Cambio de rasante (en descenso)

Por mucho que los portavoces se empeñen en asegurar lo contrario, el independentismo cambió de rasante tiempo atrás. Antes subía, ahora baja

El candidato de ERC a la presidencia de la Generalitat, Pere Aragonès, junto a la presidenta del Parlament, Laura Borràs, tras el primer debate de investidura, el 26 de marzo de 2021 | EFE/EF/Archivo
El candidato de ERC a la presidencia de la Generalitat, Pere Aragonès, junto a la presidenta del Parlament, Laura Borràs, tras el primer debate de investidura, el 26 de marzo de 2021 | EFE/EF/Archivo

Tal vez lo que menos perdona su propio electorado a los líderes independentistas es el trato tan infantiloide que reciben, como si no fueran capaces de darse cuenta de que las expectativas de culminar sus ilusiones se alejan en vez de acercarse.

Como la del progreso continuo, la imagen del ascenso permanente es tan potente como falsa. La vida es ondulante. Por mucho que los portavoces se empeñen en asegurar lo contrario, el independentismo cambió de rasante tiempo atrás. Antes subía, ahora baja.

Por si se requiere una demostración numérica que refuerce tal evidencia, baste recordar que en poco más de tres años, la suma de votos a partidos independentistas se ha adelgazado en más de medio millón. Se dice pronto.

Que sus contrincantes hayan retrocedido todavía más no significa un avance sino que media una ilusión óptica. Los constitucionalistas no necesitan avanzar. Les basta con quedarse como están para que prosiga sin inmutarse el estatus quo.

Son los independentistas quienes pretenden cambiar las cosas. Y no se avanza hacia tan portentosos objetivos dejándose por el camino casi un tercio del electorado. Agarrarse a la cifra del 52% es legítimo. Es un dato real pero no es realista considerar que se trata de una base sólida sobre la que ganar terreno. Es hundimiento, parcial pero hundimiento.

Este debería de haber sido el marco, el frontispicio, del debate de investidura. El objetivo de legislatura, recuperar la confianza de quienes les han abandonado. Pues bien, se han dedicado exactamente a lo contrario, o sea poner a prueba, todavía más, la paciencia de quienes todavía les votan.

El fantasma de nuevas elecciones no pasa de sueño húmedo de quienes desearían que, no por sus inexistentes méritos, sino por el demérito de quienes se empeñan en pelearse y se arriesgan a perder la mayoría que podrían disfrutar a pesar de no habérsela ganado.

Y si no pasa de vergonzante humedal nocturno es por dos poderosas razones. La primera, que el objetivo de JxCat no es, como aparenta, seguir liderando las mermadas y poco menos que exhaustas huestes independentistas y hacer como si el sorpasso de ERC no existiera. Para nada. Eso es una pantalla.

Consiste, detrás y a pesar de la retórica del Consell de Carles Puigdemont, en mantener el máximo número posible de áreas directas de influencia y de sueldos públicos. Hablando en plata y en términos tan innobles como poco edificantes, además de universales, esa es para los políticos de todo pelaje la gran diferencia: la que separa el frío de la oposición del calorcillo del gobierno.

El cambio de rasante en descenso no es reversible, por lo menos a corto plazo

La segunda razón es que JxCat ya puede ir tensando la cuerda, y ERC resistiéndose a ceder más de lo imprescindible, porque ambos saben muy bien que antes de arriesgarse a unos comicios en los que tendrían muchos números de perder la mayoría del Parlament, ERC se lanzaría en pos de una mayoría de izquierdas.

¿A qué vienen pues las poses y los numeritos de JxCat? La explicación del radicalismo, de que ellos se erigen en garantía de ir a más no sirven más que para almas cándidas. En verdad son causa concomitante del batacazo electoral sufrido en comandita. Más de medio millón de votos, un tercio del electorado independentista.

Detrás del no reconocimiento de tamaño cambio de rasante no hay hoja de ruta, no hay ideas, no hay propuestas, no existe el menor atisbo de estrategia. Ni siquiera propósito de seguir con la confrontación y menos aún inteligente, a no ser que al inútil cacareo del gallito le llamemos ahora inteligencia.

Lo que de veras hay es una estrategia electoralista de bajos instintos y vuelo rasante, un intento de hacer pasar a los republicanos por traidores a la causa, por adelantados de la rendición, incluso per criptounionistas, mientras acaparan la máxima porción posible de los beneficios del pastel resultante de la sumisión que es el Govern de la Generalitat.

El cambio de rasante en descenso no es reversible, por lo menos a corto plazo. Lo que sí está en manos de los tres que han revalidado de carambola la mayoría en Parlament es contribuir al incremento de la pendiente o mirar de suavizarla.

Los tres, o los dos mayores, saben a la perfección, por la experiencia acumulada en los últimos tres años y su catastrófico resultado, lo que debe hacerse para acelerar la caída. En ello están.

Lo que no saben o no quieren aprender es a salir del círculo vicioso en el que el radio de la política se ciñe a lo que hacen los políticos, a sus relaciones y sus belicosidades en las que el interés público no es más que una arma dialéctica en sus batallitas.

De momento, están empeñados en seguir por la misma senda. Veremos si tras la pantomima en la que han convertido el debate de investidura aprovechan la ocasión, tal vez la última, para configurar un Govern efectivo, por supuesto que de gestión, no de gesticulación.