La empresa de intercambio de baterías con apoyo de Stellantis entra en quiebra tras solo seis meses

Varios empleados en la planta automovilística de Stellantis

La promesa de revolucionar la movilidad eléctrica mediante el intercambio ultrarrápido de baterías se ha topado con una dura realidad financiera. La empresa Ample, respaldada por grandes nombres del sector del automóvil como Stellantis, ha entrado en quiebra apenas seis meses después de iniciar operaciones en Madrid, poniendo fin —al menos por ahora— a uno de los proyectos más ambiciosos vinculados a la recarga alternativa de vehículos eléctricos en Europa.

La compañía había desembarcado en la capital española el pasado mes de junio, instalando varias estaciones de intercambio de baterías en puntos estratégicos de la ciudad. Su propuesta se presentaba como una solución disruptiva frente a los tiempos de carga, prometiendo sustituir una batería descargada por otra completamente cargada en apenas cinco minutos. Sin embargo, tras meses sin apenas comunicación pública, la noticia de su acogida al Capítulo 11 de la ley de quiebras estadounidense ha confirmado los peores presagios sobre la viabilidad del modelo.

La declaración de insolvencia se ha producido en el Distrito Sur de Texas, lo que indica que, por el momento, el proceso afecta formalmente a la filial estadounidense. Aun así, la desaparición de infraestructuras ya instaladas en Madrid, como la estación ubicada junto a la carretera M-607, sugiere que el impacto del colapso financiero podría extenderse también a sus operaciones europeas.

Un modelo innovador que no logró despegar

El sistema desarrollado por Ample se inspiraba en experiencias previas de éxito en China, donde fabricantes como NIO han logrado implantar el intercambio de baterías como una alternativa real a la recarga tradicional. El planteamiento era sencillo en apariencia: el conductor llegaba a la estación, el sistema retiraba automáticamente la batería agotada y colocaba otra completamente cargada, todo ello sin que el usuario tuviera que salir del vehículo.

Desde el punto de vista del usuario, la propuesta eliminaba uno de los grandes miedos asociados al coche eléctrico: la espera. Frente a las recargas rápidas, que aun siendo cada vez más eficientes requieren entre 20 y 30 minutos, Ample ofrecía una experiencia casi equivalente al repostaje de un coche de combustión. Esta ventaja temporal era el principal argumento comercial de la empresa.

Sin embargo, el atractivo teórico del sistema no se tradujo en una adopción masiva, especialmente en Estados Unidos, donde Ample ofrecía el servicio por un coste aproximado de 13 dólares por intercambio. Ni siquiera ese precio relativamente bajo logró convencer a un número suficiente de conductores, lo que terminó afectando gravemente a los ingresos y a la sostenibilidad del negocio.

La mejora de la recarga rápida cambia las reglas del juego

Uno de los factores clave que explican el fracaso del modelo es la rápida evolución de la tecnología de carga. En los últimos años, los nuevos vehículos eléctricos han mejorado notablemente sus capacidades, permitiendo pasar del 10% al 80% de batería en unos 20 minutos en muchos casos. Esta mejora ha reducido de forma significativa la ventaja competitiva del intercambio de baterías.

La diferencia real entre ambos métodos se ha estrechado hasta apenas quince minutos, una brecha que muchos usuarios consideran asumible si se evita la complejidad añadida de un sistema externo. Además, la carga rápida puede realizarse en una red cada vez más extensa de puntos públicos y privados, lo que resta exclusividad a soluciones como la de Ample.

A esto se suma el requisito habitual de suscripción mensual, necesario para acceder al servicio de intercambio. Para muchos conductores, este coste adicional supone una barrera psicológica y económica, especialmente cuando la alternativa de la recarga convencional no exige compromisos a largo plazo ni cambios en la propiedad del vehículo.

FIGUERUELAS (ZARAGOZA), 07/09/2022.- Trabajadores en la planta de baterías para los vehículos eléctricos que Stellantis produce en su factoría de Figueruelas (Zaragoza). EFE/Javier Cebollada
Trabajadores en la planta de baterías para los vehículos eléctricos que Stellantis produce en su factoría de Figueruelas (Zaragoza)

Dudas sobre la batería y el respaldo financiero

Otro elemento que ha generado reticencias entre los usuarios es la cuestión de la propiedad y el estado de las baterías. El intercambio implica recibir una batería distinta a la original del vehículo, lo que plantea dudas sobre su nivel de desgaste, historial de uso y vida útil restante. Aunque Ample aseguraba controles exhaustivos, la percepción de riesgo persistió.

Desde el punto de vista financiero, el proyecto tampoco logró consolidarse a tiempo. A lo largo de su trayectoria, la empresa había logrado recaudar alrededor de 330 millones de dólares, una cifra considerable para una startup del sector. Sin embargo, en el momento de la quiebra, sus activos se situaban entre 10 y 50 millones, frente a pasivos cercanos a los 100 millones de dólares.

En la documentación presentada ante el tribunal, Ample reconoce necesitar financiación adicional, unos 6 millones de dólares, con el objetivo de hacer frente a pagos pendientes a empleados y gestionar un cierre ordenado de la actividad. Esta situación refleja la falta de margen financiero para reconducir el proyecto o adaptarlo a un mercado cambiante.

El papel de Stellantis y las incógnitas en Europa

La quiebra resulta especialmente llamativa por el respaldo industrial con el que contaba Ample. Entre sus socios figuraba Stellantis, uno de los mayores grupos automovilísticos del mundo, que había integrado el sistema de intercambio en su servicio de carsharing Free2Move. En este contexto, modelos como el Fiat 500e podían mantener su operatividad mediante el cambio rápido de baterías.

Este apoyo daba al proyecto una credibilidad adicional, al vincularlo con un uso profesional y intensivo del vehículo eléctrico, donde el tiempo de inactividad es un factor crítico. No obstante, ni siquiera esta alianza estratégica ha sido suficiente para garantizar la viabilidad económica del sistema a medio plazo.

Por ahora, la compañía no ha emitido un comunicado oficial específico para España o el resto de Europa, aunque todo apunta a que lo hará en las próximas horas. La retirada de infraestructuras ya visibles en Madrid refuerza la idea de que el impacto de la quiebra no se limitará al mercado estadounidense, dejando en el aire el futuro del intercambio de baterías como alternativa real en el continente.

El caso de Ample se suma así a la lista de iniciativas que, pese a una idea prometedora y un fuerte respaldo financiero, no han logrado adaptarse a la velocidad de cambio del sector eléctrico. La industria sigue avanzando, pero esta experiencia demuestra que no toda innovación disruptiva consigue consolidarse, especialmente cuando el propio mercado ofrece soluciones cada vez más eficientes por otros caminos.

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Alba Carbajal

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