Ambición, oportunismo y la opinión de La Dama Gris

La derrota de Theresa May, el ascenso de Macron y la recuperación de la UE exhiben las caídas de los proyectos populistas e independentistas

Theresa May comenzó a pagar en Bruselas su confusión entre ambición y oportunismo en su intento de plantar cara a la Unión Europea. Mientras tanto, Pedro Sánchez decidió estrenar la vis radical del nuevo PSOE abjurando del CETA y abrazando la plurinacionalidad para abordar el problema catalán, que según la Dama Gris –el New York Times— exige “buena fe” y un referéndum. En su lugar, Europa, España y Cataluña continúan instaladas en la política de vuelo bajo, en la confusión y en la frivolidad.

Entre los políticos mediocres que recalan en Bruselas abunda el síndrome de Berlaymont, más que un edificio, un microcosmos que aísla de la realidad. En su interior se ignoró el descrédito institucional; no se entendió que ‘proyecto común’ había dejado de ser un término ilusionante para transformarse en carnaza para los populismos nacionalistas. El “brexit” acabó de golpe con esa enfermedad hace un año. El pánico resultante sólo ahora comienza a remitir.  

May empieza a negociar el “brexit” con la humillación de las elecciones a cuestas

Y solo porque la suerte es caprichosa. Acabó colocando en el Nº 10 de Downing Street a alguien tan incapaz de leer las señales como los burócratas bruselenses. La primera ministra británica pensaba acudir al Consejo Europeo el pasado jueves con un sólido respaldo electoral para iniciar un una salida dura. En su lugar tuvo que ir, como dicen los ingleses, “con el sombrero en las manos”, humillada, tras el clamoroso fracaso del 8 de junio. 

La mala racha de la premier tomo la forma de otro sombrero. En su afán por invocar la soberanía, se topó con que quien la encarna, la soberana, le mandó un mensaje la víspera de viajar a Bruselas al inaugurar el Parlamento tocada con un sombrero sospechosamente parecido a la bandera europea. A la primera ministra le esperaba la discusión sobre los 1,5 millones de británicos residentes en la Unión cuyo el futuro depende de que Londres reconozca los derechos recíprocos de los tres millones de comunitarios que viven en el Reino Unido.

La premier adelantó la oferta generosa que concretará en los próximos días. Pero al final del Consejo, su presidente, Donald Tusk, y otros dirigentes –entre ellos los de Francia y Alemania— dejaron claro que era “insuficiente”. ‘The 3 Million’, la organización que representa a los europeos en Gran Bretaña la calificó de “patética e  inaceptable” por no hacer siquiera referencia a la oferta “equilibrada, completa y detallada” presentada por la UE. 

Hasta su desastre electoral, May bravuconeaba con un “brexit” duro. Ahora, la UE está dispuesta a verle el farol y Angela Merkel y Emmanuel Macron han recompuesto del eje franco-alemán. También aumenta la presión dentro del Reino Unido a favor de permanecer en el mercado único. Los sindicatos le han dicho a Jeremy Corbyn que abandone de una vez su calculada ambigüedad e incline a los laboristas hacia un “brexit” blando. Y entre los conservadores, también ganan fuerza los parlamentarios europeístas.

Merkel y Macron han recompuesto el eje franco-alemán para enfrentarse a Gran Bretaña

Europa fue también el pretexto del nuevo PSOE para exhibir su recobrado izquierdismo. Además de renegar del voto unánime que sus eurodiputados dieron al Tratado de Comercial entre la UE y Canadá en febrero, el tuit de Cristina Narbona –“no lo apoyamos”— ilustró el cariz de las novedades socialistas.

El problema en el pasado de Sánchez –y también su disculpa— era su escaso control del partido: barones territoriales, ex secretarios generales y otros intocables; todos intervenían. Ahora es dueño del aparato, pero sigue el descontrol: todos opinan, empezando por la nueva presidenta, que no tiene intención de adoptar el perfil ceremonial de su predecesora.

