Uber alles
Uber, la aplicación que permite contratar viajes en coches particulares, acaba de ser «cesada cautelarmente» por el Juzgado del Mercantil número 2 de Madrid.
Sin embargo, la aplicación continua estando operativa. Un nuevo modelo de negocio, nacido en San Francisco en 2009 está revolucionando, con una sencilla aplicación de internet para móviles y
tabletas, el mundo del transporte de viajeros, atendidos, en la mayoría de los casos, hasta ahora, por el sector del taxi.
No se trata tanto de considerar su éxito por la cuota de mercado que Uber va adquiriendo en la ciudad en la que entra, que todavía es insignificante, sino el impacto, que su manera de operar, tiene en la sociedad.
En primer lugar se trata de un ataque a la «regulación». La aplicación desborda los mecanismos de protección que ciertos sectores económicos han ido disfrutando desde casi siempre. Rompe intermediarios, y aplica tecnología para hacer más fácil ciertas tareas.
Uber es un caso típico de negocio de Silicon Valley. De una idea sencilla pero de aplicación audaz, con emprendedores conocemos del oficio, una o varias aplicaciones informáticas, con la necesidad de captar dinero muy rápidamente para su expansión internacional, y radicado en Delaware, paraíso fiscal.
Modelo de negocio basado en crecer rápidamente en muchos mercados a la vez, captando simultáneamente capital, rompiendo costumbres arraigadas, sin miramientos. Una cultura de confrontación con viejos usos regulatorios.
En 2011 llega a París y capta 40 millones de euros; al año siguiente aterriza en Londres y Toronto. En 2014 a España, empezando por Barcelona, donde la Generalitat pide «el cese inmediato» el 14 de junio -la compañía continúa operando-. Este año Bélgica la veta, igual que el Estado de Nevada, Holanda y Nueva Delhi. Ahí sufre un percance serio. Un conductor viola a una pasajera y el Gobierno prohíbe la aplicación.
La historia continúa; el 4 de diciembre capta 970 millones de euros más y alcanza una valoración de 32.359 millones de euros, ¡más que Repsol! Se ha implantado en 230 ciudades y 52 países. Un valor de capitalización sorprendente. ¿Cómo puede ser? Es un negocio anglosajón/americano, que rompe moldes, agresivo, muy ligero de estructura, opaco, no revela ni usuarios, ni conductores, ni empleados, ayuda a «sus» conductores multados a hacer frente a las sanciones. Abren una oficina y no hablan con ninguna autoridad. Cuando ésta los sanciona, pleitean. El modelo es igual en todo el mundo. Operan global… pero no actúan localmente.
Todo esto es lo que se puede observar, pero ¿qué hay detrás? ¿Cuáles son sus argumentos? Es interesante analizarlos. Uber sostiene que no se dedica al transporte de viajeros. Sólo pone en contacto particulares con particulares para que se beneficien mutuamente.
¿Dinero? ¿IVA? Ni hablar. Los conductores sólo «ingresan» el coste de la amortización del vehículo. Usuario y conductor «colaboran». La ley del transporte permite compartir gastos.
Frente a esto, el sector del taxi esgrime que se trata de una actividad ilegal y no ética. Una actividad regulada como es el transporte de viajeros requiere para ejercerla de una licencia que garantiza la seguridad del viajero. La actividad del taxi considera que nos hallamos, en lugar de en una economía colaborativa, ante una economía sumergida (que no paga impuestos).
Por contra, Uber sostiene que la economía colaborativa viene a romper con los modelos de corporativismo tan familiares después de la II Guerra Mundial. La Unión Europea ha entrado en la polémica. Dice que para regular Uber «deben respetarse los principios de proporcionalidad, no discriminación y libertad de establecimiento». No se deben prohibir las nuevas tecnologías simplemente porque son nuevas, pero deben cumplir las leyes de los Estados.
En éstas, el juez del Mercantil número 2 de Madrid considera que Uber no cumple los requisitos de licencia de transporte público y tarifas reguladas y emerge como una competencia desleal. Y requiere a las empresas de telecomunicaciones, a los bancos y a las de alojamiento de datos que cesen de prestarle sus servicios.
Pero Uber continúa operando. Aparentemente como si nada. A todos nos gustaría poder ir al Aeropuerto por 15€ en lugar de 30€ (tarifa fija en Madrid). Que el conductor y el vehículo estén
asegurados, que el servicio sea de excelente calidad y con las últimas tecnologías.
Pero no parece que este tipo de nuevos negocios tengan demasiado interés en adaptarse a las costumbres locales-nacionales. El corporativismo parece insostenible y las nuevas tecnologías –o su
manera de entender el negocio– son un enemigo temible. Escenario similar a las máquinas de vapor en el siglo XIX.
Pero no hemos avanzado en la construcción de una sociedad más equilibrada para que ahora retrocedamos, de golpe, casi dos siglos.