¿Se puede medir el riesgo político?

Los mercados, como dice un amigo, son ciclotímicos. Pasan por fases de euforia y depresión sin casi solución de continuidad. Con un solo movimiento, «compran» o «venden». Sencillo, rápido y limpio. Pero es que, además, se retroalimentan.

Nunca he visto que las decisiones de inversión a nivel mundial se distribuyeran en dos mitades. Unos que dan orden de vender, por las razones que sean, y, otros, que por las mismas u otras razones, deciden comprar algún activo o, incluso, algún riesgo país.

Siempre me ha asombrado que decidan –no se sí piensan igual— hacer la misma cosa y tomar la misma decisión. Y esta es la razón por la que se dice que no se puede ir en contra de los mercados.

Los que aprietan el botón, sean séniors o júniors de 25 años, toman la decisión en función de unos modelos econométricos que han contrastado anteriormente.

Y hay que reconocer que, en este aspecto, la ciencia económica ha mejorado mucho, a pesar de la complejidad de los mecanismos económicos, de la globalización, de la velocidad de las transacciones y del conocimiento estadístico, entre otros factores.

Aunque no hay que olvidar los enormes errores de las agencias de calificación. Las decisiones se toman en función de tendencias de ciertos indicadores económicos sintéticos. ¿Qué pasa y cómo se analizan los demás factores de la complejidad social y política?

En este ámbito parece que todavía no se han producido demasiados avances cuando se trata de determinar el impacto de los fenómenos sociales que se producen, cada día, en el mundo.

Este párrafo viene a cuento del sugerente artículo que público en El País Luis Garicano el 8 de junio, que lleva por título ¿Ignoran los mercados el riesgo político?

Los que vivimos en un determinado entorno tendemos a creer que, ya que tenemos más información que otros, lógicamente, podemos practicar mejores análisis. Los anglosajones creen lo contrario.

De hecho, siempre se ha confiado más en historiadores ingleses y americanos para conocer qué pasó realmente. Su distanciamiento de culturas y formas de ver de distinta manera, han dado mejores resultados. Pero pasemos de la Historia a nuestra realidad.

En Londres radican algunos de los research más cotizados (Garicano lidera uno) y por ello tiene una opinión más profesional de como, por ejemplo, los mercados deberían tratar el riesgo Catalunya. Sostiene que los mercados no ven ningún riesgo de tipo económico al conflicto actual.

Es cierto lo que dice en su artículo, que Catalunya es pequeña, que España casi no cuenta, una vez se ha conseguido salvar el euro, que hay una liquidez inmensa en el mundo en busca de diferenciales, con muy bajos tipos de interés, que estamos entrando en un ciclo de crecimiento, y que, con crecimiento, casi todo se arregla.

Mi punto es más matizado. En España estamos en una situación muy frágil y Catalunya, como espacio económico está muy endeudada y sin palancas eficaces para dirigir su política.

Que a pesar de los aliños estadísticos (como incluir actividades ilegales en la estimación del PIB, a solicitud de Holanda, donde éstas no lo son), nuestro cuadro clínico es muy preocupante por dos razones básicas.

La primera es que vamos a crecer lentamente, no a tasas que absorban paro de manera significativa y que aumenten la población activa, y, en consecuencia no vamos a poder disminuir ni la deuda ni el déficit presupuestario.

Y la segunda, que nuestras autoridades económicas, como anotaba la semana pasada, prefieren hacer demagogia. Tanto el FMI como la Comisión, y esta última semana incluso el Banco de España, recomiendan políticas distintas a las que anuncia el gobierno español.

Quiero decir que la mejoría rápida de la economía española es condición necesaria para casi todo. Entre ello, resolver el desaguisado de la financiación territorial, aunque no es suficiente.

Aunque si el proceso de desentendimiento se prolonga, el riesgo político implícito va a afectar al económico y, lo más probable, es que España (también Catalunya) se convertirá en un foco de desestabilización. E irá in crecendo a medida que no se aborde con decisión.

Todo ello sin tener en cuenta lo imprevisto, los acontecimientos que se salen de las coordenadas de lo previsible, lo que está en los extremos de Gauss. Lo que no sabemos medir.