Retratos de la España más fea
En los últimos 40 años España fue territorio liberado de la especulación en grandes ciudades y pueblos, que acarreó la pérdida de valiosos testimonios históricos. En ‘España Fea’ Andrés Rubio analiza los peores casos de la arquitectura y el urbanismo nacional

El hotel del Algarrobico, el símbolo de la especulación desenfrenada. Foto Carlos Barba – EFE
España es una tierra preciosa. Está cada vez más fea por tantas décadas de especulación inmobiliaria, de hacer la vista gorda ante la destrucción del paisaje y el patrimonio histórico, de normas burocráticas creadas para satisfacer a los promotores de la demolición, de menospreciar la naturaleza y las reliquias del pasado, llevan a que el país se convierta en un catálogo de barbaridades arquitectónicas y urbanísticas.
Es lamentable pero es así, y quizás uno no haya tomado real dimensión del problema hasta haber finalizado, seguramente con una carga de desazón, el libro España Fea (Debate) de Andrés Rubio, un ambicioso ensayo sobre “el caos urbano”, que lo considera como “el mayor fracaso de la democracia”.
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No es que durante el franquismo no se hayan cometido barbaridades urbanísticas. Al contrario, pero la esperanza que se había depositado tras la Transición, al menos en ese aspecto, fue en vano.
Un análisis enciclopédico
Rubio durante décadas se dedicó al periodismo de viajes y fue colaborador de revistas de arquitectura, además de ser cofundador de la galería madrileña Mad is Mad.
“A España la mata la falta de amor”
Andrés Rubio
En su obra realiza un análisis enciclopédico de cómo se han destruido cascos históricos, de qué manera se han tirado abajo edificios sin tener en cuenta su valor patrimonial, y por el otro lado, cómo se han construido torres anodinas, barrios sin alma; y cómo muchos ayuntamientos y gobiernos regionales entraron en una absurda carrera por contar con grandes edificios firmados por arquitectos estrella. Y claro, con presupuestos astronómicos.
La destrucción del paisaje
El autor se pregunta porqué España, donde el 90% de la población se concentra en Madrid y en su litoral costero, no cuenta con la palabra ‘paisaje’ en su constitución. También cuestiona la relajación de los gobiernos ante el “tsunami urbanizador”, que ya venía desde Franco pero que desde 1978 se expande entre ayuntamientos y CCAA; mientras que no muy lejos, en Francia, su Instituto del Litoral invierte grandes sumas de dinero y esfuerzos para recuperar el 15% de sus costas. Y aspira a llegar al 25%.
De capitales a pueblos
Este fenómeno, precisa Rubio, se extiende desde las grandes ciudades, como la “escasa protección del Paseo de la Concha de San Sebastián” y el derribo de las villas residenciales hasta los núcleos más pequeños; donde denuncia la relajación para elegir a los pueblos más bonitos de España, con criterios que serían imposibles de aprobar en otros países.
“A España la destruyó su falta de amor” sostiene Rubio, y no deja títere con cabeza a la hora de señalar que “la raíz del desastre” es “la ignorancia política y la corrupción”.
O más extensamente, acusa como responsables a “los políticos, los ingenieros, los burócratas, los arquitectos, los intelectuales, los medios de comunicación, la masa social acrítica abducida por el delirio inmobiliario…y los abogados como agentes del poder”.
Viaje por las barbaridades urbanísticas
El libro se puede tomar como un ensayo de arquitectura y urbanismo pero también como un libro de viajes, porque Rubio invita a conocer proyectos como Marina d’Or (como alegoría “del territorio de catástrofes donde viven los españoles”), el derribo de mansiones que renovó con resultados pocos felices el Paseo de la Castellana en Madrid, la Ciudad de la Cultura de Galicia en Santiago de Compostela, el (por suerte) fracasado hotel de La Tejita de Tenerife, las torres de César Pelli que desentonan con la Giralda en Sevilla o el Guggenheim de Bilbao…Y la lista sigue.
Laureles y alabanzas
Pero no todos son dardos y sablazos. Rubio también destaca el trabajo quijotesco de figuras como César Manrique para defender el patrimonio natural y urbanístico de Lanzarote, el trabajo de alcaldes como Xerardo Estevez de Santiago de Compostela (“con más políticos como él España habría sido diferente”, dice), Martín Almagro Basch en Albarracín (quien aprovechó su poder otorgado por el franquismo para enfrentar a las topadoras del desarrollismo desenfrenado) o Paco Muñoz en el pueblo segoviano de Pedraza.
Rubio destaca el trabajo de alcaldes de grandes ciudades y pequeños pueblos que han dejado de lado la obediencia de partido para defender su tierra
También alaba el legado del arquitecto Oriol Bohigas con su proyecto de la Villa Olímpica de Barcelona y su filosofía de que proteger no significa poner palos en la rueda del progreso, sino que es cuestión de cambiar de paradigma y recuperar el espacio público como un valor para los ciudadanos, y no para el poder de turno.
Se busca a la próxima Jane Jacobs
Rubio, a pesar del demoledor análisis de barbaridades que desglosa, expresa sus esperanzas por el cambio, mientras se pregunta “¿quién será la próxima Jane Jacobs?”, en referencia a la activista de Manhattan que en los años 50 plantó cara al proyecto de arrasar el sur de Nueva York con autopistas.
O sea: si entre vecinos y entidades no se le pone freno, la piqueta de la especulación seguirá avanzando.