Carta de un cuarentón molesto al Presidente del Gobierno 

El fondo de sus políticas, señor Presidente, es lo que imposibilita que le votemos en las próximas elecciones.  

Querido Presidente del Gobierno: 

Como tengo entre cuarenta y cincuenta años, soy varón, y alguna vez voté por su candidatura (alguna más incluso me planteé volver a hacerlo), me he sentido concernido por su reflexión, durante la entrevista hace unos días con Carlos Alsina, sobre la incomodidad que algunos amigos suyos, con un perfil parecido al mío, han sentido por “la forma, no por el fondo”, del feminismo que encarna la todavía Ministra de Igualdad Irene Montero. 

Vaya por delante que, a nuestra edad, las formas suelen ser lo de menos. Situados entre los cuarenta y los cincuenta, si me permite, dentro de la categoría de “cuarentones”, muchos de nosotros tenemos hijos preadolescentes, matrimonios que han resistido más de una decena de años, o algunos enlaces prematuramente disueltos; en todos los casos, las circunstancias nos han aconsejado a relativizar las formas, para centrarnos exclusivamente en el fondo de las cosas

Tiene razón en señalar que las formas de Irene Montero no nos gustan. Son acusativas, siempre con el dedo índice señalándonos. Escuchándola, uno se siente cercado por acusaciones de toda índole: desde la desigualdad salarial a la menstruación, las agresiones sexuales, la violencia machista, el asesinato de Hipatia de Alejandría, o las tribulaciones de Virginia Woolf.

La ministra de Igualdad, Irene Montero. EFE/ Zipi
La ministra de Igualdad, Irene Montero. EFE/ Zipi

De las palabras de Montero pudiera deducirse que los cuarentones somos responsables de las muchas cargas que han sufrido las mujeres desde que el Dios del Antiguo Testamento expulsase a Eva del paraíso (por cierto, también expulsó a Adán). No, no nos gustan sus declaraciones. Pero no se equivoque: desde hace tiempo, comprendemos que la política es un espectáculo y le damos más bien poca importancia a las palabras. A fin de cuentas, usted tiene ministros que nos han leído la cartilla por comer demasiada carne, por comprarles muñecas a nuestras hijas, por coger demasiado el avión o utilizar Uber, o más recientemente, por comer fresas de Huelva. Sabemos que todo son palabras, que se las lleva el viento.  

Fondo y forma

Sabemos distinguir entre fondo y forma. De Irene Montero nos molestan sus declaraciones, sí. Pero mucho más nos molesta el fondo de sus políticas. Cambiar el Código Penal para corregir una sentencia judicial al considerarla insuficiente, provocando una cascada de rebajas judiciales a agresores sexuales, incluido (muy probablemente) el caso individual que se buscaba corregir, no es una cuestión de forma, sino de fondo. Aprobar la llamada autodeterminación de género sin contar con el criterio de feministas históricas y sin una mínima ponderación de sus consecuencias, no es una cuestión de forma, sino de fondo. No son las declaraciones, sino las páginas de BOE (la “diarrea legislativa”) la que tienen consecuencias inmediatas sobre los ciudadanos. Es el fondo lo que nos preocupa a los cuarentones. 

Pero déjeme abrir el zoom un poco. Porque entendería que le causase extrañeza que simplemente por estas dos leyes en concreto le hubiese retirado mi confianza política. En realidad, ni siquiera es el fondo de las políticas de Irene Montero lo que nos perturba a los cuarentones. Es más bien el fondo de sus políticas, señor Presidente, el que imposibilita que le votemos en las próximas elecciones.  

Porque presentó una moción de censura para “regenerar las instituciones” y tardó exactamente treinta segundos en colonizarlas: desde el CIS a Correos, Paradores, Red Eléctrica Española o el Hipódromo de la Zarzuela. No hubo un solo ejemplo donde antepusiese el mérito o la capacidad a la cercanía política.  

