A propósito de la reconstrucción

Unos nuevos Pactos de la Moncloa requieren un gobierno fuerte y estable, que no puede depender del popurrí con el que se consiguió la investidura

Leyendo aquí y allá los medios periodísticos, con frecuencia me asalta la idea de que, de existir, muchos quisieran darle a una moviola de la historia.

Se plasma eso en las sendas evocaciones que se hacen del Plan Marshall y de los Pactos de la Moncloa. Dejando de lado aquel dicho que “nunca segundas partes fueron buenas”, no hay que olvidar las profundas diferencias que existen entre las situaciones que originaron aquellos dos hechos y la actual.

Ni Europa es el continente destruido y arruinado que era en 1945, ni España es la nación de democracia tambaleante de 1977. Lo dicho no es contradictorio con reconocer que, tanto en la Unión Europea como en nuestro país, son urgentes grandes acuerdos para que, al salir de la pandemia, podamos hacer frente a la grave crisis política y económica que se vislumbra.

En el plano europeo las reuniones de los jefes de gobierno, o de los ministros de finanzas, han abierto como mínimo el melón, a pesar de la disonancia de ciertos tulipanes negros que, contrariamente a lo que se cree, sí que existen. Pero aquí en España la propuesta de pacto no ha pasado de alguna ligera insinuación, recibida con bastante rechazo a derecha e izquierda.

Sin minusvalorar ni de lejos el acuerdo social, considero que sin base política no sería viable. Y eso requiere un gobierno fuerte y estable, que no puede depender del popurrí con el que se consiguió la investidura, máxime cuando algún que otro integrante de aquella mayoría, como ERC, ya ha adelantado que no están por la labor.

Sin lugar a dudas es la presencia de Unidas Podemos (UP) en el Gobierno, junto al resquemor todavía vivo de la moción de censura, lo que hace que el PP ponga obstáculos a empezar a hablar en serio. Si el antisanchismo por sí solo no era una manera de hacer política antes de la crisis sanitaria, en este momento es pura insensatez. La cosa es especialmente preocupante porque los, digamos, intelectuales orgánicos de los populares se han lanzado a una campaña, de mayor coste que rédito, de desprestigio hacia el gobierno actual, que parece calcada de los mejores momentos de El Alcázar.

Vamos a ver, entiendo que la presencia de Podemos en el Gobierno genere preocupación dado, el discurso que desde el principio ha desarrollado.

Yo soy capaz de compartir, en mayor o menor medida, dicha preocupación, ya que desconfío del hacer de más de uno de los ministros podemitas, para no decir de ciertos personajes que se mueven entre bambalinas, como el tenebroso Juan Carlos Monedero.

Ahora bien, agitar el fantasma del comunismo para desprestigiar a dicho colectivo, me parece un juego algo sucio, porque los corifeos del PP (al menos los que tienen un nivel promedio de neuronas) saben que identificar a UP con lo que fueron (en algún lugar siguen siendo) los partidos comunistas clásicos, es una soberbia mentira, por mucho que Pablo Iglesias, y personajes aledaños, se reclamen herederos del comunismo para tapar sus vergüenzas de populistas irresponsables.

Porque si algo caracterizó a esos partidos, fue su sentido de la responsabilidad, como cuando se integraron en los gobiernos de concentración entre 1945 y 1947, en lugar de aprovechar su hegemonía, especialmente en Italia, para transitar por la vía revolucionaria. Recordemos aquella estremecedora escena de “Novecento” en la que se insta a los partisanos a entregar las armas.

Y ya que se está evocando continuamente los pactos de la Moncloa, rememoremos también el papel que desempeñaron en ellos el PCE o CCOO, papel que hay quien califica de más que responsable. Conozco unos cuantos viejos militantes comunistas, alguno habiendo ejercido altas responsabilidades, que están indignados al verse equiparados a según qué sujetos y prácticas.

En definitiva, esos corifeos son plenamente conscientes que Podemos no pasa de ser un neoperonismo europeizado, en el fondo, en las formas y en los personajes. Cuestión diferente es que cause inquietud sus propuestas de radicalismo pequeñoburgués, que comienzan por no renunciar a superar el marco constitucional, cosa que pasaría por supuesto por completar el abrazo del oso con el PSOE como objetivo. En definitiva, si antes decía que la campaña podía comportar poco rédito, es porque podría conducir a prestigiar UP, al identificarlo con aquellos militantes comunistas que se sacrificaron por la consecución de la democracia.

Tampoco quiero condenar con estas líneas a UP a las tinieblas exteriores. En sus manos está demostrar que están dispuestos al acuerdo con otros partidos democráticos, a fin de amortiguar los efectos económicos de la pandemia.

Lo que estoy haciendo, pues, modestamente y como ciudadano de a pie, es una llamada a la cordura, porque aquí o nos salvamos todos, o nos ahogamos todos. Es el momento de arrinconar dogmas, de disponernos a la reconstrucción con particular atención hacia los más débiles, de dejar de agitar el fantasma del estatalismo.

Decía esta semana en una entrevista Josep Borrell que lo más urgente ha de ser una intervención masiva del Estado para evitar la destrucción del aparato productivo  y el subsiguiente paro. Paralelamente, Xavier Domènech, se supone que hablando en nombre de UP, pedía un “new deal” en lugar de unos nuevos pactos de la Moncloa, ¿pero alguien se imagina una intervención del Estado, semejante a la que llevó a cabo la administración Roosevelt, que en el fondo es lo que propone Borrell, sin un acuerdo político-social que la respalde?