… y Lara cogió su fusil

Anda el empresariado catalán tibio y temeroso por la cosa de la independencia. Acostumbrado a la cómoda vida, y las subvenciones, que proporciona la cercanía al poder político de turno, una disyuntiva como la planteada por el líder nacionalista Mas le ha provocado una dosis extra de angustia. Había que verlos en un reciente acto en Esade, corriendo, como diría John Toshack, aquel entrenador galés de fútbol, como pollos sin cabeza para evitar un posicionamiento directo, un compromiso claro ante la cuestión que está en el horizonte político del país.

Pero José Manuel Lara no es un típico empresario catalán. De hecho, de su voz han salido las críticas más duras y directas a su comportamiento gregario que los patrones catalanes hayan podido escuchar de un colega. Así sucedió, por ejemplo, en un acto de la Cambra de Comerç hace ya unos cuantos años. Lejos de lamerse las heridas y situar en Madrid el muro de sus lamentaciones, acusó en general al empresariado catalán de falta de ambición, de provincianismo, de preferir ser dueño de una pequeña tienda en el Paseo de Gracia antes que accionista de El Corte Inglés.

No ha tardado el dueño de uno del sexto grupo editorial mundial en desenfundar y disparar: “Si Catalunya se independiza, el grupo Planeta se tendrá que ir. La independencia es absolutamente imposible”. Poca broma. El grupo Planeta, ublicado en la parte alta de la Diagonal barcelonesa, en un edificio que fuera, paradojas de la vida, la sede de Banca Catalana, es uno de los buques insignia de la economía catalana. Y, además, cuando se le ha pedido casi siempre ha echado una mano. Como cuando tuvo que quedarse a partes iguales con el grupo Godó el 80% del diario Avui para evitar su desaparición. Y lo hizo aunque ello le situara en la contradicción de ser principal accionista a la vez de la Razón y del diario que dirigía el independentista Vicent Sanchis.

Lara ha dado su opinión y ha hecho público su plan B. Se le puede acusar de una cierta precipitación. A fin de cuentas, nada sabemos a estas horas de en qué va a consistir la hoja de ruta de la mayoría que previsiblemente saldrá de las urnas a finales de noviembre en el camino hacia la independencia. A ciencia cierta no sabemos en estos momentos si va a haber referendum o algo parecido –hoy algún diario titulaba que Mas sólo convocaría a consulta si había una mayoría clara (¿?) a favor de la secesión– ni si se va hacia la declaración de un estado propio en qué condiciones. La comunicación de Lara puede haber sido precipitada pero muy poco ambigua.

¿Y el resto del empresariado, qué piensa? ¿Y qué dicen otras instituciones realmente importantes en la Catalunya actual, más allá de la autodenominada Assemblea Nacional Catalana? Recientemente, el editor Andreu Jaume publicaba un artículo en el diario El País en el que se hacía eco de una de las preocupaciones del poeta reusense Gabriel Ferrater.

Se preguntaba éste por qué la literatura catalana no había dado una novela que estuviera a la altura de la de otras naciones y concluía que “los escritores catalanes no habían sido capaces por miedo o incapacidad de narrar los conflictos ínsitos a su sociedad, que siempre se han dirimido por medio de una oposición nítida y total con España. Nunca se atrevieron a narrar, ponía por caso, el hecho de que la dictadura de Primo de Rivera viniera inducida por un golpe de Estado perpetrado en Barcelona y financiado por los burgueses de la Lliga Regionalista”, según el texto de Andreu Jaume.

Mas ha situado al país ante una encrucijada histórica, al menos aparentemente y por lo que podemos deducir hasta ahora. Si los escritores y otros prescriptores sociales, si los empresarios prefieren mirar exclusivamente hacia el exterior y no analizar este momento a partir de las claves internas de este país, de aquellas de las que somos responsables nosotros mismos, seguramente estaremos falseando el escenario del debate con los riesgos que eso comporta.

En esa situación, podría ser posible hasta que llegáramos a creernos que si Catalunya hubiera sido independiente en estos momentos una de sus principales cajas, Catalunya Caixa, fusión de las de Catalunya, Tarragona y Manresa, no necesitaría casi 11.000 millones de euros más de dinero público del que ha ya ha recibido para sobrevivir. No sería nada extraño, pues hasta Antoni Castells parecía que lo creía así cuando defendió la “solución catalana” contra viento y marea al inicio de la crisis financiera.