El Calafate, uno de los mejores argentinos

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María Inés Torres es una porteña que vive desde hace unos cuantos años en Barcelona. Aterrizó en el San Telmo, un restaurante argentino de la calle Vilà Vilà que tuvo algunos momentos de esplendor. Desde entonces, no ha dejado de trabajar en la embajada criolla que nos permite acercarnos a ese gran país a través de su gastronomía.

Si a su llegada lo hizo con la evocación del popular barrio bonaerense del Rastro y el tango dominguero, desde 2011 lo hace desde El Calafate, como la ciudad del sur de la Patagonia y del Perito Moreno.

El nuevo local reúne condiciones para convertirse en un clásico. En mi opinión, es de lo mejor de la ciudad en su especialidad, junto al Nueve reinas. Los recursos que en este último caso proporcionaron algunos deportistas de éxito, en El Calafate los ha aportado el socio de María Inés.

Un lugar cálido

Con una iluminación muy bien planificada, el diseño del restaurante lo convierte en un local agradable, con un ambiente cálido a base de tonos marrón y beig sobre paredes de madera y ladrillo a la vista pintado en blanco. Algunas alacenas de obra con botellas de vino acaban de dar ese tono de confort a la casa.

Aunque el nombre nos traslada al sur del país, la cocina es claramente rioplatense. Los entrantes, con las empanadillas –muy buenas- y las pastas a la cabeza, ya apuntan esa orientación. Y aunque es muy argentino, El Calafate incorpora algunas especialidades locales, como el jamón ibérico servido con coca con tomate, y cordero español denominación de origen Sierra del Segura.

Los platos estrella

Si tuviera que pronunciarme sobre los mejores platos de la casa, diría que la provoleta a la brasa figuraría entre los primeros, la carne Angus entre los principales y alguna de las densas y dulcísimas tartas como postre. Los tres son sólidos, así que no me extraña que siempre que lo visito salga un punto más que llena.
tarta

La casa ofrece un menú de mediodía de 13 euros que incluye un primero y un segundo, sin bebida, postre ni café. Una oferta que no refleja, ni de lejos, la esencia del restaurante.

Nos sirvieron una caña Mahou tirando a correcta, que iba acompañada de una crema fina de aguacate con tostadas de pan a modo de aperitivo. De primero pedimos –modosas– dos ensaladas, conocedoras de la generosidad de las raciones de carne, aunque los platos de verdura también lo son.

Las carnes Angus

Entrecote Angus fue mi segundo, una pieza contundente, en el punto –para mi gusto- muy sabroso, y con sus patatas fritas. Mi acompañante, que había pedido el solomillo tamaño pequeño –los hay de 200 y de 300 gramos-, no fue capaz de acabarlo.

A pesar de todo, la gula me pudo y quise probar alguna de las tartas expuestas en la sala, en concreto la que lleva dulce de leche en hojaldre cubierto de un manto de merengue tostado. Deliciosa, hipercalórica y dulcísima, casi hasta el empalago. Y, después, un magnífico café Pont Milenium.

El desfase de los vinos

Acompañamos la carne con un syrah argentino, 1884 reserva de Escorihuela Gascón que estaba rico -13,5%- y por el que pagamos 25 euros, bastante por encima de los 10 dólares que cuesta en bodega. Un margen que se podría entender porque la botella tuvo que viajar desde Mendoza; más difícil de comprender es que en un tinto Bárbara Forés de la Terra Alta el recargo se supere el 100% o que un Perro Verde también duplique el precio.

Con estos márgenes en un producto que apenas tiene merma, no es de extrañar que cada día sea más frecuente ver mesas en las que no hay vino, ni siquiera a copas, sino agua y Coca-Cola.

Pagamos 43 euros por persona, que hubieran sido unos 45 si María Inés no nos hubiera invitado al café. No se puede decir que sea barato, aunque tal como están las cosas tampoco es caro, en especial teniendo en cuenta la calidad de la materia prima.

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