Sánchez se descara y cruza el Rubicón

Se trata de provocar la furia de la oposición. Exacerbación política, social y mediática. Incluso la de algunos ilustres socialistas y compañeros de viaje, que no de viraje

Que todo obedece a un cálculo con trasfondo electoral es algo incuestionable. Ahora bien, la pregunta que pocos se hacen a propósito del gran viraje del presidente es ¿a santo de qué se adentra en terreno ignoto cuando le bastaba con seguir instalado en el la ambigüedad?

Por si alguien no se acuerda, el panorama anterior a la transformación de Sánchez estaba presidido por la negociación con Feijóo de la famosa reforma judicial. Avanzada hasta el punto de haber llegado a un acuerdo casi definitivo. De no haber el socialista practicado una imprevista voladura de puentes, el último tramo de la legislatura hubiera transcurrido por caminos muy distintos, no diremos que plácidos porque de España se trata, pero desde luego mucho menos crispados que los emprendidos.

El Sánchez que conocimos, el de este lado del Rubicón, habría pospuesto el anuncio de los cambios sobre la sedición hasta que se consumara la reforma del CGPJ. Así de sencillo. Pues no. Se sirvió del viejo ardid de invertir el orden lógico de las cosas para dar un vuelco al clima político. Sabido es, aunque muchos todavía no lo hayan aprendido o se muestren olvidadizos, que el manejo del calendario es equiparable a empuñar el timón de mando. El calendario no lo es todo, pero siempre es muy significativo y a menudo crucial.

Anticipación repentina de lo que o bien estaría pospuesto o bien nunca debía de suceder. Como analizamos en un episodio de La Plaza, la salida de Junts del Govern facilitaba los cuerdos PSOE-ERC, rebajando de manera automática el precio a pagar por el PSOE para agotar la legislatura. Era el análisis correcto. Es lo correcto, lo habitual, la realidad objetiva. Junqueras se queda sin mayoría y a Sánchez se le abre el cielo.

La continuidad del primer ejecutivo monocolor de Esquerra depende en exclusiva de los socialistas. La de Sánchez en Moncloa, depende de Esquerra, pero menos. Yo te apoyo, tú me apoyas. Con la diferencia de que tú me necesitas muchísimo más que yo a ti. Así que vamos a portarnos bien, Cruzado mágico. Tranquilidad en Cataluña a cambio de nada o casi nada. Pocas concesiones. Fin de las portadas que erosionan al líder socialista hurgando en su sometimiento a los independentistas.

Tanto el panorama objetivo era y es así, recordemos, que Sánchez quiso dejar bien claro que los votos de los republicanos eran prescindibles para tramitar los presupuestos. Pues bueno, ya han visto el resultado. Lo último que puede decirse de Sánchez, aunque más de dos y más de tres se lo hayan afeado sin pararse a pensar, es que improvisa. Para nada.

Estamos ante un giro radical, el salto de un Rubicón, con un antes distinto por completo, antagónico al después. Esto no se improvisa. Esto está premeditado, programado, sospesado. En vez de andar de componendas, se trata de provocar la de la furia de la oposición. Exacerbación política, la social y la mediática. Incluso la de algunos ilustres socialistas y compañeros de viaje, que no de viraje, a los que el jefe, en un descarado cambio de estilo, ha obligado a retractarse en público como un despiadado domador. En Corea del Norte está prohibido sonreír, en el PSOE, discrepar ya conlleva la pena máxima.

Salto de Rubicón arriesgado, muy arriesgado, además de desaconsejable. Por supuesto que innecesario, como se acaba de argumentar, y a primera y segunda mirada analítica contraproducente. ¿Explicación? Una de falsa, que se arriesga para pacificar Cataluña. Ni hablar, señor presidente. Cataluña no se puede pacificar más. En este sentido, el efecto de las medidas es indiferente.

A los hechos, no contento con suprimir la sedición, ahí va la rebaja de la malversación, que de paso puede liberar a más de un compañero socialista de la cárcel. Por si no bastara la voladura del pacto sobre el poder judicial, revolcón legislativo por la brava para conseguir mayoría en el Constitucional. ¿Qué más? Solo se puede adelantar que aún no lo hemos visto todo.

Tenía la paz política y mediática o algo parecido al alcance de la mano. Ya la había conseguido. Pues no. No la quiero. Al contrario, que redoblen los titulares, que me acusen de amnistiar a los independentistas, que volver a intentarlo saldrá gratis. Que tampoco haría falta saltar leyes porque la secesión ya está pactada. Que me acusen de asaltar el constitucional. Pensaban que no quería caldo, pues me tomo mil tazas al día.

Que se indignen, que peroren, que salten los goznes, que se desgañiten, que compitan a ver quien se sale más de madre con palabras más gordas. De momento gana Arrimadas, aunque ni eso la va a salvar. Pero atención, Vox ya tiene excusa para atacar con una moción de censura que un PP en el fondo cómplice convertirá en imposible. No porque no lo fuera de antemano, sino porque como ya se anunció semana pasada en esta colaboración, su estrategia ha cambiado y ahora se propone encabezar la oposición obligando al PP a ir a remolque o quedarse inerme y retratado.

¿Explicaciones de tamaña osadía, la de Sánchez? Desde luego, nada que ver con Freud ni con la psiquiatría. Búsquenlas más bien con la lámpara de Diógenes, el sabio que la llevaba encendida a plena de luz del día por las plazas buscando a un hombre. Ya que lo difícil es dar con ellas, consolémonos con lo aparentemente más sencillo. Eso es que todos, todos, del primero al último, han reaccionado con total exactitud de la manera que era de esperar. Si mediante la radicalización política, Sánchez persigue repetir mandato, señal que por la vía del sosiego no creía conseguirlo.

Salvo Feijóo, que mantiene una calma incomprendida, todos muerden el anzuelo. Como marionetas movidas por unos extraños y misteriosos hilos de un Pedro Sánchez, tal vez aconsejado, tal vez, por alguna de las brujas de Macbeth travestida de gurú de La Moncloa. O por las tres.