Hermanos Tomás, la sinceridad

C/ Pare Pérez del Pulgar, 1 www.htomas.com 93-345-71-48

La impresión inicial de quien va al restaurante Hermanos Tomás por primera vez es de cabreo. Se ha perdido en un par de intentonas antes de dar con el chiste y llegar a destino. No es que sea difícil, es que la señalización, incluso las indicaciones que facilita la web de la casa, no ayudan mucho.

Después, cuando ya está en el local, es la de decir: ¡Vaya sitio tan cutre que me han recomendado! ¡Donde Cristo perdió el gorro para esto! Efectivamente, tanto la parte exterior como la sala son propiamente las de un barucho de barrio. La tercera sensación, cuando ves magnums abiertas presidiendo algunas de las mesas y captas los olores que salen del horno, ya es la de pensar: “Bueno, bueno, bueno. Aquí pasa algo”.

Efectivamente, pasa algo. La presencia del restaurante y su localización no tienen nada que ver con su cocina, su muy buen producto y el tratamiento clásico que les da; los propietarios incluso presumen de estar chapados a la antigua en ese terreno. Tanto en la carta como en el trato a la clientela hay una intención clara de autenticidad, de una sinceridad alejada de la sofisticación.

Buen yantar

En las mesas, algunas parejas, pero el público mayoritario son hombres aficionados al buen yantar, a los que no les importa regarlo con generosidad. Gentes dándose un homenaje. El ambiente es muy parecido al de un asador castellano o vasco.

Julián Tomás se estableció en este rincón de Trinitat Vella (Sant Andreu) en 1970 para montar un bar, pero con el tiempo se ha convertido en uno de los mejores lugares de Barcelona para disfrutar de la cocina castellana, con algunos toques de las especialidades del norte. El empeño del propietario y ahora de su hijo es mantener una sencillez acorde con el entorno, claramente superada por la comida.

La única actualización de Hermanos Tomás son las copas de vino, riedel, y los cubiertos. El local está como al principio, con una pared forrada de billetes de lotería, aperos de labranza y trastos viejos en los estantes, fotos de los aviones de Iberia de los años sesenta y unos carteles antiguos de publicidad de tabaco con señoritas con aire romerodetorres. Los manteles están bastante atrotinados. Diría que hay un deseo expreso de poner de manifiesto que no hay lujos, que la cuenta solo refleja la calidad del producto.

Colesterol

La carta es tan breve como contundente. Entre los entrantes, morcilla, torreznos, picadillo de chorizo, pochas solas o combinables con almejas o codorniz. Y la extendida, un pan hecho por ellos mismos que huele que alimenta con una textura de bizcocho y que por si solo justifica una visita. Sensacional.

Cuatro pescados –merluza, rodaballo, bacalao y lubina- y siete carnes –lechazo, costillitas, chuletón, entrecot, solomillo, lomo y perdiz en escabeche-. Como se ve, en la casa no huyen del colesterol.

Quisimos hacer un pica-pica que nos permitiera dar cuenta de la tentadora Extendida: anchoas del Cantábrico con una vinagreta dulce sobre pimientos del piquillo verdes, ventresca con tomate y unas lonchas de cecina de vaca. Una buena entrada que había empezado con unas cañas de Damm, frescas y correctamente tiradas.

Y después superamos la tentación de la carne, así que optamos por una lubina al estilo Orio. Abundante y sabrosa, aunque no habría protestado si la hubiesen traído menos hecha. Quizá llevaba unos días en la nevera.

Los vinos

Bebimos un Protos blanco, sabroso, pero algo fuerte. En la etiqueta marca 13 grados, aunque yo diría que los supera claramente. La carta de vinos de la casa es algo más amplia que la de platos y se caracteriza por incluir variedades asequibles. Se nota que no quieren engordar la cuenta con la bebida. Y en cuanto al recargo, es muy irregular. Una botella del excelente cava Leopardi cuesta 25 euros, el 30% más que en bodega, mientras que en el Protos casi le meten el triple.

De postre nos atrevimos con la leche frita, buena y ligera, dentro de lo que cabe. Y rematamos con un café Unic, bien servido. 43 euros por persona.

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