Bloqueo político

El 155 propicia que se paralice la política no sólo en Cataluña, también en el resto de España

No sólo la vida política catalana se encuentra bloqueada. También la española. El 155 no conviene a nadie pero ahí está, como un bastón que traba todas las ruedas y nadie sabe cómo extraer de entre los ejes.

En Cataluña, el pulso entre numantinos y pragmáticos, centrado en la imposible investidura de Puigdemont, se va decantando poco a poco en contra de los samuráis de boquilla, los del “vayan pasando hacia la cárcel por desobedecer mientras nosotros aplaudimos desde casa”.

Incapaces de admitir que la victoria independentista del 21-D no es más que un paliativo, el único, de la derrota del 27-O, cuando la DUI desencadenó las furias hasta entonces contenidas, se aferran al autoengaño del empate. Pero la política va por otro lado. Después de esperar en vano un gesto del líder exiliado, su propio partido, el PDECat le deja en la estacada. A él y a los que echaban pestes contra ERC por querer formar gobierno y levantar así el 155. Ahora los sumisos, sinónimo de traidores, ya son los dos partidos independentistas.

Puigdemont tiene en sus manos la repetición de las elecciones o ingresar en la pseudo normalidad post derrota

El recuento de fieles al cabeza de lista, que ya no jefe de filas de JuntsXCat, disminuye a ojos vistas. De todos modos, aunque se redujeran a media docena o incluso a tres, Puigdemont tiene en sus manos la repetición de las elecciones. Veremos hasta cuándo se resiste y si al fin permite que Catalunya ingrese en la pseudo normalidad de la post derrota.

Los numerosos argumentos de los irreductibles para rechazar lo que consideran un juguete despreciable, la autonomía, que sólo les distraería del triunfal camino hacia la república, cuentan con dos denominadores comunes, uno por omisión y otro per ilusión.

Omiten que el independentismo jamás ha contado con una clara mayoría social expresada en unas urnas admitidas por todos y dan por válido, aunque sin insistir, el resultado del 1-O. Al mismo tiempo insisten una y otra vez en el dogma de fe de que España se va al garete, incluso sin necesidad del empujoncito catalán.

España no es del tamaño de Grecia, es demasiado grande para caer sin arrastrar el tinglado europeo entero

En los años cuarenta, e incluso los cincuenta, sus antecesores en el espíritu resistente también se decían que  a Franco le quedaba poco tiempo. “El año próximo los aliados acaban con el dictador”, se animaban. “El mes que viene se hunde España”, se reconfortan ahora.

A pesar de tales pronósticos, España es too big to fail. Tan sistémica para Europa y el euro como lo fueron los grandes bancos cuando se desencadenó la crisis. España no es del tamaño de Grecia, o de Catalunya, cuyas desgracias constituyen a lo sumo una incomodidad soportable, sino demasiado grande para caer sin arrastrar el tinglado entero o causar graves daños.

Se reduce día a día el espacio para las alianzas, los pactos e incluso la interlocución del PP con el resto

De eso se vale Rajoy para intentar ganar el pulso que mantiene contra viento, contra marea y contra todos los partidos de ambas cámaras. Todos son todos. Se reduce día a día el espacio para las alianzas, los pactos e incluso la interlocución del PP con el resto. La actividad legislativa del Congreso anda tan paralizada que incluso su impertérrita presidenta levanta un dedo de advertencia.

El PNV incrementa sus exigencias, convencido de que en un futuro nada lejano, que incluso podría reducirse hasta la condición de inminente, Ciudadanos apretará de lo lindo las tuercas al PP. O hay presupuestos ahora o nunca. Los de Rivera declaran que su acuerdo con los populares es un “pacto congelado” porque no se atreven a ir más allá.

Esperan y ansían la oportunidad de romper el pacto sin parecer poco fiables, además de culpables de mil males económicos. No es cuestión de procurar más por el partido que por la nación (eso lo hacen todos) sino de disimular. Rajoy se tambalea pero no está hundido.

Aunque el poder legislativo le dé la espalda, parte del judicial siga acosándole por la corrupción y el mediático abandone la adhesión inquebrantable para empezar a dividirse, le queda el poder ejecutivo. El BOE y el decreto ley no son armas despreciables, máxime si están en manos que saben obligar a los demás a bajar la cabeza. Casi ya sólo saben eso pero lo saben hacer muy bien.