El horror de unas vacaciones en las playas de Tailandia

La llegada masiva de turistas, cada vez más irrespetuosos, convierte el país en un decadente parque temático

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Leonardo Di Caprio se llevaría las manos a la cabeza si viera en que se han convertido las islas Phi Phi, que le valieron de escenario en la película La Playa (2000). Si Maya Bay lucía virgen en el rodaje, hoy es el paraíso de los ‘morritos’, los paloselfies, las barcazas a motor y el turismo de bajo coste.

Las costas más conocidas de Tailandia, de las que tanto hemos oído hablar, ya no existen. Son víctimas del alud de 32,6 millones de viajeros que en 2016 visitó el país. A día de hoy, pasearse por Koh Phi Phi Lee, Phuket o Ko Samui es una experiencia similar a caminar por Lloret de Mar, Magaluf o Gandía. Una avalancha de turistas occidentales que, gracias a unos billetes de avión cada día más baratos, ha invadido la arena.

No sólo eso: el nivel cultural de los visitantes se ha empobrecido en los últimos años por lo que el respeto por las tradiciones locales y el entorno ha caído en picado. De hecho, varios turoperadores ya promocionan el destino como unas vacaciones low-cost.

Los precios bajos que imperan en los hoteles de la región han convertido el destino en una pieza todavía más atractiva para este nuevo turismo. El gran lamento de muchos: “es hasta difícil encontrar lugar para dejar la toalla entre la masificación y la suciedad”.

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El comercio local ha aprovechado la oportunidad. Los vendedores ambulantes son parte del paisaje habitual sobre la arena y vienen acompañados de tiendas de camisetas de colores chillones incitando el consumo de alcohol, restaurantes y bares con promociones de cerveza barata y ‘happy hours’.

Y es que Tailandia es un lugar de peregrinaje para turistas rusos y australianos que buscan fiesta a un coste reducido. Las denominadas Full Moon Party –fiestas de la luna llena—se ha convertidos en festivales sin nada que envidiar a las grandes discotecas de Ibiza. Es más, en muchas costas se organizan encuentros del mismo estilo a diario. Es indiferente que la luna no se encuentre en su esplendor.

La joya son las Walking Streets: callejones peatonales plagados de hamburgueserías y clubs de striptease. En estos callejones encuentran el escondite perfecto aquellos turistas que visitan el país con motivaciones sexuales, en muchas ocasiones en busca de menores de edad. Como explicó Cerodosbé en su momento, el riesgo de que los menores de 25 años contraigan el VIH es del 11% en el país. El porcentaje más alto del sudeste asiático según el estudio Adolescentes en el radar de la respuesta al sida en Asia Pacífico.

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Otra de las batallas de los activistas es la de los derechos de los animales. Un documental de la BBC denunciaba hace pocos los maltratos sufridos por los tigres en los tradicionales zoológicos para que fueran accesibles a los visitantes. El selfie con el felino llega precedido de golpes, falta de higiene y buena alimentación.

Ante la avalancha, las autoridades del país comienzan, aunque a paso de tortuga, a tomar medidas. Un ejemplo: el año pasado anunciaron el cierre “por un tiempo indefinido” de la isla de Koh Tachai ante la saturación de turistas que sufría. Por el momento, una gota en el desierto que llega motivada al encontrarse el islote en el Parque Nacional de Similan.

Sin embargo, no hay que perder la esperanza (o eso dicen). Como bien explica este artículo de Ocholeguas«cuantos más ferris, barcos y pequeñas carreteras con baches haya que tomar, mejor será la playa que nos espere al final».

Carles Huguet

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