Todos éramos rocardianos

A los 85 años ha fallecido Michel Rocard, un socialista único, crítico, reformista, que ha ejercido una gran influencia intelectual y política durante más de 50 años en Francia y en Europa.

Activista en el 68, enarca, fundador del PSU (Parti Socialiste Unifie), luego fusionado con el PSF, Francois Mitterand le nombra primer ministro en 1988. Una relación política e intelectual intensa, por no decir conflictiva, pero enormemente fructífera como no se puede dar más que en Francia, en una cohabitación entre dos maneras antagónicas de entender la izquierda.

Dura poco en Matignon pero su lucha no es por alcanzar el poder, ya que presenta muchas debilidades para que la gente le vote, sino en el campo de la acción política e intelectual. Diputado diez años en periodos alternos, senador, alcalde, diputado europeo (1994-2009), ha sido una enorme figura no tan solo del socialismo francés sino también en España. El socialismo español de los años 80’s bebe en gran medida de sus ideas y es especialmente seguido en Cataluña.

En el homenaje que le ha tributado toda la clase política francesa -como no podía ser de otra manera- destaca la frase del presidente Hollande: «utopía y modernidad», en la más pura esencia de los movimientos sociales de izquierda. Pero él quiso reformar la izquierda desde la acción y desde las actitudes. De cuando fue primer ministro se debe la «renta mínima de inserción» y el impuesto para sostener la viabilidad de la Seguridad Social. Se empapa de las ideas de los socialistas del norte de Europa al tiempo que en 1993 propugnó un big-bang de la izquierda que ahora, a otra escala y salvando las distancias, Valls y Macron intentan emular.

Fue un hombre, en terminología antigua, auténtico, no avanzaba en función de las circunstancias coyunturales, pero, a la larga, la historia ha venido a darle la razón; favorable a la descolonización de Argelia, puso límites a las nacionalizaciones, empezó la descentralización administrativa, se preocupo por el medio ambiente.

Miraba más el interés del país que el mero cálculo político. Esta manera de ser llevó a que sus deseos de llegar a lo más alto no fueran correspondidos, por «la France» que no le quiso, y que sin embargo, sin elegirle, luego adoptara el rocardismo como una manera de hacer política.

Los comentaristas políticos franceses han insistido sobre este aspecto que encierra un contrapunto preocupante. Estos opinan que Rocard «fue un primer ministro evidente, porque los ciudadanos exigen que sea elegido el más competente; pero fue un presidente imposible porque los electores quieren elegir el más fascinante«, y continúan «inigualable en el pensar, débil en la estrategia y torpe en la táctica».

Ni en Francia ni en otro lugar el socialismo piensa en nacionalizar, ni en acordar nada con los comunistas, todos creen en las reformas, en el rigor y la razón. Su alumno Manuel Valls es un buen exponente de esta manera de pensar.

Cataluña estuvo muy influenciada por el debate en el socialismo francés. El MSC, el FOC, también el Reagrupament son hijos del debate de las dos izquierdas, pero aquí se inclinan más por el pensamiento y la actitud política de Michel Rocard que por los argumentos nacionalizadores del primer Mitterand (1981) y el jacobinismo francés.

Aquí se desarrolló una corriente autogestionaria que impregnó la USO, el tercer sindicato, y muchos movimientos sociales, cooperativas y sociedades anónimas laborales son deudores de esta manera rocardiana de ver la sociedad: el compromiso, los principios, la acción tanto en el Gobierno como en la sociedad.

Emmanuel Macron lo ha resumido muy bien: «las relaciones entre la sociedad civil y el Estado, la necesidad de descentralizar, de conseguir la acción pública más eficaz, de apartar ciertos bienes de las relaciones mercantiles, la causa del medio ambiente….» son ideas rocardianas.

En estas horas de desconcierto del movimiento socialdemócrata quizá convendría revisitar a Michel Rocard.