A la búsqueda de un capitalismo de rostro humano

La aceleración en el proceso de automatización industrial llevará a una reducida demanda de trabajadores manuales

Una de las ocurrencias del actual ocupante de la Casa Blanca durante el incendio de la Catedral de Notre-Dame fue aconsejar el uso de hidroaviones para sofocar el fuego, lo que motivo que los expertos señalaran prontamente que tal cosa sólo lograría echar abajo la estructura medieval, antes que apagar el propio incendio.

La reacción fiscal de los gobiernos occidentales a la crisis se parece bastante al uso de un hidroavión, que arriesga acelerar la implosión del sistema económico tal y como lo conocemos. Inundar los mercados financieros con dinero virtualmente gratis tiene dos efectos nocivos.

Por un lado, dado que los tipos de interés sirven como medida disuasoria de las inversiones irresponsables, reducirlos a su mínima expresión incentiva emprender actividades económicas sin el contrapeso del riesgo; favoreciendo iniciativas emprendedoras poco ambiciosas, y con bajo retorno de inversión, lo que a su vez distorsiona la oferta y la demanda de capital; desequilibrando la asignación del ahorro privado a actividades productivas y socialmente responsables, y lleva a economías sin crecimiento,  a la japonesa.

La maquinaria eliminará la mano de obra

Por otra parte, y como consecuencia de lo anterior, algunas de las profecías de Marx adquieren súbitamente vigencia: su teoría acerca de que el capitalismo conduciría inexorablemente a salarios de subsistencia, debido a que los mercados laborales dejarían de acompasar los incrementos salariales al desarrollo de la economía, cobra en estas circunstancias un sentido del que había carecido desde que fue promulgada.

Esta tesis sostiene que una economía, caracterizada por mínimos márgenes de beneficio, tenderá a invertir en maquinaria para mejorar la productividad y eliminar los costes de la mano de obra, eliminando de un plumazo la premisa de que el valor de una mercancía lo determina objetivamente el promedio de horas de trabajo requeridas para producir dicha mercancía.

La presumible aceleración en el proceso de automatización industrial, para minimizar la dependencia de los trabajadores presenciales que la pandemia ha puesto de relieve, conllevaría una demanda reducida de trabajadores manuales, de manera que el producto marginal de los trabajadores empleados caería en la misma medida en la que aumenta el del capital. En términos sociales, esto significa que las ganancias irían a parar cada vez más a quienes acumulan capital, y cada vez menos, a los trabajadores.

Todo lo cual nos lleva a la cuestión crucial: ¿es socialmente defendible un modelo económico en el que el capital se convierte en un fin en sí mismo? La respuesta a esta pregunta determinará el carácter de la economía global en los años venideros, por cuanto que China ha demostrado que la clásica vinculación intrínseca entre capitalismo y democracia es falaz.

Dadas las consecuencias traumáticas de la crisis global en la que estamos inmersos, no podemos tomarnos muy en serio a los profetas de las presuntas oportunidades que nos ofrece la pandemia, pero debemos, no obstante, reconocer la función evolutiva de las crisis, que se traduce en la supervivencia, no del más fuerte, sino del más apto. En este sentido, es evidente que el capitalismo chino de estado tiene más capacidad para adaptarse a los cambios, sencillamente porque sus dirigentes no están constreñidos por el imperio de la ley, ni rinden cuentas en las urnas.

No en vano, Deng Xiaoping exclamó “no importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”, cuando llegó a la conclusión de que el capitalismo es compatible con cualquier tipo de régimen político, desde la democracia liberal a los regímenes autoritarios, pasando por el comunismo, y a la vez es  la manera más eficiente de asignar recursos productivos, fijar precios,  y optimizar el intercambio de mercancías; todo ello  sin necesidad de organizar la sociedad de una u otra forma.

Estar libre de las obligaciones democráticas propias del Estado de Derecho, otorga una ventaja competitiva al capitalismo deshumanizado

En los términos evolutivos a los que nos referíamos antes, estar libre de las obligaciones democráticas propias del Estado de Derecho, otorga una ventaja competitiva al capitalismo deshumanizado. Esta es una lógica que no escapará a la atención de los inversores de capital, ni pasará desapercibida a los políticos con inclinaciones autocráticas: por más que el capitalismo no sea un sistema de gobierno, el músculo financiero de las grandes corporaciones las dota de considerable influencia política, y de no poca capacidad para ejercer el poder de manera indirecta y con alcance mundial.

Nada volverá a ser igual que antes de esta pandemia, porque sus efectos socioeconómicos se dejaran sentir durante mucho tiempo. Si las sociedades europeas observan contradicciones, inoperancia, y falta de liderazgo en sus gobiernos y en organizaciones supranacionales, como la propia Unión Europea, es posible que concluyan que es más práctico tomar un atajo, optar por el capitalismo iliberal, y soltar lastre democrático.