Una España de másteres

Como si de un enfermo se tratase, existen tres recetas políticas para que España se pueda recuperar

Los últimos acontecimientos políticos marcados por la debilitación del papel del poder judicial, de las instituciones universitarias o de la libertad de expresión, parecen indicar que el Estado español está más dispuesto a contener las hemorragias que dedicado a curar al paciente.

Las enfermedades que afectan a España son fundamentalmente dos: su inmovilismo para impulsar reformas y el griterío artificial de los partidos políticos, que entre ellos se arrojan condenas para evitar ser condenados por los mismos errores. Se están intentando poner en marcha tres concepciones políticas para atajar el problema de credibilidad y las malas prácticas que están afectando a la representación política en España.

La primera terapia consiste en proponer un reset que permita volver a arrancar el sistema y evitar su bloqueo. La propuesta se basa en buscar en el conflicto entre Cataluña y España la excusa para motivar una reforma de la Constitución que consiga que los ciudadanos dejen de mirar la caída libre en la que se precipitan los partidos políticos y se ilusionen con la puesta en marcha de una segunda transición. La reforma de la Carta Magna como cortafuego, como forma de volver al consenso, como cierre de filas a favor de la monarquía parlamentaria.

La segunda terapia la encontramos en las próximas elecciones generales, esperando unos resultados que permitan consolidar un gobierno fuerte de coalición que dé continuidad y genere confianza en que se puedan realizar las reformas que tiene pendiente el Estado español con cierta calma parlamentaria. La aritmética política debería salvar los muebles y mostrar a los ciudadanos que se puede retornar a la política de acuerdos y pactos.

La tercera terapia sería propiciar un rearme del Estado frente a los partidos políticos que son incapaces de gobernarlo. Un rearme del poder de las instituciones frente a la partidocracia que algunos aspiran a llevar hasta las mismas puertas de un nuevo 23-F pero, esta vez, de corte post moderno y líquido. Se hace necesaria, según sus defensores, una concepción basada en devolver a la tecnocracia el papel que nunca debió perder como formulación política.

Qué camino escoger

Son tres concepciones para atajar la hemorragia y curar definitivamente al enfermo. Los más favorables a intentar la reforma de la Constitución o, como mínimo, a crear la ilusión de que será posible a corto plazo, es la que cuenta con más adeptos en la opinión pública, pero menos entusiastas en privado. El miedo a perder lo conseguido, incluso en los partidos independentistas y nacionalistas, se impone a la posibilidad de éxito que supone poner el contador a cero.

Los que cuentan con más partidarios son los que esperan que unas nuevas elecciones generales, antes de llegar a las municipales o inmediatamente después, permitan reformar España desde el parlamento. Pedirán una nueva oportunidad a los ciudadanos antes de que la corrupción de todo el sistema se haga irrespirable. Se parte de la idea de que, si la aritmética no da para hacer un gobierno fuerte, siempre se estará a tiempo de reformar la Constitución.

La tercera concepción se piensa más que se dice; se desliza como hiedra esperando que cubra las instituciones para iniciar los pasos orientados a que sea el Estado el que pueda tomar el control de la situación, con una mínima participación de los partidos.

Cuenta con pocos partidarios pero con muchos entusiastas, incluso en algunos partidos políticos que en privado expresan frases clásicas como: “Si hay que darle una sacudida fuerte a España, se le da y punto”.

Las tres concepciones coinciden en que la España de los másteres debe acabar. No será posible sobrevivir a un invierno marcado de nuevo por el descrédito de todos los líderes políticos, el desafío independentista, la crisis de la inmigración, la venta de armas de destrucción masiva a Arabia Saudí, la corrupción, el desprestigio de jueces y fiscalía y la gestión cada vez más agónica y problemática de la ley mordaza.

[related:3] 

La gota que ha colmado el vaso no ha sido una crisis política o económica, sino el affaire de los másteres, al desvelar una crisis de orden ético a unos extremos que los ciudadanos nunca hubieran imaginado.