A propósito de la estatua de Antonio Lopez

La retirada de la escultura de Antonio López obliga a debatir sobre las formas de progreso y qué elementos del pasado pueden permanecer en la actualidad

La idea de progreso señala una evolución positiva en la condición humana, una mejora en las formas de vida que nos afectan y que nos permiten superar desigualdades, injusticias y sufrimiento. Aun así la idea de progreso no es lineal. Aparece como un argumento para la lucha social en un momento determinado y se constata como una realidad incuestionable una vez conquistado.

El progreso es, en este sentido, una lucha contante contra la realidad. Muchas de las ideas indiscutibles en la actualidad, asumidas por todos y garantizadas en nuestro ordenamiento jurídico fueron antaño objeto de conflictos y luchas sociales que duraron decenas o centenares de años. En este largo proceso hubo héroes y heroínas a las que nos corresponde homenajear, por supuesto. El problema es decidir cuales son y en que  momento aparecen los villanos.

Si evitamos una mirada presentista, es decir aquella que juzga los hechos del pasado desde el punto de vista actual, el punto clave para juzgar los momentos determinantes del progreso son aquellos en los cuales la lucha por una idea concreta suponía un conflicto social perfectamente definido y posicionado.

Muchas de las ideas indiscutibles en la actualidad fueron antaño objeto de conflictos y luchas sociales 

En este sentido sería absurdo cuestionar los criterios morales de los conquistadores españoles que invadieron el continente americano a principios del siglo XVI e igualmente absurdo perdonarle a los racistas americanos de los años 60 su empecinamiento en mantener la supremacía blanca en contra de toda lógica histórica, social e incuso legal.

Cuestionar personas y hechos históricos por mantener posiciones contrarias a los criterios de progreso vigentes en la actualidad sin tener en cuenta, no ya el contexto, sino los valores morales y legales vigentes en cada momento es delicado, en la medida que, por extensión, podría suponer una enmienda completa a generaciones enteras de nuestra reciente historia.

Cómo analizar, entonces, a toda una generación de españoles calladamente cómplices del  franquismo, a toda una de franceses , alemanes o italianos que participaron activamente del genocidio judío o a tantas de norteamericanos o sudafricanos que crecieron económicamente a costa del esclavismo más salvaje.

Las fronteras que establecen aquello que puede o no permanecer de nuestro pasado son complejas

Los experimentos políticos para sanear  a toda una sociedad han sido trágicos. Mao Zedong puso en marcha en 1966 la Revolución Cultural con este objetivo y el resultado fueron millones de muertos y una idea regenerada. De 1975 a 1979 Pol Pot y los Jémeres Rojos realizaron su particular revolución en Camboya, en la que perecieron 2 de los 7 millones de habitantes del país. Para eliminar cualquier vestigio de capitalismo eran los propios niños a los que se instruía para que asesinaran a sus padres, en nombre de una revolución agraria que obviamente no llegó a producirse.

Las fronteras que establecen aquello que puede o no permanecer públicamente de nuestro pasado son complejas y probablemente deben establecerse bajo un riguroso análisis histórico que tenga un doble objetivo: eliminar de nuestra memoria aquellos nombres que lucharon contra el progreso cuando este mismo progreso ya era una realidad insoslayable y a su vez reforzarlo  en nuestra memoria actual como un hecho irrenunciable.

Nos preocupa más el esteticismo histórico que el debate real sobre las formas del progreso

El debate sobre la escultura de Antonio López es una anécdota. Lo cierto es que su figura es tan controvertida como lo fue el tardoesclavismo español y catalán, tan opaco económicamente como generoso culturalmente. Lo importante es  saber si la retirada de su estatua calmará los ánimos de un belicoso revisionismo histórico tan en boga actualmente o será un indicador de progreso en nuestra relación con las actuales emigraciones que generan formas sutiles de precarización laboral.

Algunos hechos recientes ante estatuas, nombres de calles, retratos o títulos nobiliarios parecen indicar que nos preocupa más el esteticismo histórico que el debate real sobre las formas del progreso.

Por cierto y  puestos a señalar cuales son las fronteras del progreso, no estaría mal indicar en la entrada de ciertos edificios públicos (en los privados no debe ser posible): financiado con dinero ganado a costa del tráfico de esclavos. Quizá con ello conseguiríamos explicar que la historia no se construye a trozos y que  no vale separarla en gajos para elegir aquellos que tienen mejor sabor.