De multitud a masa indignada: el mecanismo de la plaga de langostas

Endurecer más el Código Penal es poco eficaz cuando lo que se requiere es revisar de arriba abajo la política de protección al menor

El tesón de José Ramón Quer, padre de la asesinada Diana, me provoca admiración y rechazo a la vez. La parte del cerebro que responde a la razón lamenta el giro partidista que ha dado a su campaña por preservar la cadena perpetua.

Al alinearse con PP y Ciudadanos, ha renunciado a la deferencia que se otorga a los padres de las víctimas –la licencia para decir cualquier cosa– y se ha expuesto a la crítica política.

Pero como padre, admiro su lucha. No conozco a nadie que, cuando un hijo o una hija adolescente tarda en volver a casa, no haya sentido las punzadas del miedo de los miedos. Probablemente, todos nos hemos preguntado en alguna ocasión “¿de qué sería yo capaz si la maldad me arrebatara a mi niño o mi niña?”.

De la rabia al activismo

En lugar de exigir venganza, Quer ha sublimado su rabia en activismo para pedir mano dura. ¿Quién se puede oponer a “algo tan sensato y razonable”?, insistió el domingo Mariano Rajoy.

Aprovechar esa empatía es, precisamente, lo que hace una figura política del padre de Diana, por mucho que se empeñe en afirmar que su demanda no lo es. Y también le convierte en una pieza, inconsciente o voluntaria, del tablero pre-electoral.

A cada semana que pasa, la política se tiñe más de populismo con el parlamento reducido a caja de resonancia de la calle y de las redes sociales, como se vio en el pleno sobre las pensiones y en el penoso debate sobre la política penal.

El concepto de noticia –algo novedoso, cierto y relevante– comenzó su lenta agonía cuando se empezó a hablar de “contenidos” en lugar de información

La discusión serena de los problemas de la sociedad ha dado paso a una carrera por atraer votos, puntuada por un intercambio incesante de exabruptos. Cada vez más medios de comunicación replican ese enconamiento con su propia carrera por conseguir más clicks o mejores ratings de audiencia a través del sensacionalismo.

El concepto de noticia –algo novedoso, cierto y relevante– comenzó su lenta agonía cuando se empezó a hablar de “contenidos” en lugar de información.

Contradicciones

Alguien dijo estos días que los españoles son capaces de lo más sublime y de lo más atroz. “A la vez”, habría que añadir. No es inusual que unas mismas personas exhiban las dos conductas sucesivamente y el mismo día, sin reparar en la contradicción. Por ejemplo, la solidaridad mostrada durante la búsqueda del niño Gabriel Cruz y la furia desatada tras su dramático desenlace.

En los secarrales de Almería se vio el sentimiento de comunidad de los voluntarios que peinaron el monte para buscar a la criatura. Esa generosidad se transformó en un comportamiento de turba entre quienes se concentraron frente al cuartel de la Guardia Civil, dispuestos a linchar a Ana Julia Quezada.

En la multitud había alumnos de un instituto de enseñanza media cercano y muchas madres jóvenes con sus hijos de la mano. ¿Era un cuadro de la España negra que pintó Goya o un selfie de la España actual?

El saltamontes del desierto deja de vagar aislado y forma plagas por el aumento de serotonina. Los humanos compartimos el mismo neurotransmisor con las langostas 

Tanto los libros de historia como el segmento internacional de los telediarios ofrecen frecuentes ejemplos de personas “normales y corrientes” que, adecuadamente manipuladas, se liberan de sus prejuicios al amparo del tropel. Comportamientos reprobados si los manifiesta un individuo –xenofobia, racismo, violencia– se toleran con una lenidad rayana en la complacencia cuando se aducen “razones que los explican”.

La muerte de un niño inocente; la de un mantero en confusas circunstancias en el barrio madrileño de Lavapiés

¿Dónde se pone el límite a las “razones que lo explican”? ¿Cuántos taxistas de Barcelona afiliados al oscuro sindicato Elite “explican” la coacción para cerrar el paso a la competencia de Uber? ¿Cuántas diadas masivas “explican” la independencia para quienes no tienen una mayoría en las urnas? ¿Dónde acaban las excepciones y empieza la ley?

La propuesta de revocar la prisión permanente revisable es tan legítima como la de mantenerla. Además, los hechos avalan que una respuesta puramente penal a la delincuencia –lo que la izquierda denomina populismo punitivo— es ineficaz ante crímenes más odiosos.

