El Vaso de Oro, el manantial de la cerveza

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Durante muchos años, y creo que hasta que abrió la Fábrica Moritz Barcelona, el Vaso de Oro ha sido la cervecería que ha servido más cañas por día de la ciudad. Y, además, era de las pocas que se tomaban, y se toman, interés en servirla bien: escanciado calmado, en tres golpes, dos dedos de espuma densa, mínima burbuja y temperatura adecuada.

Gabriel Fort, el fundador y padre del actual propietario, había trabajado en Alemania, de donde se trajo algunas ideas. Para empezar, la cerveza es una mezcla de Estrella y Voll, lo que ya se aprecia en su color, más tostado; el sabor, algo más amargo; y grado, claramente por encima de los cinco habituales.

El surtidor, genuino de la casa, es el último eslabón de un sistema diseñado especialmente para el Vaso que empieza en los barriles –que no están en el bar, sino en el almacén- y continúa por un largo serpentín que enfría el líquido poco a poco. Los vasos tipo pielsen se humedecen antes de la decantación para que la cerveza agarre bien y levante una crema consistente. Algunos de los clientes de toda la vida tienen su propia jarra de cerámica en la consigna del local; unos pocos prefieren que se las mantengan refrigeradas.

La Damm le sirve los barriles a diario, de manera que incluso en los puentes festivos más largos su servicio de guardia se encarga del suministro recién envasado para garantizar la máxima frescura.

Desde hace un tiempo, el inquieto propietario del Vaso se ha apuntado a la elaboración de cerveza artesanal y ha montado su propia fábrica en L’Hospitalet de Llobregat, cuna de esta nueva tendencia en Catalunya. Elabora dos marcas, Fort y Porter, tanto en botella como en barril. Ha instalado un par de surtidores junto a los de Damm de siempre para que los clientes prueben estas especialidades –pale, ale, amber- más afrutadas, de un gusto más intenso que el de la caña tradicional.

Eso por lo que hace a la bebida. El tapeo de la casa siempre ha sido original y bueno. Recuerdo de mis primeras visitas la excelente impresión del canapé de anchoa sobre pan integral de centeno con una mezcla de aceite y vinagre, y de la ensaladilla de atún picante. Tenían también mojama y hueva, productos poco frecuentes en Barcelona en aquellos años, servidas con almendras fritas, como tiene que ser.

Con el tiempo, el Vaso fue incorporando tapas con mucho más cuerpo, como el solomillo a la plancha, cortado a dados; el foie fresco sobre cebolla también pasado por la plancha; la merluza y las gambas rojas, excelentes, sabrosas como las de Palamós o Roses, pero capturadas aquí mismo, en el litoral de la ciudad, por los pescadores de la Barceloneta.

No es un sitio para una comida de negocios. Aun después de haber hecho una ampliación que absorbió el antiguo almacén, el local es angosto y poco cómodo: una larga y estrecha barra repleta de tapas. En ambos extremos, unas pocas mesas, acompañadas de los mismos taburetes de la barra. Es un local al que llevar a alguien que visite la ciudad para demostrarle que en Barcelona también hay algunos lugares donde se sirve correctamente la cerveza.

La mayor parte de la clientela es habitual, muchos de ellos de la misma Barceloneta donde está el Vaso, incluidos los del Club Natació que pasan por allí para reponerse después de su partido de takatá o unos largos de piscina. Algunos turistas informados, pero no muchos. El servicio es amable y profesional, la mayor parte de ellos con bastante antigüedad en la casa. Comer, más que picar, incluyendo los mejores platos del Vaso, sale por unos 35 euros.

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