Urkullu y los presupuestos

Iñigo Urkullu puede dar luz verde a los presupuestos una vez estabilizado el problema catalán, pero su papel durante el conflicto le ha comprometido

Una vez medio resuelto el tema catalán, los ojos del Madrid político mediático y económico, que no son seis sino dos y si me apuran uno, se dirigen hacia el norte. ¿Qué más puede desear Iñigo Urkullu para dar luz verde a los presupuestos? Dispone de cinco diputados en Madrid, pero resultan imprescindibles para evitar el fracaso de Rajoy en el segundo año de legislatura. De modo que por mucho que suba la exigencia de contrapartidas, y a fe que ya no le queda casi nada por añadir al lote, el inquilino de La Moncloa estará obligado a concedérselas. Mejor dicho, las tiene concedidas de antemano.

El fantástico recuento de ventajas y privilegios culmina con el blindaje del sistema de financiación y del propio cupo. Eso no se lo van a conceder si no es a medias y de modo reversible –a ley aprobada, ley modificada— pero sí la tranquilidad temporal y política que persigue tras las múltiples denuncias de Ciudadanos a la insolidaridad vasca.

Toda barra libre tiene un límite. Aunque se lo propusiera, un solo bebedor no podría agotar las existencias del bar. Eso lo sabe perfectamente Urkullu. Los problemas de parte de su industria, y tal vez de toda la sociedad vasca, podrían estar relacionados con la falta de competitividad que suele ser consecuencia del exceso de protecciones y garantías. No hay más peticiones. El problema es otro.

Si Urkullu se hubiera lavado las manos, como suele hacer el nacionalismo vasco ante los problemas del catalán, las cosas serían más fáciles

En recientes declaraciones, Urkullu se ha mostrado partidario de que Puigdemont se quede en Bruselas y no sea investido. O sea que coincide con Rajoy, con la plana mayor del establishment español y hasta con la menor. ¿Dónde está entonces el problema? El problema, dicen, se llama 155. Pero si el problema se llamara sólo 155, en pocas semanas podría quedar resuelto. No es disparatado interpretar que Urukullu no anda muy satisfecho con su intento de mediación en los días y horas de septiembre anteriores a la DUI y al 155.

Si se hubiera lavado las manos, como suele hacer el nacionalismo vasco ante los problemas del catalán, las cosas serían más fáciles. Pero es probable que se sienta utilizado por Rajoy, que le aceptó o le propuso de mediador con el propósito de inducir al presidente catalán a dar el paso en falso que le permitiera aplicar el 155.

Del mismo modo que Puigdemont y su sanedrín se dejaron engatusar por el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, a fin de abrir un ilusorio y fatal paréntesis negociador tras el 1-O, llegado luego el momento de proclamar la República o convocar autonómicas, Puigdemont se echó atrás de su anuncio de disolución del Parlament, propiciado por un mediador que se quedó en falso: Iñigo Urkullu. Como a nadie le gusta que le utilicen como capote, y menos para provocar o propiciar una doble catástrofe como la DUI y el 155, ahora Urkullu se debe sentir humillado. Pronto se le pasará.

Rajoy debe darse prisa en el tema crucial de los presupuestos, antes de que Albert Rivera retire su cheque en blanco al PP

Si las dos formaciones independentistas mayores encuentran una fórmula para que Puigdemont salve el honor sin ser investido, lo lógico y conveniente sería que esta vez Rajoy facilitara al Parlament su tan loable propósito, aunque el ex presidente sea compensado de modo simbólico y no operativo. Con la estabilidad y la distensión resultante se allanaría el camino a la aprobación de los presupuestos y Rajoy se evitaría tener que convocar elecciones antes de terminar la legislatura.

Todos, menos en apariencia Puigdemont, están interesados en acabar de una vez nombrando a un presidente y un Govern sin causas pendientes. El primero es Rajoy, que debe darse prisa en el tema crucial de los presupuestos, antes de que, henchido por los sondeos, Albert Rivera retire su cheque en blanco al PP.