José Luis Bonet: «Lo peor de la ruptura con España sería el aspecto sentimental»

El empresario, que acostumbra a hablar claro, considera que las pequeñas y medianas empresas serían las que peor lo pasarían con la independencia

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José Luis Bonet es un cerebro diésel. Marcha siempre engrasado como aquellos motores de cuatro tiempos, casi silenciosos, que te llevaban a los confines del mundo sin un rasguño. Ahora camina sobre las brasas ardientes de un dogma identitario acuñado sobre la mauvaise foi.

Fira Barcelona rompe records. En 2000 era una institución paralizada por la política (las peleas continuas entre Pujol y Maragall). Jaume Tomàs puso orden y José Luis Bonet (Freixenet) la vistió de largo. Las comparaciones entre Ifema y Fira se han acabado; no somos el Barça y el Madrid. Fira rompe techos bajo el diseño de Bonet. La secesión catalán le pone; le pone malo. Lo dice corto y raso: «Juntos vamos bien. Una ruptura entre Cataluña y España es el precipicio para nuestras empresas».

¿Las grandes? «No, no, las pequeñas y medianas; estas son las que de verdad sufrirían. Las empresas pequeñas, las que conforman el tejido productivo básico de nuestro país, dependen de los esquemas de financiación que nos ha dado la zona euro»; también dependen «de una red de clientes y proveedores regidos por el mismo marco legal». «Si cambias el marco, el que peor lo pasa es el más débil».

Las relaciones humanas

«Las grandes corporaciones reciben recursos propios de los mercados de valores o encuentran fórmulas de capitalización imponentes; emisiones de papel, bonos convertibles o simple crédito bancario basado en unas garantías que los pequeños no tienen», sentencia.

El profesor titular de Economía Política y Hacienda Pública de la Facultad de Derecho de la UB se ha hecho emérito. Desde que está jubilado, al establishment económico le ha faltado tiempo para situarlo en la presidencia de la Cámara de Comercio. El núcleo familiar Ferrer-Bonet, que gestiona el cava Freixenet sin salirse de la menestralía de la viña, ha aprendido a defender el interés general ocupándose del particular.

Mientras habla el empresario, el ciudadano sufre. Y de las dos almas de Bonet, nos quedamos con la segunda: «La secesión no es una simple ruptura económica. La peor parte se la llevarían las relaciones humanas. El aspecto sentimental de esta ruptura sería un drama. Abriría una herida difícil de curar. Muchos de nosotros tenemos amigos en el resto de España, socios de muchos años de relación con los que hemos establecido afectos duraderos».

El fin de la inocencia

Festoneada en los balcones, la independencia se ha convertido en la máquina Buda de nuestra pequeña civilización. Ella está allí, sobradamente inmóvil frente a nosotros, como una garantía de nuestros desvaríos. Las pequeñas patronales y organizaciones empresariales de ramo que tanto apoyan al president Mas no parecen temerla.

¿Es la pátina hegeliana del alma colectiva? ¿Son indoloros? ¿Es falta de reflexión? Bonet no entra. No da ni un dato sobre este particular. Respeta las decisiones y concentra su análisis en una abstracción sin nombres que, sin embargo, habla clarito por sí sola.

Pongamos un ejemplo: si fabricas plástico y te hace falta glicol, y en el puerto de Tarragona se agota, tienes que ir a Cartagena o un hinterland del Cantábrico. Si fabricas papel y te quedas sin celulosa, lo mismo; tienes que ir más lejos, te costará más caro por el transporte y encontrarás al proveedor con muy pocas ganas de vendértelo.

¿Estamos hablando de boicot? ¿Quiere decir que si nos independizamos habría boicot al mercado catalán? «No hace falta hablar de boicot. ¿Alguien cree que después de una ruptura así a muchas empresas españolas les quedarían ganas de servir sus productos al mercado catalán? No, y con razón». No seamos inocentes: «Esta es la realidad». Bonet sabe de lo que habla. No entra en más honduras, pero su indicación es clara: bienvenido a la realidad.

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