El bienio del muro
España se desliza, bajo la presidencia de Pedro Sánchez, hacia la peor de las paradojas políticas: la parálisis reformista envuelta por la radicalidad discursiva. Las instituciones se pudren, mientras la sociedad se polariza. Todo empeora en lo ético y lo estético. Así, la democracia alcanza a trompicones el ecuador del último de mandato del sanchismo tardío. Esta semana se cumplen los dos años de aquella investidura en la que se nos anunció el levantamiento de un “muro” entre los españoles.
El “proceso español” se ha acelerado a marchas subvencionadas. La división social inducida desde el poder político ha aniquilado el espíritu de la Transición democrática, aunque el nuevo paradigma no acaba de nacer. Todo es relato. Solo el muro es real. Ninguna otra promesa sobrevivió al día de la investidura. Donde Sánchez juró limpieza y regeneración, ahora campea la realidad de sus secretarios de organización.
El feminismo autoproclamado ha quedado achicharrado por una prostitución que está siendo el alfa y el omega de su carrera política. El turbio negocio del suegro financió vida y obras en sus inicios y, en sus finales, fue financiado y consumido por su entorno más torrentiano, el del clan del Peugeot. Nada es anécdota. Los organismos públicos están abarrotados de sumisa mediocridad. Y es que el narciso premia la lealtad perruna y castiga la competencia técnica.
De este bienio negrísimo, poco hay más revelador que los grotescos cinco días de la “carta a la ciudadanía”, donde se puso en marcha el gran acoso a la libertad de prensa y a la independencia de la Justicia. En aquella epístola pudimos leer que el Número Uno teme tanto la transparencia como desprecia la gramática. Fue un aviso a independientes, que no a independentistas, fieles socios en la destrucción del Estado.
Los ataques a los periodistas se han recrudecido hasta un descarado acoso a David Alandete, corresponsal de ABC en Washington, que sirve como toque de atención para el resto de los compañeros de profesión. La Moncloa solo paga a los traidores a la verdad. Por eso, TVE ha entrado en una fase de orwelliana distopía, dejando a la TV3 del procés a la altura de la BBC. El cuarto poder bajo asedio.
Y el judicial, también. Los ataques a los jueces están al nivel de la Hungría de Orban. El Tribunal Constitucional se extralimita contra otros tribunales para proteger el poder sanchista. El Fiscal General del Estado actúa como un fontanero de partido. Si Álvaro García Ortiz cae, Leire Díez será digna sucesora en el arte de la conveniencia y la reinterpretación legal. La ética, en ambos, queda sepultada bajo toneladas de relato.
Nihil novum sub sole. El episodio de la pandemia —retraso del confinamiento por cálculo político e ideológico del 8M— mostró un modus operandi que Sánchez ha mantenido con las catástrofes del actual mandato, desde los incendios forestales a la riada de Valencia. Ha preferido la propaganda a la gestión, la ideología a la ciencia, el interés de partido al interés nacional.
Hoy España no solo se detiene, se descompone. Se rompe por dentro. El mandato de Sánchez es la administración de una transición antidemocrática, cada vez menos sutil, siempre implacable. La democracia liberal está siendo vaciada desde dentro. Las instituciones pierden su función y su dignidad, el clima nacional se polariza cada vez más, y la comunidad política deviene campo de batalla entre el caudillo maquillado y los restos de la sociedad civil, fragmentada y exhausta.
La legislatura, sin presupuestos no da más de sí. Murió mucho antes de llegar a su ecuador. Pero eso a Sánchez le da igual. Nada relacionado con el bien común marcará su decisión de convocar elecciones. Dante ofrecía más esperanza en la entrada de su Infierno. La situación política es desesperante para una mayoría de españoles que, además, ven como su economía familiar no se ha subido a ningún cohete, sino que pierde ahorros y capacidad adquisitiva. El caldo de cultivo de populismos alternativos al sanchismo está ahí.
Sin embargo, la alternativa no puede ser ceder a la tentación de una revancha simétrica. El populismo en sentido inverso nos llevaría al mismo abismo de decadencia y discordia. Hay que volver a tejer comunidad allí donde dejaron la trinchera, rescatar el sentido del Estado frente al abuso sectario, y recuperar la política como espacio del acuerdo. La alternativa democrática pasa por restaurar el valor de la verdad, la separación de los poderes y la defensa de los consensos básicos. No será fácil, porque la toxicidad del sanchismo ha superado lo institucional para penetrar en lo cultural. No será fácil, pero no hay otro camino para regenerar nuestra democracia.