11-S de trámite con incertidumbre de fondo

JxCat corta amarras con CDC mientras intenta pescar del independentismo más fanático, en una época en la que lejos quedan las multitudes de la Diada

Aunque algunos, bueno, unos cuantos, no quieran darse por enterados de que en el otoño 2017 el independentismo sufrió una severa derrota, la inmensa mayoría de los que participaron en las manifestaciones precedentes al 1-O han caído en la cuenta, unos más tarde que otros.

Ahora los convocantes de los actos de la Diada pueden achacar el fracaso de las manifestaciones al Covid-19, pero en su fuero interno saben que, sin el virus, el presente 11-S también habría pinchado.

Estuviera quien estuviera detrás de aquel efímero globo, llamado Tsunami Democràtic, que acabó con las hogueras de Urquinanona y los Mossos superando a las más denostadas fuerzas de orden público en contundencia policial, lo cierto es que entonces se acabaron las reservas de la capacidad movilizadora del movimiento independentista.

Un movimiento agotado

Existencias finalizadas en dos aspectos. El primero, el final de los autocomplacientes ejemplaridad y civismo que tanto los organizadores como los participantes ponían en primera fila de su haber. El segundo, que desde entonces ni siquiera los más radicales y dispuestos a armarla gorda han vuelto a salir a la calle, ni siquiera en pequeño y simbólico tropel.

Ya veremos cuántos, o sea si algunos de ellos se atreven a proporcionar nuevas imágenes desmerecedoras para las expectantes portadas periodísticas no sólo de Madrid. El pronóstico, siempre con reservas al hablar de radicales, es que no. Ni ahora ni en el probable caso de que el president Torra sea obligado a dejar el cargo por el TS.

Como toda emoción negativa, la de la frustración es también peligrosa por cuanto propicia reacciones imprevisibles y tempestuosas. Sin embargo, a medida que va pasando el tiempo, y tres años son tres años, este tipo de sentimientos se van desbravando como la espuma de la cerveza, diluyendo y entremezclando con otros, verbigracia el de la propia parte de culpa en la desgracia.

El resquemor persiste, pero como ya no quema, gran parte de los que aún no lo han metabolizado se agarran a un Puigdemont ardiente y ardido, unos como si sostuviera un resorte mágico, los otros para demostrar que no bajan del guindo a pesar de que hayan perdido toda esperanza en alterar el final del envite del 2017.

JxCat pesca en la radicalidad

Pero hete ahí que JxCat ya no sólo echa sus redes en el caladero del independentismo feroz. También intenta sacar provecho moviéndose en el eje derecha-izquierda. No de otro modo se explica la aprobación de la ley que pretende regular algunos alquileres.

Dejando al margen el recorrido que pueda tener dicha ley y añadiendo a las dudas sobre su eficacia real la constatación de que por lo menos en Barcelona los precios están bajando por el incremento de la oferta antes destinada al turismo, cualquier análisis sobre motivaciones y efectos debería concluir que quien se ha movido es Puigdemont.

Qué duda cabe de que sin la ruptura de JxCat y la escisión en el PDECat dicha ley tal vez se habría elaborado y presentado pero no se hubiera aprobado jamás, puesto que los postconvergentes liberales hubieran armado un cisco dentro del grupo a fin de evitar lo que para ellos es un postureo y un disparate.

De hecho, ya habían conseguido que JxCat se aviniera a boicotear el proyecto, nacido en una conselleria de Esquerra con un ojo puesto en dejar en evidencia a la parte conservadora del Govern. De pronto, las cosas cambiaron. Alguien se dio cuenta de algo significativo. Giro al canto.

Giro mediante el cual JxCat corta las amarras que lo mantenían atracado en el muelle de la derecha. Esto –no la letra de la ley sino la comunión espiritual que agrupa por primera vez a los comuns con Puigdemont y contra sus socios socialistas en Madrid y Barcelona– es una novedad por lo menos interesante. Tal vez, tal vez, acabe siendo trascendente.

Antes de las próximas elecciones autonómicas, a pocos meses vista, tendremos tiempo de constatar hasta qué punto se perfila el giro a la izquierda de Puigdemont y su partido, si se intensifica o si JxCat queda a la deriva y sólo escora lo mínimo imprescindible para convencer algún votante de los que se mantienen fieles a ERC a pesar de no creer en la estrategia del diálogo.

Antes de las próximas elecciones tendremos tiempo de constatar hasta qué punto se perfila el giro a la izquierda de Puigdemont

Lo veremos, se verá. Pero lo que ya se ha visto es que el cambio de posición, que no de rumbo y objetivo del nuevo partido, de momento con siglas viejas pero tal vez crean oportuno trocar por otras nuevas, flamantes y supuestamente flameantes, añade un plus de incertidumbre a la próxima legislatura autonómica.

Tengan en cuenta los lectores escépticos sobre el presente análisis que la Generalitat no ha sido jamás ni es ahora mucho más que una superdiputación. Añadan que si en tiempos de Pujol, la pequeña rana de Lafontaine se hinchaba por envidia del enorme buey, ahora los discípulos y herederos del padre del 3% consideran que la rana autonómica ya ha reventado.

Por lo que, si en la DIBA acordaron un Govern contra natura, las perspectivas de pactos imprevistos y hasta ayer impredecibles para gobernar la autonomía en el próximo año han dejado de ser nulas.     

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