Cataluña y la hora de los «monstruos»
Decía Antonio Gramsci, al analizar el incremento del sentimiento nacionalista en Europa y la aparición del fascismo, en el transcurso de la crisis de los años treinta del siglo XX : «El viejo mundo se muere. El nuevo tarda al aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos».
Parece que en Cataluña ha llegado la hora de los monstruos, en forma de enfrentamiento de nacionalismos identitarios. Por primera vez, en la reciente historia democrática, el «frentismo identitario» ocupa el centro de la política catalana representado por Junts pel Sí, por un lado, y fundamentalmente por C’s pero también por el PP y en menor medida por el PSC, por el otro.
Las elecciones del 27S fueron planteadas inicialmente por Mas y sus aliados. Pero no hay duda de que quizás no hubieran conseguido su objetivo, si por parte de las estructuras del Estado español no se hubiera optado por darle el mismo carácter de enfrentamiento entre el Sí y el No a la independencia. Esta confrontación de identidades ha sido fomentada por los medios de comunicación afines, especialmente los públicos, de forma descarada, favoreciendo la dinámica plebiscitaria y de confrontación de identidades en función del origen y la lengua de la ciudadanía catalana. Esta hegemonía de las dos partes partidarias de la confrontación identitaria dejó fuera de juego a otras opciones más partidarias del diálogo democrático desde posiciones muy diferenciadas entre ellas, como fueron las de Catalunya Sí que es Pot y Unió.
Los «monstruos» de la división civil de la sociedad catalana en función de su adscripción a una u otra identidad han llegado y parece que para quedarse por un largo tiempo. Este es sin duda un hecho grave y distorsionador para la cohesión civil de la ciudadanía. Cataluña había estado siempre alejada de la división social por identidades que ha vivido y vive Euskadi.
El éxito de esta carencia de división vino determinada por el papel hegemónico que la izquierda, especialmente el PSUC, tuvo en Cataluña durante el periodo de la transición hacia la democracia. El planteamiento de «Cataluña un solo pueblo», practicado por el PSUC y por CCOO de Cataluña (organizaciones que tenían una hegemonía dentro de la «Assemblea de Catalunya»), impidió que Cataluña se dividiera en diferentes colectivos diferenciados por origen o lengua. El papel de dirigentes comunistas, como Cipriano García, Ángel Rozas o el propio Gregorio López Raimundo, máximo dirigente del PSUC, siendo los primeros en defender los derechos y el carácter nacional de Cataluña, tuvieron una profunda influencia en el arraigo de la cohesión social y del sentimiento de ser catalanes entre las clases trabajadoras inmigradas.
Esta misma concepción hegemónica dentro de la política catalana y la necesidad de evitar comunidades diferenciadas comportó la política que, desde la izquierda socialista y comunista y de sus pedagogos, se planteó en relación a la necesidad de la política educativa de inmersión lingüística, que fuera en la dirección de que toda la sociedad catalana tuviera el conocimiento, y en las futuras generaciones el dominio, de las dos lenguas cooficiales de Cataluña: el catalán y el castellano. Política que al contrario de lo que se decía, por parte de sectores especialmente de la derecha española, no comportó ningún problema en Cataluña y una amplía cohesión en la sociedad civil catalana.
Estos aspectos derivados de la antigua hegemonía del PSUC podemos decir que han caducado después de estas últimas elecciones. La actuación de división ciudadana que ha hecho el bloque independentista, al plantear la necesidad de escoger entre Cataluña y España, ha creado las condiciones óptimas para, C’s y el PP, de hacer arraigar el discurso de defensa del sentimiento del origen primigenio de una parte de la sociedad que no desea la separación. Ahora podemos decir que los conceptos hegemónicos del PSUC han muerto de forma definitiva. Se ha enterrado el concepto claramente nacional y de clase de «catalanismo popular» que ha sido sustituido por conceptos que durante mucho tiempo han sido residuales como el de «independentista» y últimamente el despectivo «unionista».
En Cataluña no hay duda de que ya se ha instalado la confrontación política basada en la identidad que cada cual cree que tiene, en detrimento de la confrontación social propia de toda sociedad desarrollada. De esta manera, obreros que se sienten por encima de todo catalanes han votado a Junts pel Sí. Han optado por un partido como CDC que ha hecho los mayores recortes sociales de la historia y que apoyó a la aprobación de la Reforma Laboral, es decir, han votado en contra de sus propios intereses económicos y sociales. Del mismo modo el cinturón «rojo» metropolitano se ha convertido en un cinturón «naranja». Muchos trabajadores de origen o familia inmigrante han votado un partido de derechas como C’s, que en su programa trae la necesidad de una Reforma Laboral en base al «contrato único».
La irracionalidad propia de toda situación de crisis económica, social y política profunda, tal como decía Gramsci, ha hecho aparecer los «monstruos» de los nacionalismos excluyentes. Y las clases populares se han dividido en función de orígenes, patrias y banderas, dejando al margen sus intereses económicos y sociales. La confrontación de identidades se ha sobrepuesto a la confrontación social.
Y lo que es más grave de esta dinámica de frentes identitarios enfrentados es que han empezado a hacer aparecer grietas y signos de crispación en la sociedad catalana. De momento, la crispación se ha dado especialmente y fundamentalmente contra ciudadanos catalanohablantes no independentistas por parte del independentismo. Parece como si muchos independentistas sobreentendieran que los castellanoparlantes no sean independentistas, pero no lo aceptan. En cuanto a los catalanoparlantes, parece como si fueran traidores a la supuesta patria.
Así, en esta campaña, los candidatos y militantes de Catalunya Sí que es Pot han visto como en determinadas zonas sus pancartas y su propaganda estaban rotas y sus militantes insultados, o como desde las redes sociales sus partidarios, sus candidatos y sus candidaturas eran tildadas de traidoras a la causa. Era el momento en que Mas los metía en el mismo saco que a Aznar, al PP y a C’s. Sólo cabe ver el carácter excluyente de la frase de Mas ante los resultados: «Cataluña ha ganado», como si el resto de votantes que no son suyos no fueran igualmente catalanes.
Hemos entrado en una situación que hay que prever que se dilatará en el tiempo. Está claro que la sociedad catalana está dividida en relación al tema de la independencia y es una situación de enfrentamiento sin salida previsible.
Quizás será el momento de que se pongan en valor las propuestas que defendían candidaturas, como la de la coalición de ICV (el partido heredero del PSUC coaligado con Podemos) o Unió, que han sido vilipendiadas por los identitarios de todo tipo, y que defendían luchar para conseguir un «Referéndum pactado con el Estado» o el establecimiento de una reforma constitucional que permita una cierta relación confederal. Es decir, propuestas que abran puertas a negociar posibles acuerdos para resolver una situación como la actual división civil, que puede perdurar, pero que es socialmente insostenible, rompe cohesiones y provoca crispación social.