Alcibíades

El “síndrome de Alcibíades”, a diferencia del atribuible a Warhol, no solo busca figurar quince minutos al menos una vez sino quince veces en un minuto

Las circunstancias parecen, cada vez más, darle la razón a Andy Warhol cuando el mediático artista enunció, ahora ya lejano en el tiempo, aunque cercano en el acontecer, que “en el futuro, todo el mundo será famoso durante quince minutos. Todo el mundo debería tener derecho a quince minutos de gloria.” Él mismo fue un ejemplo de su propia frase. Acercó el arte a un consumo masivo, precursor incluso de su exposición como cartelería y acabó convirtiéndose en un icono pop, imprescindible para entender el arte como un elemento más de la decoración.

Gracias a esta frase, hay quién denominó al ansia de sobresalir y ser reconocido por una gran mayoría de los integrantes de nuestra especie como “síndrome Warhol”. Pocos saben que el extravagante pintor y cineasta presentaba rasgos de padecer el “síndrome de Asperger”. Si, ese trastorno que nos resulta tan gracioso en el televisivo personaje de Sheldon Cooper, genial integrante de los raritos personajes de la exitosa serie televisiva The Big Bang Theory.

Todo un influencer del siglo V, Alcibíades entendió que lo importante era que Atenas hablase de él, aunque fuera mal

Pero este anhelo de puntual notoriedad, gracias a la extensión de los medios de comunicación y el uso continuado de la tecnología pide, constantemente, más minutos; vaya, que no le basta solo con quince. Y por ello, nos podemos inventar otro síndrome, este más de nuestro tiempo, al que, en un ataque de culturetitis, podríamos denominar como el “síndrome de Alcibíades”.

El rabo del perro

Personaje de la antigua Grecia, Alcibíades fue, solicitándole permiso a Platón, el discípulo más querido de Sócrates. Es más, ambos combatieron juntos en varias ocasiones defendiendo a Atenas, llegando a salvarse la vida mutuamente un par de veces.

Entre las múltiples anécdotas atribuidas a este singular militar y estadista, personificación de la ambición imprudente y desmedida, se encuentra la que involucra a un perro de su propiedad, este de singular belleza. Habiéndolo costado unas sesenta minas, toda una fortuna en la época, la admiración por el cánido se volvió reproche cuando Alcibíades optó por cortarle el rabo. A las airadas preguntas de sus contemporáneos sobre tamaña atrocidad, el sobrino de Pericles contestó que lo había hecho “para que toda Atenas hablase de que Alcibíades le había cortado el rabo a su perro”. Todo un influencer de la Atenas de siglo V a. de C., que pasa por ser el precursor del marketing político moderno.

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La noticia más importante es que haya noticia

Las riñas de En Marea, las excrecencias de Rufián o las intervenciones de Carmen Calvo solo solo se entienden desde la insulsa sobreexposición constante

No pasa nada

Vivimos en un momento histórico donde la noticia más importante es que haya noticias. Los estadistas que nos gobiernan, a golpe de twitter y apariciones en Facebook e Instagram, generan información a diario, casi al instante, en un intento continuado de estar presentes.

Es el “síndrome de Alcibíades”, que, a diferencia del atribuible a Warhol, no solo busca figurar quince minutos al menos una vez sino quince veces en un minuto. Todo es noticiable y todo es opinable, lográndose con ello que todos los acontecimientos tengan el mismo valor o, al menos, el mismo tiempo de dedicación.

Podemos citar como ejemplos de esta insulsa sobreexposición constante desde las opiniones sobre la revuelta de los chalecos amarillos en Francia que emitió Emmanuel Macron (a los cuales les da, paradójicamente, la razón) hasta los líos internos de Podemos y en su filial En Marea, la incomprensible posición de Llamazares en Izquierda Unida o las intervenciones de Carmen Calvo en el Congreso de los Diputados cuando no las estudiadas excrecencias de Rufián

Los estadistas que nos gobiernan generan información a diario en un intento continuo de estar presentes          

Pero no, no lo habíamos visto y oído todo; faltaba la última del inefable Trump (bueno, conociendo al estadisto, que no estadista, siempre será la penúltima). Acaba de descubrir con enorme sorpresa e incontenible locuacidad que a los siete años, una niña, ¡pobre angelito!, todavía puede creer en Papá Noel. Pero, menos mal, ya está él para deshacer, también, este entuerto. Retira las tropas de Afganistán, da por resuelto el drama de Siria y… pone al pobre Santa Claus en el reino de la irrealidad más bobalicona. Como dicen ahora, ¡todo un personaje!

Como estamos en época de síndromes, a ver si tanta noticia inútil nos va a provocar un “síndrome de Stendhal” por exceso de las mismas, y caemos infartados ante un cuadro de Botticelli. En este caso, no es una pirueta cultural más, no; es una noticia real.