¿Vamos a contar naciones? 

Cuidadín PSOE y PP con renunciar a Cataluña, como si Cataluña no fuese parte troncal de España sino una especie de actividad extraescolar, algo mercadeable y recochineable para gobernar más pichi en España

Una cosa fascinante de los antisistema es que lo son a la carta. Por ejemplo: de los pactos de la Transición y de la Constitución cogen lo que les interesa y lo que no, lo tiran a la basura. O lo intentan tirar a poco que nos despistemos. 

¿Cuántas naciones hay en España? ¿Es Cataluña una nación sin Estado, es España un Estado sin nación? ¿Pueden España y Cataluña ser naciones a la vez y “no estar locos”? ¿A dónde nos llevan todas estas apasionantes preguntas? 

Hay tanta frivolidad en el ambiente que cualquiera puede considerarse una nación sin Estado en su casa a la hora de comer. A ver quién te dice nada. Otra cosa es que normalmente uno no insiste en ser más o menos nación si no aspira a lo otro, a un Estado. Y claro, ahí suele empezar el lío, porque la soberanía nacional sí ocupa lugar, y si ese lugar no es sólo tuyo, si resulta que también es de otra gente, pues la cuestión nacional puede devenir ligeramente explosiva. 

La historia de España como nación ha tenido sus más y sus menos, algunos francamente opinables. Yo soy la primera que me rasco la cabeza cuando oigo llamar “Reconquista” a algo que duró…¡ocho siglos! Pensémoslo despacio: hace ocho siglos ni siquiera se había descubierto América…Nada se “reconquista” durante ochocientos años…Si acaso todo ese tiempo uno se lo pasa medio guerreando, medio conviviendo, medio volviendo a guerrear, y al final queda lo que queda…Por la sencilla razón de que no da lo mismo perder guerras que ganarlas, y porque en algún momento hay que zanjar fronteras y la discusión. 

¿Realmente les gustaría volver a la España de los reinos de taifas, del ahora sí pero no, que ni moros ni cristianos ni todo lo contrario? Los mismos que suspiran por disolver España como un azucarillo, ahí me gustaría verles, en una península ibérica súbitamente devuelta al campi qui pugui de los godos, de los iberos, de la invasión romana… Imagínense que nuestro flamante president de la Generalitat, cada mañana al salir de casa para ir al despacho, no sepa si se va a encontrar la Sala Tàpies en su sitio, o al rey de Marruecos instalado en su despacho. Y que gane el peor. 

¿En qué ha quedado aquella promesa del catalanismo, vista la desoladora escalada de hispanofobia no sólo lingüística en Cataluña?

Es verdad que el texto de la Carta Magna es deliberadamente ambiguo cuando deja la puerta abierta a hablar de “nacionalidades”. Pero otros también fueron ambiguos cuando les interesó. Ejemplo: el querido y admirado Juan Claudio de Ramón me recordaba estos días que todo un dirigente histórico de CiU como Ramon Trias Fargas, afirmó en voz alta y clara en 1978 ante la comisión donde se debatía el sensible artículo 3 de la Constitución:

«Creo que es justo decir también que el derecho a la lengua materna es un derecho del hombre, un requisito pedagógico de la máxima importancia… Cambiar de lengua  en  la  niñez  dificulta  extraordinariamente  la  capacidad del niño. Nosotros nunca vamos a obligar a ningún niño de ambiente familiar castellano a estudiar en catalán». ¿En qué ha quedado aquella promesa del catalanismo, vista la desoladora escalada de hispanofobia no sólo lingüística en Cataluña? ¿Mentían cuando prometieron nobleza y no vileza? 

Es que ahí está el quid de la cuestión, señores. En un país tan cargado de susceptibilidades como el nuestro, puede ser de buena educación cuidar las “formas” y decirle a cada uno lo que quiere oír. Pero esa mano izquierda (o mano derecha a la gallega…) con los sentimientos identitarios del prójimo sólo tiene sentido si es compartida. Si es fruto de un pacto civil, cordial, consecuente e inteligente. 

Jugar al trilerismo de las nacionalidades le puede haber dado estupendos resultados a Alberto Núñéz Feijóo allá en la Galicia de su “lo que yo te diga”, pero la política verdaderamente nacional es otra cosa y ni se “reconquista” tan fácilmente, ni se gana como ciertos congresos del PP, sin bajarse del autobús. Lo que llevamos sufrido en Cataluña (o en el País Vasco, donde ahora dicen que “se vive mejor” como un eufemismo de que “te matan menos”…) hace tiempo que no aguanta ni media broma, ni un cuarto de burla. Ni una tomadura de pelo más. 

Por la sencilla razón de que, para que al 52 por ciento de catalanes que ya no quieren irse de España (no si eso pasa por ir a la cárcel o por pagar multas…), que a lo único que aspiran es a imponer a todos los demás sus neuras y sus complejos sobre España, para que esta gente tan alterada sea feliz, hay que amargar profundamente la vida a todos los demás.

No nos creemos ni nos interesa una Cataluña desgajada de España por irreal, por irrelevante y por cutre. Sobre todo por cutre

A todos los catalanes que no es que seamos “unionistas”, como absurdamente nos quieren llamar: es que no nos creemos ni nos interesa una Cataluña desgajada de España por irreal, por irrelevante y por cutre. Sobre todo por cutre. Y porque no era lo pactado. Con sangre, con impuestos, con historia compartida, con entrega, con confianza. Sobre todo con confianza. Esa confianza que si se pierde, cuesta muchísimo volver a recuperar. 

Cuidadín con hacer la pelota a los mimados niños repelentes de la antiTransición, cuidadito con aplacar y apaciguar siempre a los que hacen bullying, nacional y de todo tipo, contra los que vamos de frente y de buena fe, contra los que hemos aguantado de todo y empezamos a estar soberanamente hasta las narices. Pero hasta las narices muy en serio.

Cuidadín PSOE y PP con renunciar a Cataluña, como si Cataluña no fuese parte troncal de España sino una especie de actividad extraescolar, algo mercadeable y recochineable para gobernar más pichi en España. ¿Se acuerdan de aquello de elegir el deshonor para evitar la guerra, y acabar teniendo el deshonor y teniendo la guerra? Pues jugándose Cataluña a los dados, se puede perder Cataluña primero y España detrás. Y hasta el alma. 

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