Entre nosotros escasea la política útil, sustituida por los gestos: plenos sin votación en el Congreso o un Parlament comatoso a expensas del presidente de una república imaginaria

Aprovechar, como han hecho Rafael Hernando, Pablo Casado y el propio Rajoy, los hechos de Almería para defender la cadena perpetua es puro electoralismo.

Lo confirman el propio presidente y el ministro portavoz Méndez de Vigo cuando afirman que la medida responde “al clamor de la calle”. ¿De dónde viene ese clamor? De los platós de televisión, de Twitter y de remover las emociones del electorado sociológicamente conservador –el target del PP– para el que la mano dura es siempre una oferta atractiva.

El deterioro de la política representativa y el descontento creciente de la calle se retroalimentan en una espiral cada vez más negativa. La falta de cultura pactista de los partidos dificulta legislar mediante acuerdos en lugar de hacerlo por mayoría.

El Congreso, estancado, ha dejado de ser el foro en el que las opiniones se plasman en leyes para convertirse en un escenario más del enfrentamiento político. Un generador de ruido.

Humanos y langostas

La revista Science publicó en 2009 un estudio que explica el mecanismo por el que el saltamontes del desierto (schistocerca gregaria) deja de vagar aislado y forma plagas de langostas: el aumento de serotonina generado por la escasez de alimento. Los humanos compartimos el mismo neurotransmisor con las langostas.

Entre nosotros escasea la política útil, sustituida por los gestos: plenos sin votación en el Congreso o un Parlament comatoso a expensas del presidente de una república imaginaria.

La prisión permanente está en vigor desde 2015 y, sin embargo, no ha impedido los crímenes de Diana y Gabriel

Cuando la política renuncia a ser ejemplar, el ruido distorsiona la realidad hasta falsificarla. Es muy probable, por ejemplo, que el “clamor” que aduce el Gobierno provenga de un sector de la ciudadanía que ignora que la prisión permanente está en vigor desde 2015 y, sin embargo, no ha impedido los crímenes de Diana y Gabriel.

La realidad es que España tiene un derecho penal duro y una baja tasa de criminalidad, en descenso desde 2008. La tasa actual es de 43,2 infracciones penales (desde conducir temerariamente a asesinar con alevosía) por 100.000 habitantes, 7,4 puntos por debajo de la de 2005.

Homicidios en España

España es, después de Austria, el país de la UE con menos homicidios (0,63 por 100.000 habitantes): un 35% por debajo de la media europea y la mitad que Francia. Y, por el contrario, es uno de los que impone condenas más prolongadas.

Esto lo sabe el Gobierno porque los datos provienen del Ministerio del Interior. Sabe también que lo que sí ha aumentado es la violencia contra la infancia, que se ha cuadruplicado en el mismo periodo en el que bajaba la delincuencia general.

Según un estudio de la Fundación ANAR presentado la semana pasada en el Congreso, las agresiones contra menores son más frecuentes, más graves y más prolongadas (seis de cada diez son diarias y duran más de un año) y se ejerce principalmente en la propia familia.

España es, después de Austria, el país de la UE con menos homicidios y, por el contrario, uno de los que impone condenas más prolongadas

Endurecer más el Código Penal es poco eficaz cuando lo que se requiere es revisar de arriba abajo la política de protección del menor: mecanismos de detección temprana, tutela e intervención; una jurisdicción específica y medidas que mitiguen los efectos de la desigualdad y la marginalidad sobre los más débiles.

Pero esta tragedia no es la de un pescaíto secuestrado y asesinado, sino la de miles de alevines maltratados a diario. Se presta mal a un despliegue televisivo, a ser trending topic y alcanzar la categoría de clamor .

La verdadera heroína cívica de los últimos días es Patricia Ramírez, la madre del pequeño Gabriel, al pedir que la rabia no se transmutara en odio.

¿Cómo frenar la turba?

Su actitud no fue un caso de comportamiento disociado, como han señalado alguno de los muchos “expertos” que han buscado sus cinco minutos de fama en los medios, sino una decisión consciente: no atizar las emociones más primarias y confiar en los mecanismos que la sociedad le ha dado para protegerse.

El debate informado, el respeto a la opinión ajena y el cumplimiento de las leyes –incluyendo los procedimientos aceptables para cambiarla— es lo que impide que la multitud se convierta en turba. Porque las plagas de langostas lo destruyen todo.