PSOE: Sánchez es dueño del aparato, pero sigue el descontrol

Por novato o porque las provincias no malician como Madrid, el portavoz de la nueva ejecutiva federal y alcalde de Valladolid, Óscar Puente, fue sincero respecto del por qué del cambio de posición: “para recuperar el voto de la mayoría, no podemos seguir haciendo lo mismo (…) no debe escandalizar cambiemos en este tema o en otros”.

La pena capital que Narbona impuso al CETA se redujo a la de abstención después de que el comisario europeo, Pierre Moscovici, diera un tirón de orejas a Sánchez. El responsable de Economía de la UE –antes producto de la École Nationale d’Administration que socialista— recordó las implicaciones para España y para el PSOE de su volantazo antiglobalización (como explica el excelente análisis de María Blanco en ED). No será la última vez que el nuevo PSOE tenga que inhibirse en una votación.  

Sánchez se siente obligado a demostrar, como en un anuncio de detergentes, cuán ‘diferente y mejor’ es el nuevo PSOE y cuál es su plan para gobernar. La prueba del CETA revela lo difícil que le va a resultar. El giro a la izquierda –que conlleva la etiqueta de ‘podemización’— no es compatible con la centralidad del votante tradicional al que Sánchez no puede ignorar.

La hipótesis de una reforma –o de una crisis— constitucional se convierte en una probabilidad

Mariano Rajoy lo sabe. Por eso dio al CETA una dimensión de Estado. Y mucho más tras la adopción en el 39 Congreso del PSOE de una enmienda que aboga por modificar el Artículo 2 de la Constitución –sacrosanto para el Partido Popular— y consagrar la plurinacionalidad del Estado. Mientras era solo la posición de Podemos, el Gobierno lo podía descontar. Pero si entre los cambios socialistas figura aceptar una eventual una consulta pactada, la hipótesis de una reforma –o de una crisis— constitucional se convierte en una probabilidad.

Justo cuando el Gobierno creía que la campaña internacional del bloque independentista había fracasado (“Mi socio y amigo es España entera” le regaló Macron a Rajoy) el New York Times publicó el día de San Juan un editorial en el que afirma que “el mejor desenlace para España [del problema catalán] sería permitir el referéndum y que los catalanes rechacen la independencia, como han hecho los votantes en Escocia y Quebec. De otro modo, la intransigencia de Madrid solo inflamará la frustración de Cataluña”.

A Carles Puigdemont –que visitó el la sede del periódico en abril— le faltó el tiempo para pronunciarse: “Veo que la idea del golpe de Estado en forma de referéndum no la acaban de comprar”, tuiteó, junto al enlace del editorial. Para el independentismo es un balón de oxígeno, mientras que sus opositores destacan que el periódico aboga igualmente porque Cataluña siga en España.  

Hasta fin de año, toda la política española va a ser, de un modo u otro, política catalana

Lo que menos han destacado unos y otros de la opinión del diario es la invocación a “negociar en buena fe”. Hasta fin de año, toda la política española va a ser, de un modo u otro, política catalana. Los impulsores del procés se aplicarán a exacerban las emociones para poder aprovechar la frustración de la que habla el New York Times en las elecciones que presumiblemente sustituyan al referéndum que nadie espera se celebre.

Por su lado, el Gobierno mantendrá su adhesión a la ley, su recurso a los tribunales y su convicción en que ante la necesidad de cambiar, lo mejor es no cambiar nada.

Todos harían bien en levantar la mirada y analizar los acontecimientos recientes. El castigo electoral recibido por Theresa May, del que Artur Mas y Carles Puigdemot debieran inferir alguna consecuencia; el retroceso del SNP en Escocia; la victoria de Macron, la probable reelección de Merkel en septiembre, la recuperación de la confianza en Europa… Todo trabaja contra los populismos, pero también contra cualquier proyecto independentista en Europa.

Hace tiempo que se dejó de votar por ideología. Lo ocurrido en Holanda, en Francia y recientemente en el Reino Unido indica que los electorados comienzan a entender que tampoco se puede votar por mera irritación. La Dama Gris tiene razón en abogar por una solución política y negociada para la cuestión territorial en España. Pero falta todavía el requisito esencial: la buena fe de todas las partes.