Más allá del sol y la playa: pistas para descubrir otra Lloret de Mar
Sin desmerecer la belleza de sus costas, Lloret de Mar potencia sus rutas históricas del modernismo, sus jardines y sus propuestas de turismo activo y de deportes

Uno de los caminos de Ronda que invitan a caminar cerca de Lloret. Foto Turismo Lloret de Mar
Durante años Lloret de Mar, sobre la Costa Brava, ha representado la cara menos deseable del turismo. La explosión urbanística desde los años ’60 ha tapizado la ciudad de grandes complejos hoteleros (uno de ellos, con más de 800 plazas), restaurantes de comida rápida, discotecas y tiendas de toallas y chanclas.
Es cierto que Lloret es el segundo punto turístico más importante en volumen de pernoctaciones en Cataluña después de Barcelona (compitiendo con Salou); pero en los últimos tiempos se está trabajando para salir del modelo de playa-low cost, y apostar por un turismo sostenible, fuera de temporada, y que permita descubrir sus atractivos culturales e históricos.
En esta “ciudad de más de 100 nacionalidades”, como la presenta su alcalde Jaume Dulsat Rodríguez, se invertirán 6,9 millones de euros en el programa Next Lloret, donde entre otras iniciativas se contempla revitalizar el centro histórico, renovar el mercado municipal, promover el uso de bicicletas eléctricas compartidas y mejorar los carriles bici.
La herencia de los indianos
Esa topadora urbanística de décadas atrás se ha cargado buena parte del patrimonio histórico de la ciudad mediterránea.
Un ejemplo es la pequeña rambla que conecta el Ayuntamiento con el Museo del Mar, dos construcciones modernistas de palmeras que a fines del s.XIX y principios del XX estaba presidida por fastuosas residencias de indianos.
De aquellas mansiones de niños y jóvenes de Lloret que emigraron a América y regresaron con los bolsillos llenos de dinero y propiedades solo queda una solitaria sobreviviente.
La Casa Font es la única vivienda de ‘indianos’ reconvertida en museo en Cataluña
Pero hay otras grandes casas que presumen de su elegancia modernista en las calles de Lloret, o de iglesias reconstruidos bajo esos cánones como la de Sant Romà con su bonita cúpula de escamas de colores.
Ellas se descubren en la ruta (en ocasiones, con visitas teatralizadas) que recorre su pequeño centro histórico y llega hasta el cementerio, “donde los indianos invertían grandes sumas para demostrar su riqueza hasta en la muerte”, explica la guía.
La Casa Font
Así se ve en las tumbas diseñadas por arquitectos como Puig i Cadafalch, una ciudad de los muertos organizado por jerarquías sociales que son un llamativo catálogo de la diversidad del modernismo.
Pero antes de ver la muerte es bueno saber cómo era la vida cotidiana de una familia de la burguesía local. Y el mejor ejemplo está en la Casa Font, la única casa de indianos convertida en museo en Cataluña.
Construida en 1877 para el empresario Nicolau Font, el mobiliario de su interior fue reconstruido en su mayoría gracias a las donaciones de vecinos; y permite tener una idea cómo era vivir en una residencia de cuatro plantas, rodeado de criados, con rincones que exponen cómo fue el movimiento migratorio transatlántico (“una cuarta parte de la población de Lloret buscó fortuna en América. Solo el 1% regresó con riquezas”, apunta la guía).
Lloret y el daiquirí
Una curiosa influencia de los indianos de Lloret fue la creación del Daiquirí Floridita. Esta fue una relectura del tradicional cóctel que hizo Constantí Ribalaigua, quien llegó a Cuba a los 12 años y brilló décadas después como dueño del restaurante La Florida, en La Habana.
El famoso Daiquirí N° 4 fue creado por Constantí Ribalaigua, un indiano nacido en Lloret y que fue dueño de uno de los restaurates más famosos de Cuba
En aquel sitio de moda entre las celebridades que visitaban la isla, Ribalaigua hace 100 años creó el Daiquirí N° 4 con hielo rallado; objeto de devoción de Ernest Hemingway que lo reflejó en su novela póstuma Islas en el Golfo. En la barra del hotel L’Azure preparan una interesante versión de esta bebida.
Los jardines de Santa Clotilde
Relacionada con los sueños faraónicos de las fortunas modernistas están los espléndidos jardines de Santa Clotilde, un parque semi urbano de casi 27.000 metros cuadrados construidos por el marqués de Roviralta en 1918.
No es un jardín botánico ni tampoco un espacio plantado con especies exóticas. Se trata de un pulmón verde concebido para que aquella familia burguesa pueda desconectar frente a la naturaleza y las calas mediterráneas.
Desde que está bajo la administración municipal ha conservado su aire italiano del s.XIX, con estatuas clásicas y pinos gigantescos, escaleras revestidas de enredaderas y tumbonas para ver el paisaje solo interrumpido por el murmullo de las olas.
Turismo activo en Lloret
La naturaleza ha sido generosa con Lloret, con nueve kilómetros de playas de aguas transparentes, que van desde la urbanizada franja que está ante la ciudad a las más alejada de Canyelles, así como la tranquila de Sa Boadella y la de Fenals.
Contando las calas son 15 sitios del litoral de Lloret que son ideales para practicar deportes náuticos como snorkel, submarinismo, kayak, con motos de agua o con el extraño fly-board.
Es cierto que es complicado hacer senderismo con el equipo de playa a cuestas, pero una de las mejores formas de conocerlas es por el Camino de Ronda, el GR-92, que se extiende hacia Blanes por el sur y a Tossa del Mar al norte.
Son trayectos de subir y bajar, de escaleras y pendientes, de estar preparado para sudar rodeando los acantilados. Pero las vistas del mar chocando contra las rocas, de las costas pedregosas llenas de pinos y de las lenguas de arena bañadas por el mar azul es un espectáculo que nadie se puede perder.
Y si a alguien le parece poco, que sepa que en Lloret hay 70 kilómetros de senderos, la mayoría por las sierras que protegen el casco urbano, y que algunos de ellos permiten descubrir yacimientos prehistóricos y ermitas medievales o más antiguas.
Nuevas opciones culturales
Las autoridades de Turismo explicaron a Tendenciashoy que hace dos décadas no se otorgan nuevas licencias para abrir centros de ocio nocturno, otra de las medidas tomadas para frenar la masificación.
La apuesta local pasa por promover eventos como los del Lloret Outdoor Summer Festival, como el festival Som de Mar (del 19 al 27 de agosto), el Fenals de Música, el Clon Festival (con varios grupos tributo), el curioso Lloret Drone Festival (donde estos pequeños vehículos voladores reemplazan la tradición de los fuegos artificiales), los ciclos de cine al aire libre y las presentaciones de orquestas de sarnadas, entre otros.
Tras la pandemia los responsables de turismo ven que la ciudad está recuperando gran parte del turismo (en 2019 registraron 1,3 millones de viajeros), pero que por suerte miles de los que buscaban diversión de alcohol barato y hamburguesas ya no han regresado.
Será un trabajo de años, pero la idea es que resurja un nuevo turismo en Lloret.