Teatro público y privado

¿Qué programación debe tener el Teatre Nacional de Catalunya al ser el único teatro público que existe en Barcelona?

De vez en cuando surge la polémica acerca de lo que debería o no programar el Teatre Nacional de Catalunya (TNC). El último debate se ha centrado en la obra Frankenstein dirigida por Carme Portacelli y protagonizada por Àngel Llàcer y Joal Joan, sobre un texto adaptado por Guillem Morales.

Discutirlo en el contexto de una obra concreta es absurdo porqué en el teatro, como en la mayor parte de las actividades artísticas, lo relevante no es el material sobre el cual se desarrolla un acto creativo, sino el resultado final de este mismo acto.

En este sentido, un Frankenstein puede implicar una propuesta artística radicalmente innovadora, mientras que un Guimerà (para buscar un ejemplo del patrimonio escénico catalán) puede convertirse en un bodrio insoportablemente comercial.

La polémica sobre lo que debería o no programar el Teatre Nacional de Catalunya es frecuente

El debate no debería circular por estos derroteros porqué supone estigmatizar de entrada a unos excelentes profesionales perfectamente capacitados para trabajar en el Nacional y aportar grandes momentos a nuestra vida escénica.

La cuestión que nos afecta, pues, en realidad es otra.

¿Qué debe hacer el TNC, siendo como es el único Teatro Público que existe en Barcelona? Matizo la afirmación: el Teatre Lliure también es un teatro público , aunque por tradición sus criterios de producción y programación no están sujetos a un escrutinio institucional.

El discurso del teatro público

Por razones históricas en Barcelona solo tenemos estos dos espacios escénicos bajo la perspectiva de la producción teatral pública mientras que en Madrid, por ejemplo, los teatros públicos son siete (Price, Español y Fernán Gómez del Ayuntamiento; teatros del Canal de la Comunidad y Teatro de la Comedia, María Guerrero y Valle Inclán del Ministerio). No incluyo el Teatro de la Zarzuela ni el Real en la misma medida que excluyo el Mercat y el Liceo en Barcelona.

Con siete teatros públicos es posible construir un discurso escénico plural y denso, incluso si estos teatros pertenecen a distintas administraciones y no tiene ninguna relación entre sí.

De hecho la sola existencia de un presupuesto público que les permita obviar la taquilla como un escenario económico insoslayable constituye un hecho diferencial esencial.

En Francia, la densidad del teatro público es tal que inevitablemente conviven en sus programaciones propuestas decidamente artísticas con otras mucho más comerciales.

Barcelona es diferente. El empresariado teatral de la ciudad tiene un compromiso artístico singular

La inexistencia de un numero razonable de teatros públicos en Barcelona, lejos de rebajar el nivel de nuestra actividad escénica, le ha dado una curiosa singularidad que proviene del acuerdo tácito entre los distintos agentes del sector para construir entre todos un relato de calidad donde lo estrictamente público y lo privado se desdibuje. 

El resultado de este proceso de simbiosis es evidente: el empresariado teatral barcelonés tiene un compromiso artístico con el teatro muy superior al de otras ciudades españolas, las relaciones entre la administración y el sector teatral privado catalán están años luz por encima de las que existen en cualquier otro territorio español.

Además, la existencia de proyectos teatrales singulares y estables en el panorama privado barcelonés es notable (La Perla, Tantarantana, Becket, Almeria entre otros que tienen una esencia alternativa; y Romea Villarroel entre aquellos que tienen una matriz más empresarial).

Exteriores de Teatre Nacional de Catalunya. EFE

Exteriores de Teatre Nacional de Catalunya. EFE

Es precisamente por ello que el teatro píblico barcelonés debe ser radicalmente escrupuloso a la hora de realizar su política de producción y programación escénica, en el bien entendido que debería formar parte de sus objetivos mantener la vigencia de este consenso sectorial que apela a todas las partes a producir espectáculos de alto rigor y compromiso artístico.

La funciones del TNC son claras: defender un patrimonio escénico, dar oportunidades a los nuevos creadores, investigar e innovar en puestas escénicas y crear públicos. Pero la creación de públicos no es un objetivo libre de condicionantes artísticos porqué si así fuera todos programaríamos espectáculos populares.

Al TNC le corresponde dar un paso más allá de esta premisa evidente trabajando y educando a los ciudadanos con propuestas de mayor riesgo y expectativas artísticas. Cuando un teatro público y otro privado compiten por comprar los derechos de un mismo espectáculo alguna cosa no funciona adecuadamente.