Retrato de la violencia política en Cataluña

Ocho voces describen desde ocho ángulos la imparable penetración de la microviolencia en Cataluña y el riesgo de que el problema se cronifique

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«¿Quién se cree que la violencia que hemos visto la pasada semana en Cataluña responde a un cabreo por la sentencia del procés?» Quien se hace esta pregunta en voz alta es David Hernández, presidente de la Asociación de Policías en Cataluña. Este agente no se lleva a engaño, ni tampoco el presidente de Movimiento contra la Intolerancia, Esteban Ibarra: «Nadie se coge un enfado y, a continuación, sale de casa con pasamontañas, acelerantes del fuego, bolas de plomo y tirachinas que las convierten un proyectiles».

David Hernández y Esteban Ibarra son dos de los expertos que este jueves alzaron su voz en la jornada Contra la violencia: convivencia y Constitución, organizado por Impulso Ciudadano y los jóvenes de S’ha acabat! Lo hicieron siguiendo un mismo hilo conductor: la sentencia del procés ha sido «una excusa» para dar rienda suelta al vandalismo. Pero el problema no termina con los graves disturbios porque la violencia no sólo es agresión, sino también lo es todo aquello dirigido a conculcar derechos. 

«Hoy en la Universidad de Barcelona unos cuantos radicales no nos han querido dejar entrar en clase. Pues ahí estábamos otros para empujar por nuestros derechos, que no son suyos», dice la joven Julia Moreno, presidenta de S’ha acabat!: «Y mañana volveremos a empujar. Y todas las veces que haga falta. Es hora de que nosotros también digamos ni un pas enrere (ni un paso atrás)».

¿Qué es violencia?

Con este ejemplo, los protagonistas de la jornada intentan reflejar que la violencia —entendida más allá de los 600 heridos y de los 1.000 contenedores calcinados la pasada semana— se ha convertido en cotidiana en Cataluña —sea en las escuelas, sea en las universidades, sea en el trabajo o en las calles— después de un largo proceso.

«La violencia es posible porque alguien la ha permitido. Durante años ha habido microviolencias que no han sido considerada como tales. Yo llevo años en la UAB con problemas muchos días para dar clases. Eso es violencia», dice el profesor Rafael Arenas.

Los protagonistas de la jornada dibujan un panorama sombrío porque, a su entender, las microviolencias no han desaparecido, sino que se han perpetuado, y a ellas se ha añadido el fenómemo de «guerrilla urbana», organizado a la perfección mediante manuales, materiales y técnicas muy ensayadas.

«Y a la guerrilla se suman jóvenes despistados que ven en la violencia una suerte de épica, que se fotografían junto a un contenedor en llamas. La violencia se ha multiplicado y, a la vez, se ha banalizado», describe Esteban Ibarra.

Violencia impune y la influencia de Gene Sharp

El policía David Hernández cree que hay medidas al alcance que no se están tomando. Aunque elogia la colaboración que hubo la pasada semana entre Mossos y Policía para combatir el vandalismo, se refiere a otras escenas que, demasiado a menudo, no reciben castigo.

«El otro día en Sant Joan Despí, seis personas cortaron las vías del tren. Esto es delito y es sancionable. ¿Quién es el responsable? ¿Nadie, ninguno de los seis? Muy bien, se les sanciona a todos. No hay que hacer ningún trabajo de mediación porque simplemente están incumpliendo la ley orgánica de protección ciudadana», explica este agente.

Hernández ha analizado con detenimiento el comportamiento del independentismo radical. Está convencido de que buena parte de su estrategia se basa en las ideas difundidas por Gene Sharp (De la dictadura a la democracia), el teórico del siglo XXI de los «golpes blandos».

«Buscan acciones con impacto mediático y se plantean incluso no hacerlas si no consiguen este impacto. Trabajan siempre buscando la disrupción y tienen capacidad en universidades, en hospitales, en donde sea. Lo preocupante es que rompen la normalidad con facilidad preocupante. Y no se están llevando a cabo las sanciones pertinentes», insiste.

Violencia contra las empresas: el efecto Quebec

Pero la violencia, subrayan los ponentes, debe contemplarse desde más ángulos. Desde el empresarial, por ejemplo: «Ahora mismo, el mayor riesgo que veo es que suframos un efecto Quebec, una pérdida de riqueza y de inversiones. La fuga de empresas se produce en Cataluña desde el año 2014, pero el nacionalismo la niega. No sólo la niega sino que desde la propia Generalitat se alientan las huelgas. Nos estamos cargando lo más importante, la confianza», dice Carlos Rivadulla, presidente de Empresaris de Catalunya.

Las alertas no acaban aquí. El coordinador del Observatorio de la Violencia Política en Cataluña, Ángel Puertas, que ha explicado con detalle en este artículo publicado en Economía Digital lo que es la violencia a ojos de la Generalitat, advierte de que existen serias posibilidades de que se instale en «una violencia crónica». «Hemos llegado hasta aquí porque durante décadas ha habido un discurso de odio y sólo lo podemos superar uniéndonos», dice.

Ana Losada, presidenta de la Asamblea por una Escuela Bilingüe, relata varios casos en las aulas que, a su juicio, también reflejan violencia. Y rememora el de una niña de 10 años que fue agredida por una profesora en Terrassa después de pintar una bandera de España.

La revolución de las sonrisas

El panorama ha dejado de ser sombrío y ya es desolador. Pero la joven Julia Moreno tranquiliza al personal. «Quiero que os marchéis de aquí con una sonrisa porque hay muchos jóvenes que no van a dar un paso atrás con sus derechos. Hay cantera y un día estaremos dando clases, dirigiendo empresas o en cargos de responsabilidad. Y eso sí que va a ser una revolución de las sonrisas», dice, entre aplausos.

El presidente de Impulso Ciudadano, José Domingo, cierra el acto. Lo hace recordando con ironía que el independentismo reivindica continuamente su carácter no-violento. «Es curioso, el constitucionalismo no tiene que hacerlo. ¿Por qué será?» Y también con una sonrisa explica al auditorio que los jóvenes de S’ha acabat! no sólo reparten alegría, sino también suerte. Hay lotería a la salida.

 

Marcos Pardeiro

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