Caso Bankia

Ha finalizado la primera semana de declaraciones sobre el caso Bankia ante la Comisión de Economía y Competitividad del Congreso con las intervenciones, entre otros, del exgobernador del Banco de España, Fernandez Ordoñez y el expresidente de Bankia, Rodrigo Rato, dos de las estrellas del escándalo que da nombre a la citada comisión.

Y lo ha hecho generando una profunda decepción hasta el extermo que tras escuchar a todos los intervinientes, cabe concluir con el título de aquel legendario tema de Gabinete Caligari «La culpa fue del Cha Cha Cha«.

A la vuelta del descanso estival, seguirán pasando por la sede de la soberanía popular el resto de los convocados, pero unas pocas comparecencias han sido suficientes para demostrar que la fórmula es inútil, quizá porque casi todos los comparecientes pensaban más en la Audiencia que en los anfitriones parlamentarios .

En paralelo, la Audiencia Nacional y el juez que lleva el caso Bankia sigue con los procedimientos y aunque ha rechazado tomar declaración al expresidente de Bankia, Rodrigo Rato, antes de decidir si interviene judicialmente a la entidad financiera y sustituye a los actuales gestores por un administrador, tal y como solicitaba UPyD, a la vista de los resultados de la Comisión política del Congreso de los Diputados, el consenso de observadores considera que se hace más necesario que nunca que la Justicia continúe con los trámites, ya que va a ser la única vía que permitirá esclarecer responsabilidades de lo ocurrido en Bankia.

De los testimonios más esperados –Fernández Ordoñez y Rato- sorprendió la soberbia algo senil de que hizo gala el exgobernador del Banco de España al imponer a los diputados su criterio de hablar de lo que le dio la gana, menos del caso Bankia, y de saldar cuentas con el actual Gobierno, mientras que Rato buscó aparecer como el gestor y el político al que las circunstancias le impidieron culminar su labor.

En cualquier caso, saldo paupérrimo que puede causar estupor o vergüenza ajena, como señaló algún miembro de la Comisión, que permite aventurar que poco o nada se va a esclarecer, salvo las pequeñas vendettas que algunos de los comparecientes tiene guardadas –como fue el caso de Mafo- o algún que otro escabroso detalle de tono menor y sin incidencia alguna en el resultado final de la investigación política.