El móvil de los políticos 

El teléfono móvil se ha convertido en el mayor delator del poder político

El móvil político, el móvil de un crimen, el móvil de una pasión convergen en el móvil de los políticos, que es de naturaleza distinta a los móviles que usan los ciudadanos. El aparato, artefacto, terminal o dispositivo —lo que es un teléfono móvil de última generación— en manos de un político se convierte en prueba de un delito, de una omisión, de una traición, de una revelación o de un espionaje político que acaba arrastrándolo hasta los tribunales.

El teléfono del fiscal general del Estado, del presidente de la Comunidad Valenciana, del presidente del Gobierno, de los ministros y de los denominados fontaneros políticos o guardaespaldas, siendo todos distintos, coinciden en su capacidad para acumular datos en forma de audios, textos, imágenes, vídeos y localizaciones GPS, que los hace vulnerables ante la verdad que revelan.

El teléfono móvil de Koldo, que tiene la propiedad de un oído humano capaz de grabar todo lo que suene a corrupción, o el celular de Mazón, abandonado en el bolsillo de una chaqueta o sobre la mesa del restaurante El Ventorro, no son los mismos que los utilizados por las víctimas de la DANA al enviar un mensaje de auxilio a sus familiares. El dispositivo de Sánchez, que según el Ministerio de la Presidencia fue “objetivo de tratamiento ilícito externo” —complejo eufemismo para evitar pronunciar el término “espiado”— o el móvil de Álvaro García Ortiz, que obedece a la orden de borrar todos los datos o pistas como la mejor manera de conservar el anonimato de su presunto delito, son ejemplos de esa misma vulnerabilidad.

Todos los móviles muestran la capacidad tecnológica de acumular: un Diógenes con el aspecto de un microchip fabricado en China o Israel, donde se almacena infinidad de información inútil que se convierte en tesoro cuando acaba en manos de los mineros de datos. Resulta mucho más atractivo para el cotilla, el delator o el vengador saciar su pasión escuchando sin pudor cómo hablan y se comunican los políticos cuando sus mensajes o audios se filtran a la opinión pública que conocer la verdad a través de los protagonistas.

Se almacena infinidad de información inútil que se convierte en tesoro cuando acaba en manos de los mineros de datos

La ilusión de verdad se consigue mejor si el ciudadano observa la transcripción de un mensaje en un monitor de televisión y se dramatiza, con voz en off, el alcance del escándalo. El teléfono móvil, convertido en un metamoderno monolito negro, liso y reflejante, se revela con más potencia transformadora de la condición humana que aquel que descubrieron los simios en 2001: Odisea del espacio de Arthur C. Clarke, el que les permitió reconocer en el hueso de un fémur una herramienta o un arma para someter y dominar al resto de las bestias.

El móvil digital es un salto evolutivo que convierte al político en polizón, chismoso, acusador, extorsionador, secuaz y ocultador sin necesidad de esfuerzo. La potencia delatora del teléfono móvil radica en su capacidad de erigirse como espejo de la mente humana, donde se acumulan recuerdos, instantáneas, pensamientos y conocimientos que puede ver y oír todo el mundo, hasta el extremo de permitir que aflore en la plaza pública todo tipo de flaquezas humanas.

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