Cuando se usa indiscriminadamente un término, su significado se puede diluir. Las redes sociales banalizaron la palabra amigo, y los anuncios de cosméticos la sostenibilidad. Ahora hemos escuchado tanto la canción de la austeridad económica, que corre el riesgo de convertirse en ruido blanco, en humo.
El significado formal de austero es severo, rigurosamente ajustado a las normas de la moral, sobrio, sencillo, sin ninguna clase de alarde. La cuestión moral se puedo relacionar con la asunción de los principios del pensamiento ortodoxo.
En su sentido económico, la austeridad es la política de reducir el déficit desde el lado de los gastos, aunque pueda ir acompañada de un aumento de los impuestos para devolver a los acreedores y reducir así la deuda pública. Ésta política se justifica cuando existe una riesgo de que el gobierno no pueda cumplir con sus obligaciones futuras.
Ante la austeridad encontramos dos importantes posturas teóricas enfrentadas. En los modelos macroeconómicos de equilibrio general, donde la política fiscal se analiza en el marco de la racionalidad de los agentes que maximizan su utilidad, los efectos de los déficits gubernamentales son mitigados por las decisiones individuales de ahorro (para compensar el aumento previsto de los futuros impuestos). Así pues, reducir el déficit permite al sector privado consumir más en el presente, con el efecto multiplicador que un aumento en el consumo supone.
Por otro lado, en el sentido keynesiano, el déficit gubernamental es lo que facilita al sector privado seguir consumiendo en los momentos bajistas del ciclo económico. Los déficits financian políticas expansivas que aceleran el crecimiento, y el incremento más que proporcional de la renta futura permite devolver la deuda con creces. Para Paul Krugman éste último es el razonamiento correcto: las medidas de austeridad son hoy en día contraproducentes ya que deprimen aún más la actividad económica. El Estado perderá más dinero sin los eventuales impuestos futuros que ingresaría gracias al crecimiento, que si se lo hubiese gastado creando trabajo, nueva infraestructura e industria y así generando dicho crecimiento. Es decir, el déficit se usa como inversión.
El equilibrio presupuestario es un objetivo racional a largo plazo, cuando no se debe gastar de media por encima de lo ingresado. Pero a corto plazo no sucede lo mismo, ni tan siquiera para una persona. Un individuo se endeuda para estudiar en la universidad porqué sus ingresos y calidad de vida futuras compensaran de forma más que suficiente esta deuda. De la misma manera, las empresas invierten en investigación y desarrollo aunque saben que la amortización de la inversión no ocurrirá al día siguiente.
A pesar de que las políticas expansivas se puedan financiar con déficits, el nivel de endeudamiento óptimo depende también del precio que se pague por la deuda. A mayores intereses, endeudarse se encarece y el retorno de la inversión deberá ser más alto para compensarlo. El debate es ése: el trade-off existente entre los costes de endeudarse y los rendimientos futuros que la inversión ocasione.
Y por mucho que se repita, la austeridad nada tiene que ver con eficiencia. Un gobierno es más eficiente (en términos relativos) si es capaz de proveer los mismos bienes y servicios con menos costes, o más bienes y servicios al mismo coste. Austeridad es reducir gastos, eficiencia es usarlos bien. Se puede lograr el equilibrio presupuestario con más ingresos (sin austeridad) y se puede ser tan eficiente con un estado del bienestar a la manera nórdica como con un gasto público reducido al mínimo. Las consecuencias de las distintas opciones no son las mismas, especialmente para los que más sufren las crisis, porque su bienestar es mucho más elástico ante cambios en la política económica.