, cuya versión impresa puede comprarse online a través de este enlace: https://libros.economiadigital.es/libros/libros-publicados/medium-10-economia-de-guerra/