Yucatán o la era de la incertidumbre

Deberíamos ser honestos, como los mayas, y reconocer que el futuro ya no es lo que era porque, en estos momentos, no conseguimos entenderlo

Cuenta la leyenda que la maravillosa península del Yucatán debe su nombre a una confusión. Originalmente, se la denominaba Mayab, que en lengua maya significaba “no muchos” o “unos cuantos”. La llegada de los conquistadores españoles supuso numerosos cambios, entre ellos la de la propia denominación de tan exuberante región. Y así, relata Alonso de Zorita en su “Relación de la Nueva España” que hacia 1517, en llegando Francisco Hernández de Córdoba acompañado por Cristóbal Morante y Lope Ochoa de Cayzedo “fueron a una tierra no sabida antes (…). Y algo más adelante hallaron ciertos hombres y siendo preguntados cómo se llamaba un gran pueblo que estaba allí cerca. Dijéronle Tectetam, que quiere decir “No te entiendo”, los españoles pensaron que se llamaba así y, corrompiendo el vocablo, lo llamaron y llaman Yucatam”.

Ya se sabe, cultura de Wikipedia, muy socorrida para conocimientos inútiles.

La dificultad para alegar desconocimiento

Varias publicaciones coinciden últimamente en considerar que entramos en “la era del desorden”. Curiosamente, para estudiar el desorden partimos de una certeza, esto es, que durará diez siglos, puesto que ese es el tiempo asignado para una era. Vaya, vaya “cuan largo me lo fiais”. Y no, no es una cita de El Quijote.

En concreto, Deutsche Bank en un reciente y aclamado informe firmado por Jim Reid y un equipo de cuatro colaboradores (“La edad del desorden: estudio de retorno de activos a largo plazo”) concluyen que entramos en una nueva etapa en la economía mundial. Gestada desde hace ya algún tiempo, la transición hacia la nueva era del desorden se acelera sobremanera por la irrupción del Covid-19. Consideran estos expertos que el nuevo super ciclo se compondrá por nueve orientaciones: el deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y China; un período decisivo para el futuro de Europa; mayor deuda y un sistema de moneda fiduciaria; la convivencia de la inflación y la deflación; una desigualdad creciente conteniendo, además, una brecha intergeneracional más ensanchada; la generalización del debate climático y el afianzamiento de la tecnología como algo ya inevitable.

 No considerar los movimientos internos espontáneos de las sociedades, así como sus ansias de cambio y mejora supone obviar un factor inherente a los seres humanos: la esperanza por un futuro mejor

Parece que todo van a ser tragedias y que poco espacio habrá para la esperanza. Sentimos discrepar de los sesudos teutones, quienes olvidan que el desorden tiene su propia estructura y que resulta, en la actualidad, casi imposible pensar a diez años vista. Quizás, a pesar de nuestra soberbia tan propia como especie, la respuesta provenga del reino animal.

Emergencia: el orden dentro del desorden

Fuera de lo que parezca, los animales muestran comportamientos democráticos si a la democracia le damos el significado que deriva de que las acciones no se lleven a cabo basándose en la preferencia de un gobernante singular, sino, por el contrario, en las de la mayoría. Si es así, los animales también ejercitan el escrutinio. Es más, frente al despotismo, la democracia en los grupos animales presenta mayores ventajas para la supervivencia.

En uno de los números de la prestigiosa revista Nature correspondiente al año 2003, el naturalista matemático de la Universidad de Sussex en Reino Unido Tim Roper publicó un interesante artículo sobre dicho comportamiento democrático animal firmado en comandita con otra científica, Larissa Conradt. Dicha investigación analiza la toma de decisiones simples en manadas, bandadas y enjambres, llegando a la conclusión de que existen fórmulas de elección común que asume un grupo a partir de señales descifradas. De este modo, realizando observaciones sobre el comportamiento grupal en los ciervos rojos, se constató cómo la manada avanza cuando más del 60% de los adultos se pone en pie, en una especie de votación con las patas; así mismo, en las agrupaciones de búfalos africanos y de borregos cimarrones son las hembras adultas (¡cómo no!) las que toman las decisiones votando con la dirección de la mirada. Casi, casi, como en el caso de los humanos.

Quizá más que en la era del desorden, nos estemos adentrando en la era del desconcierto

De alguna manera, en las manadas y agrupaciones animales existe cierta conciencia de cuándo realizar una actuación conjunta contando con la aprobación de una gran parte del total. Los animales, así, perciben y transmiten que hay que cambiar de rumbo y no es preciso “hablar” entre ellos. El proceso es, en un principio, inconsciente, pero pone de manifiesto y demuestra que, cuando se produce un movimiento de importancia que concierne al conjunto y se actúa siguiendo las preferencias de la mayoría, entonces podemos hablar de una cierta democracia en el seno de las bandadas de animales.

 En los modelos matemáticos planteados en el artículo por parte de Roper y Conradt se comprueba cómo resulta más costoso apresurarse o esperar demasiado en función de la decisión de un único miembro, lo cual supone para los animales un gasto mayor en energía y en alimentos, algo importante para la supervivencia, tal y como ocurre entre los humanos. De no actuarse despóticamente, interviene el grupo democráticamente. Mera cuestión de supervivencia.

Vivimos la época más ilustrada y con mayores niveles de conocimiento de toda la historia de la humanidad. No considerar los movimientos internos espontáneos de las sociedades, así como sus ansias de cambio y mejora supone obviar un factor inherente a los seres humanos: la esperanza por un futuro mejor. Y eso, siempre, en toda la historia de la humanidad, se ha producido de abajo arriba y no al revés; es el fenómeno denominado “emergencia”. Quizás más que en la era del desorden, nos estemos adentrando en la era del desconcierto o al menos en su década. Deberíamos ser honestos, como los mayas, y reconocer que el futuro ya no es lo que era porque, en estos momentos, no conseguimos entenderlo.