Valores  

Lo dijo Cicerón en latín hace veintidós siglos: “Pro legibus, pro libertarte, pro patria”. La patria entendida como sinónimo de libertad y ley. En definitiva, una nación de ciudadanos

Un valor -por decirlo a la manera de la Grecia clásica- es lo sano, lo vigoroso, lo digno, lo que se merece. Lo que una sociedad considera estimable. Lo que nos proporciona, por ejemplo, tranquilidad, placer, libertad e, incluso, una democracia mejor. A continuación, los cinco valores que debería recuperar la España de nuestros días.       

El individualismo protege la autonomía de la persona   

Hay que respetar y proteger la autonomía del individuo en la toma de aquellas decisiones que afecten a su vida privada y no supongan el incumplimiento de la ley. Un individualismo responsable y consecuente que, en virtud del principio de reciprocidad, ha de esperar lo justo del Estado.  

Una carga de profundidad –dicen- contra la solidaridad. No es eso. Ni el individualismo es un fenómeno nuevo –el afán de autonomía individual ha sido siempre uno de los valores de nuestra cultura-, ni la solidaridad se está perdiendo. Existe un individualismo que asume que todo ser humano, en su diferencia, posee la misma dignidad. Asunción que permite llegar a un cierto grado de altruismo y solidaridad construido sobre bases no hipócritas ni ideológicas.

“Únicamente los solitarios pueden ser solidarios”, decía José Bergamín. Me permito retocar la afirmación –de resonancias nietzscheanas- del poeta: únicamente los individualistas pueden ser solidarios. “¿Se puede obligar al hombre a ser generoso?”, planteó Rousseau.  

A diferencia del despotismo del Bien propio, de la solidaridad por decreto, de la solidaridad por interés, característica del fariseísmo, el individualismo, a la manera de Hume, practica voluntariamente la “disposición social del género humano”. En eso consiste precisamente la solidaridad bien entendida y el individualismo bien entendido.  

El individualismo no es ni representa necesariamente el grado cero de lo social. Cuando, parafraseando a Max Weber, el mundo se está desencantando a pasos de gigante, el individualismo se erige en una suerte de resumen y compendio del civismo imperfecto propio de las sociedades desarrolladas de nuestro tiempo.

Conviene guardar las distancias con uno mismo y con los demás

Un individualismo que, para afirmarse, no necesita heroicidades o utopías que, en el mejor de los casos, han demostrado no valer nada pese a costar mucho. Un individualismo que es capaz de constituir una empresa cooperativa susceptible de producir un amplio abanico de ventajas mutuas. Pero –sentido del límite obliga-, conviene ser precavido. Conviene guardar las distancias con uno mismo y con los demás. Ni ensimismarse ni disolverse en el Otro.  

La desconfianza protege la democracia 

Como recuerda Montesquieu, todo hombre con poder siente el impulso de abusar del mismo hasta que encuentra un límite que no puede sobrepasar. De ahí, la división de poderes. Por su parte, los constituyentes norteamericanos confiaban en un gobierno débil que, por el hecho de serlo, no sucumbiera a la tentación despótica. Y, mientras Benjamín Constant señalaba que “toda Constitución es un acto de desconfianza”, Alexis de Tocqueville prevenía de la “tiranía de la mayoría”. En definitiva, la desconfianza es un valor fundamental para proteger la democracia de los usos y abusos del poder. Y, también, para proteger los derechos individuales del ciudadano. 

El orden protege la Ley  

Señala la física cuántica que todo lo que sucede responde a un “orden implicado”, escondido. Ello ocurre en la naturaleza y, también, en la sociedad. Ese orden organiza y estabiliza el sistema social gracias a una concepción del mundo, unos valores, una cultura, unos principios, unas normas, unos objetivos y unas instituciones compartidas.

El presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez. EFE/Rodrigo Jiménez

Participadas. En definitiva –recurriendo a la metáfora física-, la sociedad, para funcionar correctamente, necesita una brújula o imán –el “orden implicado”- que oriente y ordene el comportamiento de las partes. De lo contrario, pueden surgir conductas anómicas que alteren el orden y el sistema.  

La física estadística y la ciencia de los sistemas complejos, indican que, cuando se supera la temperatura de Curie –la temperatura por encima de la cual desaparece la propiedad del magnetismo-, la brújula o el imán dejan de funcionar. Es entonces cuando las partes se desorientan y desordenan.

Y es entonces cuando puede producirse una transición de fase repleta de situaciones críticas dominadas por el azar. El sistema recuperará el equilibrio siempre y cuando la temperatura descienda. ¿El “orden implicado”? ¿La brújula o el imán? Respondo: la Ley. Incumplir la Ley equivale a superar la temperatura de Curie. Con las consecuencias que ello puede acarrear.   

El patriotismo protege la sociedad abierta   

Pero, ¿no dijo Samuel Johnson que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”? Sospecho que el poeta, ensayista y crítico británico no había leído a Cicerón. Ni a Tucídides, Aristóteles o Séneca. Ni a los humanistas del Renacimiento. ¿Qué hay que entender por patriotismo más allá de ciertos usos que tergiversan o manipulan el significado del término en beneficio propio? Lo dijo Cicerón en latín hace veintidós siglos: “Pro legibus, pro libertarte, pro patria”. La patria entendida como sinónimo de libertad y ley. En definitiva, una nación de ciudadanos.  

Idea que, por nuestros lares, tomó cuerpo en la Constitución de Cádiz. Idea que remite a las revoluciones liberales que instauraron, en Europa y América, los Derechos del Hombre y del Ciudadano.  

La política no puede basarse en las ficciones, caprichos y obsesiones del político de turno

La política no puede basarse en las ficciones, caprichos y obsesiones del político de turno. La política –además de huir de las “pasiones que esclavizan el alma”, por decirlo a la manera de Cicerón– debe inspirarse en los valores liberales, esto es, en el respeto a la legalidad constitucional, en la apuesta por el refuerzo de la práctica democrática, en el interés común, en la toma de decisiones compartidas y el respeto a la identidad privada del individuo.  

Parafraseando a Goethe, no se trata de fabricar únicamente buenos españoles –que también-, sino de generar ciudadanos libres de una sociedad abierta. Eso es el patriotismo. Ese es el patriotismo que el político –el ciudadano- ha de tener presente. Ese es el patriotismo que el político –el ciudadano- ha de hacer presente.    

El candidato del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo (3-i. EFE/Javier Lizón

La responsabilidad protege el buen juicio  

La “ética de la responsabilidad” (Max Weber) es un elemento esencial de la política y del quehacer del político. Es decir, el ser consciente de las decisiones y acciones políticas que se toman y el asumir –ser responsable- las consecuencias de las decisiones y acciones políticas.  

El político ha de medir el resultado de las decisiones y acciones teniendo en cuenta cuáles pueden llegar a ser los resultados y sus secuelas. El político ha de responder de lo que hace, pero también de lo que no hace y/o pudo hacer. El político es responsable por acción y por omisión. El político no puede inhibirse.  El político ha de decidir con buen juicio: la frónesis o prudencia -otro valor- de la que hablara Aristóteles.  

La responsabilidad invita a practicar otros valores como la ejemplaridad y la honestidad. La ejemplaridad: ese excedente de responsabilidad y conducta correcta que el sujeto atesora sin proponérselo. La honestidad: rectitud, integridad, sinceridad, decoro. Benjamin Franklin: “La honestidad es la mejor política”.