Cambalaches de la saga más poderosa de España
La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) ha acordado sancionar a Jaime Botín, hermano del todopoderoso mandamás del Banco Santander, Emilio Botín, por una falta “muy grave” consistente en ocultar la posesión de un 8% de Bankinter.
El correctivo llega con enorme retraso. Han transcurrido más de tres años desde que el propio Botín informara a la CNMV de que era titular de dicho paquete. El miembro menos mediático de la saga de banqueros realizó el espectacular destape en julio de 2010, para pasmo de todo bicho viviente. Por supuesto, su comunicación al supervisor bursátil no fue voluntaria, sino forzada por las circunstancias.
En efecto, sobrevino poco después de que tanto él como su distinguido hermano Emilio y sus respectivos hijos se vieran forzados a confesar de plano a Hacienda uno de los secretos mejor guardados de los anales mercantiles celtibéricos. Se trata de que el clan había mantenido escondida la friolera de 2.000 millones de euros en Suiza desde la lejana fecha de 1936, es decir, desde el estallido de la Guerra Civil. Semejanza tenencia entrañaba una monumental irregularidad fiscal.
Su obligado strep-tease acaeció a raíz de la infidelidad de un empleado del banco HSBC en Suiza, llamado Hervé Falciani. Éste entregó al Gobierno francés un disco compacto con una nutrida relación de clientes españoles que embalsaban capitales en la Confederación Helvética. Francia le pasó la explosiva información a España y la veda quedó abierta.
A cualquier hijo de vecino pillado con unos miles de euros sin declarar, la Agencia Tributaria le habría propinado de inmediato un requerimiento con la advertencia de recargos, sanciones, paralelas y denuncias a la fiscalía anticorrupción. Pero la familia Botín es mucha familia. La opulenta estirpe consiguió despachar lo que sin duda constituía el mayor fraude fiscal de la historia española con el pago de 200 millones de euros, y aquí paz y después gloria.
Huelga añadir que ni a Emilio Botín le pasó por la cabeza la idea de dimitir de gran timonel del Santander, ni preboste gubernamental alguno osó siquiera sugerírselo. La CNMV y el Banco de España, siguiendo su inveterada costumbre en casos semejantes. Se hicieron los suecos al alimón y miraron para otro lado.
Pero hete aquí que entre el fortunón clandestino de la saga remansado a los pies de los Alpes figuraba, a nombre de Jaime Botín, un paquete de títulos de Bankinter equivalente al 8% de su capital. Y ahí surgió una seria complicación adicional. Ocurre que a la vista de que el caballero sólo controlaba oficialmente el 15%, algunos inversores extranjeros habían dado en cavilar tiempo atrás que Bankinter era un objetivo apetecible, pues se prestaba a maniobras de tiburoneo encaminadas a alcanzar tal vez su control.
Los más expeditivos fueron los jerarcas del banco francés Credit Agricole, que compraron en el mercado lotes y más lotes de títulos, hasta hacerse con el 23%. Estaban convencidos de que así superaban con largueza el rango de máximos accionistas y arrumbaban al segundo puesto a Jaime Botín. Los galos se llevaron una sorpresa mayúscula cuando éste afloró su 8% enclaustrado en Suiza.
Los franceses reaccionaron despechados. Decidieron en 24 horas poner sus acciones a la venta para largarse cuanto antes de un país en el que los gerifaltes hacen y deshacen a su antojo, mientras los órganos reguladores se llaman andana. Hace pocos días, Credit Agricole ha vendido los últimos lotes de Bankinter y ha desaparecido del mapa financiero peninsular.
La dilatada instrucción del expediente abierto contra Jaime Botín, de quien en Madrid dicen que “es un consumado experto en tirar la piedra y esconder la mano”, es el último episodio de una retahíla de anomalías que han envuelto la actuación de la CNMV. El supervisor bursátil se caracteriza por ensañarse con los débiles y mostrar una extraordinaria indulgencia con los poderosos. El expediente botinesco ha permanecido 38 largos meses en un cajón de la CNMV, a la espera de que alguien se dignase darle curso.
Por cierto, la noticia de la multa al capitoste se divulga pocos días después de que la prensa madrileña publicase un artículo en el que el mismo ciudadano criticaba con confusos argumentos la “miseria moral” de la sociedad española, arremetía contra el “mal ejemplo” que brindan algunos estamentos y fustigaba que la “mentira” y la “impunidad” campen a sus anchas por la piel de toro. Llegaba incluso a exigir que los cogidos en falta no se limiten a pedir perdón, sino que “asuman la responsabilidad”.
Al escribir esas líneas, el autor debió sufrir un ataque de amnesia. De repente, olvidó sus propios deslices, en particular el descarado embuste de registrar en la CNMV sólo un 15% del banco por él liderado.
La sanción coincide con la hazaña perpetrada por su hermano Emilio, al fichar a Rodrigo Rato como miembro del consejo asesor internacional de Banco Santander. Rato está imputado en la Audiencia Nacional por el devastador hundimiento de Bankia, un agujero negro que lleva engullidos 20.000 millones de euros de fondos públicos, ha arruinado a cientos de miles de clientes y ha significado que 8.000 trabajadores de la entidad acaben en la calle.
A don Emilione le trae al fresco el daño a la imagen del banco que supone dar albergue en él a un personaje tan desprestigiado como Rato. El enchufe del ex vicepresidente del Gobierno en el Santander es un auténtico chollo. Los consejos asesores son meros órganos decorativos, sin funciones ejecutivas ni de ningún género, que suelen utilizar los grandes mandarines del Ibex para devolver favores a viejas glorias de la política. La carga de trabajo que entraña el desempeño del cargo no es extenuante –apenas dos reuniones al año– y está remunerada nada menos que con una paga de 200.000 euros.
Es más o menos la misma bicoca que le proporcionó a Rato el jefe de Telefónica, César Alierta, cuando el pasado enero lo enchufó en los consejos asesores de Europa e Iberoamérica.
No parece sino que Emilio Botín se considere a sí mismo situado por encima del bien y del mal. Así lo ha acreditado sobradamente en las últimas décadas. Por algo se le conoce desde tiempo inmemorial como el capo di tutti i capi.