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EFE/ Eva Ercolanese

Porque horadó el poder judicial hasta límites nunca franqueados (lo que ya es decir, porque todos sus antecesores se esmeraron en intentarlo), nombrando a sus dos exministros de Justicia para la Fiscalía General del Estado y el Tribunal Constitucional respectivamente. 

Porque decidió dar un volantazo en nuestra política exterior en el Sáhara para resolver un entuerto que su propio Gobierno había creado, sin dar explicaciones, y lo que es peor, de forma torpe y amateur, dejándose avasallar diplomáticamente por un vecino, Marruecos, que ha encontrado en su falta de criterio y rumbo, el mejor aliado que nunca haya tenido.   

Porque normalizó la relación con los partidos independentistas catalanes desde el mismo momento de la moción de censura (de hecho, la normalizó “para” sacar adelante la moción), y a cambio, invirtiendo maliciosamente las culpas, se empeñó en acusar al gobierno de Mariano Rajoy del proceso soberanista que estuvo a punto de hacer saltar por los aires la convivencia que tan trabajosamente habíamos construido en nuestro país en los últimos cuarenta años.  

Porque ha convertido a Bildu en aliado parlamentario estable sin ningún planteamiento estratégico; simplemente, sus cinco diputados le hicieron falta para sacar adelante alguna iniciativa legislativa, y como eran más baratos que el resto, negoció con ellos. De lo que pase de ahora en adelante, de haberlos convertido en alternativa política en el País Vasco, del efecto reflejo que pueda causar su crecimiento en el PNV, obviamente no ha tenido tiempo de reflexionar. Ya tendremos (me temo) ocasión de hacerlo.  

Porque hemos tenido el peor desempeño económico de toda la UE desde el año 2020: lea bien, el peor. El PIB per cápita español fue el que más cayó durante este período. Nos han adelantado países como Eslovenia, Lituania y Estonia, y de seguir a este ritmo, pronto lo harán otros como Polonia. No, la economía española no va “como una moto”. Los españoles, sencillamente, viven peor tras su desempeño como gobernante.   

Sánchez antepuso siempre su interés electoral inmediato

Porque habrá tenido que gestionar una pandemia, señor Sánchez, como también tuvieron que hacerlo el resto de gobernantes. La principal diferencia es que usted lo hizo peor que nadie. Retrasó la adopción de medidas (por cierto, porque quería competir en feminismo con la ahora denostada Irene Montero). Cuando lo hizo, el virus estaba fuera de control. Decretó un confinamiento urbi et orbi, dacroniano, lo que también fue un error (y que explica la brecha que se ha abierto entre nuestra economía y las europeas). Y cuando decidió que su sobreexposición mediática le estaba pasando factura, se deshizo como pudo de la gestión de la pandemia, no sin antes declararle la guerra ideológica a la Comunidad de Madrid, que por cierto demostró bastante mejor criterio que su gobierno durante toda la gestión de la crisis.  

Porque antepuso siempre su interés electoral inmediato, evitando abordar cualquiera de los muchos problemas estructurales de nuestro país. Incrementó las pensiones un 8.5 por ciento, comprometiendo los recursos disponibles para otras políticas públicas durante los próximos años. 15.000 millones de euros que nunca irán a reforzar con tutorías individuales a estudiantes con dificultades de aprendizaje, a garantizar plazas de guardería, a reforzar nuestro sistema sanitario (al que se le vieron las costuras durante la pandemia), o a aportar soluciones a un problema, el de la vivienda, del que solo se acordó para ponerse el casco de constructor durante la última campaña electoral, que por cierto ya parece que se ha quitado antes de movilizar una sola grúa (¿ha hecho el recuente de cuantas viviendas públicas se han construido durante su mandato?).  

No es la forma, es el fondo. No es Montero, es usted. Tiene razón: los cuarentones no le vamos a votar. Pero no es porque veamos amenazados nuestra masculinidad. Ni por declaraciones inflamadas. Es, sencillamente, porque usted ha sido un pésimo gobernante.  

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