Cercas o la historia sin odios de la Guerra Civil

Javier Cercas relata en 'El monarca de las sombras' la historia de un familiar falangista, y sin ser neutral, defiende las razones morales de cada uno

Manuel Mena, equivocado, seguro, pero con sus razones morales. Era un falangista animoso y noble, que acaba maldiciendo la guerra, tras luchar en el bando equivocado, contrario a sus intereses de clase en un pueblo de Extremadura. ¿Qué pasó? Javier Cercas llega para entender y relatar.

¿Memoria histórica? Historiadores, novelistas, artistas, directores de cine...La Guerra Civil se ha abordado a conciencia, con novedades periódicas, y congresos de expertos y de profesionales. Pero sigue quedando la idea de una división entre buenos y malos –según la concepción de cada uno–.

Javier Cercas se acerca con otra mirada, en El monarca de las sombras, (Random House); otra vuelta de tuerca más en su obra literaria, que, con un 5% de ficción, como él mismo ha asegurado, busca superar el odio y el sectarismo que se ha ido asomando una y otra vez a lo largo de la historia de España.   

Cercas quiere superar esa visión entre dos Españas, entre dos bandos, que tanto hizo sufrir a políticos e intelectuales como Manuel Aznar, quien recuerda en La velada en Benicarló como la Guerra Civil, acabara como acabara, ya se había cargado desde el inicio del conflicto la idea primigenia de la República, la de buscar un punto de encuentro para avanzar como sociedad.

Cercas constata que el falangista Manuel Mena tenía sus razones, aunque se equivocó

El escritor aborda sus relaciones familiares, ese Manuel Mena, del que tanto hablaba su madre, que decide alistarse en el ejército franquista. La familia de Cercas, de derechas y franquista, suponía un problema para Cercas, que decide, finalmente, desde la literatura entender las verdades morales de las distintas decisiones.

Con una combinación constante entre el relato sobre las peripecias de Manuel Mena, un joven de 19 años, que acaba siendo Alférez provisional, –la figura que representaba al héroe franquista, loada por el poeta del régimen, José María Pemán-– y que fallece en la batalla del Ebro, y el propio making of sentimental del escritor sobre por qué acaba escribiendo la novela –con diálogos magníficos con su amigo David Trueba—Javier Cercas entra en el meollo del asunto gracias a una impagable conversación con Alejandro Cercas –su primo, que fue eurodiputado del PSOE—y un amigo de éste, Manolo Amarilla.

La idea es que en la mayoría de pueblos, con una situación social explosiva, lo que sucedió es que los pequeños propietarios, o casi propietarios, se enfrentaron a los de abajo, a los que no tenían nada, y éstos contra los otros, sin pensar que el adversario, como clase social, era otro, tanto para los pequeños propietarios, como para los sin nada. Otros que, en el caso de Ibahernando, el pueblo de Cercas, tenían grandes extensiones de territorio, y vivían en Madrid.

La división era entre la gente que podía comer y los que no podían comer

La familia de Cercas pertenecía a esos pequeños propietarios que habían conseguido, pocos años antes, una mejor posición, y que reaccionan frente al desorden y las reivindicaciones de los que no tiene nada. Es esa parte social la que abraza el franquismo, al defender también las tradiciones de la iglesia, cuestionadas por un laicismo mal entendido.

Eso ayuda mucho para entender la Guerra Civil, porque lo que hace Cercas es ‘entender’ al otro, aunque él tenga muy claro que hubo unos insurrectos contra un régimen –mal que bien—democrático.

Cercas hace decir, o registra las palabras de Alejandro Cercas: “Pero también me irrita mucho la interpretación sectaria o religiosa o infantil de la guerra, según la cual la República era el paraíso terrenal y todos los republicanos fueron ángeles que no mataron a nadie y todos los franquistas demonios que no paraban de matar; es otra mentira”.  (…) “un hombre de orden, no aceptaba, no podía entender que no se recogiesen o se quemasen las cosechas, que se quemasen olivares, que se invadiesen fincas, que se robasen animales, que se amedrentase a la gente. Le parecía mal, le parecía simplemente intolerable”, le espeta a Javier Cercas.

Cercas repite un logro literario, pero también histórico, político y social

En esas, tercia Manolo Amarilla con una comparación entre la mayoría del territorio español, y las dos grandes ciudades, Madrid y Barcelona. “Esto no era Madrid ni Barcelona. En el pueblo el enfrentamiento no era entre ricos y pobres, sino entre gente que podía comer y gente que no podía comer”.

Manuel Mena había podido estudiar, en Cáceres. Cercas reconstruye su historia, y entiende que abrazó el falangismo, enamorado de las palabras de José Antonio Primo de Rivera, con esa fusión “imposible” entre socialismo y patriotismo, entre igualitarismo y comunitarismo católico.

El escritor afirma que se equivocó, porque defendió a un bando que no iba a defender sus intereses sociales, sino todo lo contrario. Y que a lo largo de la guerra, Manuel Mena comprueba toda la mezquindad del conflicto, y que, seguramente, comenzó a dudar. Nada fue como él tenía pensado. Y muere en el Ebro, en un hospital improvisado en el pueblo de Bot, de mala manera, con 19 años.

Pero Cercas no se declara mejor que Manuel Mena. Comprende, explica y razona. Y eso es una enorme aportación, como también otros escritores e historiadores han hecho, para que las nuevas generaciones superen las viejas divisiones de la Guerra Civil.

El autor de Anatomía de un instante, sobre la transición española, y Soldados de Salamina, lo ha vuelto a hacer. De nuevo un logro literario, pero también histórico, político y social.

Si el lector se queda con ganas, y eso es otro logro de Cercas, acuda raudo hacia otros dos libros: La velada en Benicarló, de Manuel Azaña, obra recuperada de nuevo, ahora por Edhasa, y el magistral De Madrid al Ebro, las grandes batallas de la guerra civil española, de Jorge M. Reverte y Mario Martínez Zaune (los dos libros sirven de fondo en la fotografía que ilustra este artículo).